Nacho Albert Bordallo nos ofrece una extensa novela en primera persona que hubieran escrito a cuatro manos Don Francisco de Quevedo y J. Kennedy Toole.
Texto: Paco Bernal | Fotos: facebook del escritor
Un niño de 30 años perdido en su embrollo de sexo, drogas y palabras resulta agraciado con una compensación económica por culpa de una tubería de aguas fecales. Con esos pocos miles de euros viaja a La Habana donde recorrerá submundos que no son sino expresión del laberinto de su alma o su ausencia.
Nacho Albert Bordallo nos ofrece una extensa novela en primera persona que hubieran escrito a cuatro manos Don Francisco de Quevedo y J. Kennedy Toole. De Quevedo su ironía y carácter sicalíptico. De J.K.T. la desquiciante e intelectualizante trama, además de ciertas deudas entre Ignatius J. Reilly y el protagonista de la novela que nos ocupa.
Estamos ante una primera novela hilarante, irreverente, irónica, alucinada, descarnada, descacharrante, erotómana, provocadora, socarrona, escatológica, dramática y secretamente tierna. Crónica de un periplo que sencillamente devuelve al personaje a la casilla de salida. De nuevo, sí, en la casilla de salida, agotado, y enfermo, sí, aunque no derrotado, y tal vez transformado. Cosa que solo el tiempo dirá. Pues como se lee en las últimas frases de la novela, la vida es solo tiempo, Siempre tiempo.
Don Quijote en La Habana es un totum revolutum perfectamente organizado narratológicamente. Un maremágnum pantagruélico en el que Nacho Albert Bordallo evidencia su dominio del léxico, su capacidad encadenar hechos escasamente probables que pasan por verosímiles y su habilidad para crear personajes extraviados y alucinados, walking dead buscadores incansables de mundos irreales.
El autor lo ha dado todo, como corresponde a una ópera prima. Don Quijote en La Habana es una extraordinaria colección de códigos y guiños culturales y populares a tutti plen. A veces evidentes, a veces sumidos en el subtexto, véase el capítulo 14 que podría definirse como el arte mezclar a Dante Alighieri, El Bosco y la politoxicomanía. Es el Jardín de las Delicias harto de ketamina.
Pero hay un hilo de Ariadna. El protagonista tiene un plan. Disipado, escaso, irrelevante y punto de fuga, pero un plan. El personaje, trasunto del autor, no perder esto de vista, es autodestructivo, conflictivo, desquiciado y delincuente involuntario, pero algo trama en su escarchado y proteico cerebro. La contraportada ofrece una pista cuando nombra a Chinaski, alter ego a su vez de Bukowski, si bien en este Don Quijote en La Habana no encontramos la amargura y la rabia, tal vez rencor existencialista del más popular Barfly literario del siglo XX. Pese al alocado y drogado comportamiento del protagonista, imán de desgracias, de personajes extremos y de sustancias sicotrópicas éste tiene fuerza y voluntad para arribar a la Escuela Internacional de Cine y Televisión de San Antonio de Baños. Esto supone una revelación. Define la cosmovisión del autor, su confianza en la capacidad sanadora, terapéutica o regeneradora del arte. El protagonista parece gritar: “Escribir me salvará de mí mismo”. Acude a la reconocida escuela cubana como cenobio, abadía para el descanso y búsqueda de la verdad. No es un descerebrado politoxicómano sino un politoxicómano creador que busca y se busca. El espíritu bulle en él. Aunque salga del prestigioso centro docente cagando leches. Figurada y textualmente hablando.
Saludamos la aparición de Don Quijote en La Habana. Esforzada novela que nos hace presagiar un gran autor, si el personaje fuera capaz de abandonar la raya que pinta en el horizonte y ponerse manos a la obra. Tiempo al tiempo.
Ed. Círculo Rojo.
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