Mar 18 2013

como una galgaSerena y elegante, como una galga

Zahira Rodríguez nos envía este original relato corto para que lo publiquemos. Nos ha gustado, nos parece fresco.

 

 


Serena y elegante, como una galga

No era cierto. No eran iguales.
Ella corría más -y con más estilo- decía siempre la abuela.

Sus tiempos eran mejores que los de sus compañeros.
No tenía rival directo. Por supuesto, ninguna chica, ninguna compañera. Pero tampoco ningún compañero.
Pero todo eso daba igual al entrenador del colegio y lo dejó siempre muy claro.
“Las niñas no pueden ser del equipo de atletismo”-solía repetir.

Nadie actuó contra él. Ningún profesor, ninguna profesora y, mucho menos, el equipo directivo, sólo compuesto por hombres: el director y el jefe de estudios. Don Santiago y Don Antonio.

Se sentía agradecida por el apoyo de sus amigas del alma. Pero ¿qué podían conseguir aquellas cuatro chiquillas gritando desde las gradas?
Carla, Martina, Carmen e Irene, no tan rápidas, pero leales. Animarla sí y mucho, pero la última palabra la tenía el entrenador.

La abuela lo recordaba como si fuera ayer.
¡Se describía como una galga! Rápida, elegante y, al tiempo, serena.
Eso sería, su elegancia y su serenidad y, por supuesto, su valía, lo que le llevó a luchar, a seguir y a no sufrir en el intento.
Decía que su mayor premio era ganar a los niños y ver la cara de enojo y fastidio del entrenador.
Mucho más cabreado aún se ponía cuando corría también su hijo Luís.
El entrenador presionaba a su pequeño Luís. Un muchacho, por aquel tiempo, delgaducho y con poco interés en el deporte.

La abuela dice que le daba lástima verle perder cuando corrían juntos en clase de gimnasia, por los reproches y malos modos posteriores de su padre, al que nada se parecía.
LuÍs era también elegante y sereno. Rápido, sí, pero  no tanto como la abuela.
Una vez le dejó ganar y dice que cuando le vio sonreír por los honores que le hacía su padre, el entrenador, sintió un pellizco en el estómago.

Ya debía rondar los 13 ella, la abuela, y los 14 él, Luís, el abuelo.
Dice que recuerda como el padre le acarició la cabeza y se lo llevó rodeándole por el hombro. Poco afectuoso, como debía ser.
Y eso le hizo feliz. Ver sonreír a Luís.
A los pocos días, Luís se le acercó en el colegio y le dio las gracias. Sabía lo que había hecho la abuela y le quería agradecer ese cambio de actitud del padre invitándola a un cucurucho de churros.
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Así comenzó todo. Un amor sano y generoso.
Ella, la abuela, seguía siendo la que más corría en el colegio, aunque de cuando en cuando dejaba que ganase Luís.
Esto no hacía que cambiasen las cosas. El entrenador seguía sin admitirla en el equipo de atletismo.
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Al año siguiente, finalmente y gracias a la presión de los padres de la abuela, el entrenador le admitió en el equipo pero “sin opción a participar en las competiciones”-insistió.
Podría entrenar con los chicos –“porque sólo había chicos”, reiteraba la abuela- pero no competir.
Por lo menos así, Luís, el abuelo y ella, podrían pasar más tiempo juntos.

El abuelo mejoró sus tiempos tanto, que llegaron a correr igual.
La abuela le dijo un día que si conseguía ganarle de verdad, le dejaría que le diese un beso en la mejilla.
Y claro, el abuelo mejoró sus tiempos. Y tanto!
Le ganó al poco en uno de los entrenamientos y ella, elegante y serena, como una galga, le puso la mejilla.
Dice que no se lavó la cara en dos días y nunca más pensaron en ganarse. Querían correr juntos. Simplemente.
Luego vendrían más besos y más carreras, algunas al hospital, como al nacer mi madre.
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Luís se enteró de una competición: sin restricciones. Una carrera masculina y femenina.
Encontró las bases y las fichas de inscripción en la mesa de su padre en casa.
Si él se enteraba, nunca se lo perdonaría, pero su amor por la abuela merecía bien la pena el riesgo.
Se armó de valor y cogió una de las hojas de inscripción. La rellenó y la envió.
En tres meses sería la carrera de atletismo provincial.
Se lo dijo a la abuela y guardaron el secreto.
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El día que la abuela me regaló aquel trofeo, me dijo lo siguiente: “Por supuesto, en aquellos días hice entrenamientos aparte de los que hacía con el equipo.
El apoyo del abuelo y el hecho de que no se inscribiese también él, para centrarse en mi progreso, me hicieron darme cuenta de dos cosas. La primera, que él era la persona que quería como compañero en mis carreras en la vida y, segunda, que tenía que ganar como fuera”

“Pero no ganaste”-dije yo. “En este trofeo pone: segundo finalista de la carrera provincial de atletismo”.
“Así es. Quedé segunda. Pero fui la primera mujer en quedar finalista en esa carrera provincial”-dijo la abuela.
“En el momento de los agradecimientos se lo dediqué a mis padres, al abuelo Luís y al que sería mi suegro después.”
“Se lo dedico también a mi entrenador, que ha sido la causa de mi superación”
Sólo algunos comprendieron el significado de aquellas palabras.
“Hay que aprender de los obstáculos que nos encontramos en las muchas carreras que se dan en la vida”
Y así imagino a la abuela, pronunciando aquellas palabras al recoger su trofeo: serena y elegante, como una galga.

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Comentarios  

 
#1 gracias por este relatoGema 22-03-2013 20:59
me ha emocionado! gracias!
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