Sala Paris15. 16/02/2013.
Texto: Juan Manuel Gómez | Fotos: José M. Cortés
Cabe decir de entrada que me encantan los grupos que hacen versiones, sean del género que sean. El único problema a mi entender es que, a medida que la ambición de miras del grupo en cuestión va subiendo, y en lugar de pretender un honesto homenaje se quiere rayar la perfección en todos los apartados, las probabilidades de caer en un espectáculo chabacano aumentan exponencialmente.
Pues bien, aquí están los Pink Tones para demostrar que son la excepción a la regla. No sólo ofrecen buenas versiones -que digo, buenísimas, calcadas a las originales- sino que la puesta en escena es de tal nivel y profesionalidad que transforman a nuestra querida París 15 en todo un estadio de Wembley a escala, haciéndonos olvidar que estamos en un recinto cerrado y lo más importante, haciéndonos sentir toda la emoción que transmite el grupo original.
Sin hacer esperar al público, las luces comienzan creando el ambiente de lo que se nos viene encima, mientras ese sonido de bajo con delay tan característico hace el pasillo de honor al resto de miembros del grupo, que nos regalan una versión del One of these days que, para los que no conozcan a Pink Tones y no sepan a qué nivel llegan, le provocará una sonrisa de satisfacción. Un comienzo brutal, antesala de una noche que se antojará corta para los fans. La puesta en escena de Shine on your crazy diamond marca un cambio de rumbo en el que el grupo se mete al público en el bolsillo, que participa abiertamente coreando el famoso estribillo, y los juegos de luces dan un paso más allá en cuanto al nivel de ambientación logrado. Es éste último punto el que ayuda definitivamente a lograr una experiencia única, ya que el trabajo de luces es soberbio, jugando con luces móviles, figuras en el fondo del escenario y rayos láser, que sin ser recargados en ningún momento, funcionan complementando la música como si de un instrumento más se tratase. Desde luego el técnico se lució como un artista más, trabajando sin descanso al compás de la música y enriqueciendo más si cabe la velada.
La última parte se centró en los temas de The wall, alcanzando el paroxismo en el penúltimo tema, la obligada versión de Another brick in the wall, donde la puesta en escena alcanzó su punto culmen, figura hinchable con luces incluída. El público enloqueció con la interpretación, como era de esperar. Para cerrar la noche toda una delicia, una espléndida interpretación del Comfortably numb, con un solo final a la altura del original. Tras lo cual los músicos saludan al público con satisfacción y el batería y nuestros doloridos pies nos recuerdan que han estado dando batalla durante ¡tres horas y cuarto! Algo que en casi cualquier otro concierto es impensable.
Qué decir del grupo, músicos excelentes que interpretaron a la perfección los temas originales, recreando hasta el último detalle de los mismos, desde los sonidos de sintetizador, replicando cada timbre, hasta el uso de una guitarra slide y un theremin, con los que el cantante hace gala de su talento interpretándolos además de tocar la guitarra, por si fuera poco. Mención merece también el segundo guitarra, que se desenvuelve estupendamente con el saxofón, y las coristas, que con una voz prodigiosa también tuvieron su momento de lucimiento.
Pero no todo es un tributo incondicional, también había hueco para la improvisación en la mayoría de solos y eso añadió personalidad a las interpretaciones. El público participó en los momentos que se prestaban a ello, los que requiere este tipo de música, aunque el ambiente general en cada tema era de absoluto recogimiento y disfrute, salvo contadas excepciones. Y aquí hago una crítica y me tendréis que perdonar, pero no entiendo que algunas personas gasten su dinero en acudir a un concierto para estar todo el rato mirando el móvil o hablando, más aún en un concierto de temas de Pink Floyd que por su naturaleza invitan a la introspección y a disfrutar cada nota. Que alguien se pierda, por ejemplo, el apoteósico solo de guitarra del Comfortably numb por estar charlando y echando unas risas es algo que nunca entenderé, no al menos en este tipo de música.
Desde luego uno regresa a casa con la sensación de haber visto algo irrepetible, tanto por la puesta en escena como por la entrega de los músicos, a los que hay que agradecer la cantidad y calidad de los temas. Y es que como decía más arriba, uno se preguntaba si David Gilmour estaba ahí disfrazado para tomarnos el pelo, en el buen sentido, claro.
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Comentarios
Iré a verles a Santander.