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Lucas Colman

Rock, Pop, Electrónica y nuevos ritmos


Viernes, 16. Febrero 2018, 22:00



Cartel Lucas ColmanLUCAS COLMAN

Yo al menos no lo sé. No tengo ni el más mínimo dato sobre su físico, su procedencia ni su edad. Aunque con la primera escucha de su disco de debut me veo capaz de despellejar su biografía. Así, a la brava. Para empezar, poco me equivoco si afirmo que Lucas está enfermo de juventud. Una enfermedad que, desgraciadamente, y a no ser que se transforme en un vicio, se cura con el tiempo. Ese tiempo que sirven los cantineros disfrazado de veneno. Ese tiempo que no mata, pero mella. Ese tiempo que tiene todo lo que queremos, dígase más noche que día, más neón que luz solar: más relojes que los que podemos soportar. Aunque todo ese asesinato por perpetrar me parece que a Lucas le importa poco, y hace bien; su enfermedad lo mantendrá a salvo siempre y cuando se anestesie tal y como lo tiene planeado: con el lado gélido de la cama, con tabaco y nudillos, con los besos de las farolas y con tropezones en aceras inmensas e insalvables, siempre en busca de apacibles precipicios.

 

Sé que Lucas quiere ver pasar raudos los árboles, y es por eso por lo que ha quitado el cojín que le aupaba por encima del volante y quemado el taco de madera que no le dejaba pisar el pedal hasta el fondo, hasta traspasar el suelo y arañar las líneas blancas para transformar el asfalto en el tigre que lo devore. Quiere dejar atrás las botellas que se equivocan de lado al salir del océano y que llegan con un mensaje corto e ilegible. Quiere ser la envidia de los daltónicos y las cometas. Quiere escuchar taconear a Johnny Cash y ver escupir sangre, entre carcajadas atronadoras, a Keith Richards. Quiere caladas interminables del saxofón enfisémico de Charlie Parker. Porque es listo, el Colman: sabe que no se pierden los perdidos del mismo modo que jamás se entrega el timón; si acaso el barco. No sé que me da que, a pesar de sus calendarios, es consciente de que el pasado grita demasiado y que ya va siendo hora de taparle la boca. Quizá con canciones. Quién sabe. Quizá con su brújula que sortea el norte. Tal vez con un sonido de sirenas que lo encuentre limpiando su pistola.

 

Los que andamos a punto de fundirnos los plomos, siempre llevamos cerillas encima. Lucas también. Las enciende como velas que alumbran lo suficiente como para vislumbrar unos labios. Con eso nos vale. Le vale. También para ahuyentar algunos fétidos recuerdos. Aunque para eso necesite al menos diez días de llama. Pero el olor que nos ocupa, el imperecedero, el que lo acompaña, el de sus melodías, recuerda al del café recién hecho cuando entras en una casa ajena que se te antoja propia y te corre por las venas cualquier cosa menos un torrente de nieve derretida. Y ya llegará el momento, si es caso, de confundir los ladrillos con almohadas. También se cantará a ello, qué demonios, que por todos es sabido que, cuando una puerta se cierra, se abren cuatrocientas mil ventanas.

 

Alabo el gusto y la deferencia del señor Lucas Colman por el esfuerzo titánico que está realizando en separar las costillas, que bien pueden ser las de Adán y Eva o las de él mismo, para que nos refugiemos; al menos hasta que acabe la tormenta. Ojalá el aguacero no cese nunca, Lucas, y tengas a miles de fieles aceptando tu ofrenda de techo y piel, quedando a la intemperie los ojos que miran pero no ven, los rugidos de corazones insomnes y las tardes de mayo en las que nunca anochece. Lucas, compadre, sigue desafiando al huracán que te quiere robar los zapatos y que benévolas sean la hipotermia y las fiebres que han de venir junto al escalofrío, que deseo fervientemente que tan sólo sea de miedo. Escuchándote como se escucha a los enfermos, siento que para ti, tal que para mí, todos los vendavales son desconocidos y afirmo que las palabras tal vez sean nuestro peor y más incansable enemigo; pero son lo único que tenemos. Escuchando tu paladear sé que puedes resistirlo todo menos la tentación. Sopla sobre esos desiertos verticales, amigo, estoy convencido de que los aeropuertos te serán urgentes. Aunque también sé que eso a ti te da igual: vas con el viento. Buen viaje.

 

Kutxi Romero.

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