Jul 16 2011
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Roberto, el adiós de un pecador inoxidable
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Funeral de Roberto

Roberto González Vázquez, Rockberto, cantante, letrista, confundador e icono del grupo malagueño Tabletom

Murió en la madrugada del domingo 12 de junio en el Hospital Clínico de su ciudad de Málaga por un fallo multiorgánico y respiratorio tras 19 días de ingreso hospitalario

Texto y fotos: Héctor Márquez

En realidad, murió de rocanró, tal y como comentaron sus cientos de seguidores y amigos en el cementerio de Parcemasa

Allí se le dio un último adiós, laico y ácrata, como fue Roberto, ocupando una capilla y cantando alguna de las canciones del grupo sin dejar que casulla alguna se asomase. Roberto fue una suerte de Diógenes finisecular, hijo de la guasa y el cartón. Un personaje inimitable que reunió en el lo mejor y lo peor de la quintaesencia de una ciudad tan sobrada de talento, e ingenio surreal, como atrapada en su propia molicie de luz eterna. Roberto fue y será un símbolo callejero, tan entrañable para las personas –no hay malagueño que no guarde una anécdota suya- como molesto para el poder, primo hermano del gran Silvio, con quien tanto surrealismo y espíritu libertario compartía.

Tabletom nació a mediados de los años 70, gracias al encuentro entre un Roberto ya veinteañero, ingenioso, conossieur vital, musical y literario, tipo menudo, contrahecho y carismático, un líder natural con el bolsillo lleno de invitaciones al viaje interior, con dos adolescentes que adoraban la música, los hermanos Ramírez. Perico y Pepillo, guitarra y flauta respectivamente, fueron quienes realmente sostuvieron al grupo en su accidentada vida de más de 30 años. Sí, porque Roberto llevó una vida impecable en el lado salvaje. Tras abandonar muy pronto su aseado trabajo de empleado de banca y un matrimonio, Roberto decidió que jamás firmaría un papel más en su vida ni se sometería a más dictado que el de su conciencia, ya estuviera zen, alterada o en trance de estarlo. Y así fue, para cruz de los Ramírez que siempre supieron que todo el talento musical de Tabletom –inspirado por el movimiento del rock underground sevillano y catalán y la querencia por el rock progresivo y jazzístico de los Van der Graaf Generator, Ian Anderson, Gong, Peter Hammill o Soft Machine, adobadas por las letras surreales de Roberto, al principio y más tarde del poeta malagueño tardomodernista Juan Miguel González- no podría sostener las espantás toreras de su líder. A pesar de ello, Tabletom ha dejado no pocos discos. El primero, Mezclalina (1979, RCA), una producción de Ricardo Pachón, surge en paralelo al primer disco de Veneno, aunque se publica después, y desde ahí se funda una relación de amistad entre ambos grupos. Al poco editan Rayya, en una cinta de casette y ya han comenzado los 80. Al igual que le pasó a Veneno, no eran buenos tiempos para aquellas músicas inspiradas en el cannabis, el tripi, la mezcla y la improvisación.

Hay períodos de cambio en el grupo. Silencios discográficos, vaivenes personales. Los Ramírez y otros miembros del grupo se convierten en afamados músicos de estudio –Pepe acompañó en sus giras a Paco de Lucía- y en profesores de Conservatorio. Pero la llama nunca muere. Montan otros combos, como Rockberto y Los Castigos. Se pelean y se buscan. Roberto es imposible, pero es único y nadie puede dejar de quererle. En los años 90, merced a la grabación que hace Extremoduro en el disco Agila de un tema de Roberto, Me estoy quitando, se le vuelve a prestar atención a los Tabletom. Vuelven a grabar. Llega Mario Pacheco con Nuevos Medios y les graba Inoxidable en el 92. De esos años son discos como el directo Vivitos y coleando (Antequera Records, 1995) con colaboraciones de Raimundo Amador y Danza Invisible, La parte chunga (1998. NM),  y, ya en esta década, 7000 kilos (NM, 2002) y el recopilatorio Lo más peor de Tabletom (NM 2004). Cada vez escribe menos Roberto, cada vez acompañan más su voz con coros porque su cuerpecillo de chamán de Tolkien, sus pulmones y su cuerda vocal de cuervo afónico empieza a agotarse.

Funeral de RobertoSus últimos años tienen aroma a despedida. Además del DVD en directo Tabletom: 30 años de rock, en el último disco Sigamos en las nubes (Kankana, 2008) no son suficientes los cameos y colaboraciones de gente de Delinqüentes, O’Funkillo o Chambao, ni el virtuosismo de los músicos del grupo. Ya Roberto apenas canta, la gasolina se acaba. Los días de Roberto son cada vez más flamencos. A veces sus actuaciones resultan penosas, pero sus fans le adoran y como siempre tuvo más arte que nadie, son capaces de justificar una peregrinación llena de castañas por un día inspirado. Como Curro Romero, era capaz de lo más sublime y lo más abyecto. En el cementerio muchos chamullaban en voz baja que con Roberto había muerto Tabletom, algo discutible desde el punto de vista musical, pero innegable desde la perspectiva emocional y simbólica. ¿Una recomendación? Un puñado de canciones -escritas por Roberto o Juan Miguel González- como Somos tipos duros, Me estoy quitando, El vampiro, Pescaíto Frito, Málaga, Reggaé del amor, o, en fin, los emocionantes, Gudalmedina y Tango, poemas biográficos donde el carisma inimitable de Roberto, gurú del humor socarrón, pecador ejemplar, brilla como en sus comienzos.

Como él decía: “er día que yo me vaya, que me echen tres en uno, que yo quiero irme suave y sin dá ruío ninguno”. Sus amigos no le dejaron.

Con él se ha ido un misterio y el mayor líder natural popular que ha dado Málaga. Documentales, exposiciones y libros sobre su legado y memoria se aprestan ahora a acabarse para rendirle pleitesía. Nadie sabe qué pasará ahora con Tabletom. Pero Roberto ya se ha hecho inoxidable para siempre.

En la siguiente página algunos enlaces sobre Roberto.



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