Texto: antonioviñas | Fotos (por orden): Ignacio Gavira, Manuel M. Ramos, miggrado, Teo Hibernon.
Compartimos un relato y un poema que nos llegan de Antonio Viñas. Unas sensaciones venidas de allende de los mares, unas palabras plenas de atisbos, un viaje paratemporal que comienza en su interior, nuestro interior, y que recorre ese enorme estrecho que nos une y nos separa de nosotros mismos. Navegando hacia esa su quietud, solo podemos mostrar nuestra gratitud hacia su ofrenda que aquí os dejamos en forma de palabras cargadas de impresiones.
Se alejaba el barco melillero al salir del puerto y dejábamos la ciudad deshilando su templado día camino de la tarde: desalmados edificios, luminosas montañas, castillo coronado, vieja farola en vigilia… la mano fenicia que depositó la semilla en el paraíso y plantó su casa con la que aún siguen negociando a manos llenas.
Como vaina en el agua, navegando en la quietud, la proa, rociada de buen tinto desde el mantel de cubierta, nos condujo a la Melilla de paso, con Alhucemas destino. Dos taxis, cinco controles de plomizos policías y tres horas en la noche, fueron el material usado para llegar al Hotel Villa Florido; después, soltar amarras, sorbo al primer te y adentro, bajo la catedral de humo del Cuarta Planta, Piano Bar, labios de cerveza, donde el velo del Islam ardía en su propia hoguera, y competía a la misma altura con los altavoces de las mezquitas llamando a la oración. Lo demás todo fue un bordado rifeño con hilo de oro: la noble mirada del pescador, el paseo en su barca por la cintura de los acantilados, ese exquisito pescado en el puerto con sus cuadrillas de costureros de redes y quillas en esqueleto; la sabiduría hospitalaria de Hakim (el filósofo bibliotecario), el Parque Natural y sus habitadas aldeas, la crema de guisantes en Cala Iris, la sagrada tumba del morito, o el ¡alto! repentino, voz en grito de un españolito soldado al cruzar la cuerda (la azul frontera estirada sobre la arena), que montaba guardia en el Peñón de Vélez de la Gomera y que defendió lo que le pagan: patria por miseria.
Solo eché en falta algún tiempo para hablar con la luz, que el cineasta y el Marqués de Río Gordo, se empeñaban en detener con su instantánea japonesa. Esa necesaria conversación con la emoción que recibes y, por exigencia del corazón, unas horas libres para moldearla en cerámica vasija para residencia del alma. Una celosa luz que, posada en nuestros hombros, era como un arcángel que nos acompañó en su epílogo hasta la llegada a Casa Paca: establecimiento con nombre de casa de comidas o incluso burdel a la antigua, que supuso ser un balcón de mar en overbooking para turistas fin de año de última hora, con hambre y sin aparcamiento. Debajo de ésta, como una cueva nostálgica de LSD, el chiringuito de Django con su hoguera, fue nuestra inesperada tienda para tomar las uvas y volver a renovar nuestra amistad, sin ataduras, y el íntimo guiño anual a los muertos por su indulgencia con los vivos. Saltos sobre el fuego, baño al desnudo, bailes, buenos deseos, poema voz en Rif, cánticos mal sonoros y la enagua de la noche llevándonos al sueño hasta el despertar del día.
En fin, un viaje impresionista al uso (llegar al todo en modo flash), pero calado en nuestra memoria por la profundidad de una cultura-territorio que siempre te deja algún vaho en el cristal de lo sensible: ese universo paradójico del norte de África, Marruecos, insondable y caótico, esplendoroso y crepuscular, que bebe te porque no bebe vodka, salvo en las enigmáticas madrigueras (los nightchafarinas club’s) repartidos por todo el país, en los que se rinde culto a las pasiones prohibidas. Unos días de lujo, ya en el álbum, para unos pasajeros VIP que supimos poner el oído en la caracola alauita (aprender a escanciar su esencia), y dejarnos el tic tac del reloj en la mesilla de noche de la prima de riesgo.
الجناح الانجاز متسقة ان. Que Alá nos guarde.
antonioviñas
P.D. Abajo os acompaño el sellado que dejó en mí uno de sus paisajes; porque como dice el filósofo, al fin y al cabo, el poeta es arena, solitaria arena sobre la que escribe el aire en forma de luz.
Churriana, madrugada, seis de enero, 2012
Para Hakim
Las piezas de su rutina
lentamente encajadas
en la luz vainilla
con la que se tiñe el cielo.
Es un puerto pequeño.
Torso al aire, el pescador,
engrasado, una a una, sacude
las cajas de pescado
contra la espalda del suelo
en el que crece la hierba
y se agrieta el silencio:
van en el aire unas notas
desde el corazón del eco.
Como tatuaje de henna
todo entrando en mis ojos,
colmando mi pensamiento.
Hay un largo sedal
bajo el cuenco del agua;
arriba, vivos los cuerpos,
el tuyo, el mío, la nubes,
los viejos botes atados,
sus motores dormidos
y los dioses despiertos.
Alhucema, 31 de diciembre, 2012