Del 19/10 al 19/12/2018. Sala Ibn al Jatib.
Texto: Fernando de la Rosa | Fotos: Antonio Lafuente dP
Parafraseando a Paul Éluard, “Hay otros mares pero están en este” [1], en referencia al Mar de Alborán.
Mirar el mar es mirar también el cielo, se dirían unidos por su reflejo, siempre cortados en simetría por la línea maestra del horizonte, recta, intangible. Mirar el mar no es mirar al vacío, aunque se le parezca. Mirar el mar es mirar su profundidad a través de un espejo de cielos que se mecen en las olas, mirar hacia dentro, en lo profundo, como hacen los desesperados y los marinos, los pescadores y los enamorados, los paseantes y los bañistas, los artistas. El mar se muestra a veces como el alma del que le mira, como nuestro propio anhelo. Sereno, azul de luces vivas y destellos, o alterado, bravo e hirviente de espumas, el mar agita nuestro anhelos, como remueve la arena de los tiempos. Malos tiempos (…para la lírica).
Sed de mar, ansia de luz, reflejo de ojos perdidos y pasos silentes. Eterna fuga por la línea del infinito horizonte. Antonio Lafuente retrata el mar, su mar de enfrente, en el silencioso transcurso del tiempo y la fría piel de las olas, bajo la presencia de cielos de cromatismo imposible o grises presagios. En esta muestra fotográfica, en la Sala Ibn al Jatib, Lafuente recoge algunas impresiones de su sostenida y contemplativa mirada al mar —y al cielo— en las que nos habla de su fascinación por la luz cambiante de un paisaje que nunca es el mismo. Dos medios transparentes por naturaleza que conforman la frontera de nuestra condición ‘terrestre’ y opaca. Una lucha eterna por la luz, de dos mundos de aire y agua. Antonio se asoma al balcón de su mirada y abre el objetivo de su cámara.
Desde la perspectiva de la educación, ¿cómo hemos enfocado estas imágenes?,¿qué hacemos con ellas? La propuesta de Antonio Lafuente bordea los espacios íntimos de la mirada contemplativa, intimista, que reconoce el mar como un espejo del alma, o como un alma gemela. El relato de su búsqueda nos invita a pasear detenidamente por la playa, junto a las olas, las rocas, mirar el horizonte, desde lo alto, embeberse de luz y espuma, de líquidos colores.
Nuestra ubicación, tan próxima al mar, nos regala el encuentro directo en la playa. Existen para ello dos ámbitos bien diferenciados, como saben muy bien los artistas: uno es el contacto directo con el motivo, con la naturaleza en este caso, el plein air. Otro es la elaboración de las imágenes, materia prima de nuestras obras, en el taller. Los dos ámbitos forman parte del proceso creativo. La obra se va conformando desde que comenzamos a mirar, a partir del instante en que la pensamos; detenemos la mirada y acto seguido interponemos el objetivo entre el motivo y el ojo. Ahora. Una imagen se ha guardado en la memoria digital del aparato y la miramos con cierta desconfianza en la pantalla. Comenzamos nuestra aventura plástica con el relato primigenio de un fogonazo en la retina. Una página tras otra y el relato se va construyendo. Primero el mar, así, como una cosa. Y pensamos: hay más. El mar es el reflejo, el cielo sumergido. El color indefinible, la transparencia… y la arena mojada, salpicada de piedrecillas y conchas, de huellas. El mar es la ola, la espuma, el movimiento que nos atrapa en su rítmico vaivén, el sonido de las caracolas muertas. ¿Cuántos aspectos tiene el mar? ¿Es eterno, el mar? El mar me inunda de manera diferente a los demás, lo sé porque mis cavidades del alma son distintas. El mar llega hasta las más profundas y luego se va, como hace con la arena, dejando huellas… como algo escrito que no sabemos descifrar, pero que nos gusta tanto leer.
Algunas imágenes de Antonio Lafuente nos hablan de esa escritura. Conceden al tiempo un protagonismo de mágico artista eterno, y señalan el nacimiento poético del acontecimiento. Sucede ante nuestros ojos, no sin cierto aire de misterio, pero en raras ocasiones nos mostramos dispuestos a registrarlo en imágenes. Puede ser insignificante para el espectador, acostumbrados como estamos a ver mares y cielos cada día por todo el mundo, pero el acontecimiento, por nimio que sea, no es nunca irrelevante para la naturaleza y mucho menos para el artista, que nos lo ofrece elaborado desde su imaginario: observamos cómo la elección del instante nos permite acceder al pensamiento creativo, al relato de lo escrito fugazmente en la naturaleza.
Sin buscar un asunto en concreto, salvo el propio mar en sus irisaciones diarias, el artista devuelve a nuestros ojos instantes vistos alguna vez en el reflejo de nuestros días. La luz del cielo alumbra el lento fluir del mar hacia el horizonte, un espectáculo tan hermoso y tan frecuente, tan grandioso. El artista se deja impresionar por los cielos ardientes o por una tormenta en gestación. Por un barco que viene de lejos y va más allá, deslizando la piel de olas de un mar que se extiende ante nuestros ojos, y penetra por ellos hasta dentro, ahí donde se juntan las luces de la inmensidad.
Una ola llega, abrazando suavemente a una piedra solitaria, para irse después lamiendo la arena. La piedra permanece a la espera de un nuevo encuentro. La secuencia se presenta en cinco exquisitas fotografías.Sabemos que el encuentro sucederá de nuevo, el agua volverá a acariciar la piedra, una y otra vez, hasta borrar sus aristas, ya vencidas. Pero la imagen, que nos habla del instante, pervivirá haciéndonos soñar con el presagio de un abrazo.
En otra serie de fotografías, tomadas siempre desde el mismo lugar y en distintos momentos del día, Lafuente encuadra el mar y el cielo cotidianos. Reflejos y ráfagas, que por su objetivo se revelan y desvelan colores que se mezclan con nuestro recuerdo de los días y de las sombras. Arden las nubes o se hielan, pasan rozando las líneas ásperas de la mar, o se deshilachan en colores de un espectro crepuscular, como de una antigüedad romántica y marmórea.
El conjunto de cielos y mares, que en ocasiones no se corresponden con el mismo momento captado por la cámara, sino que se entremezclan en dramáticos contrastes, recrea una suerte de secuencia de vívidos tonos que se realzan unos a otros, en vivísimo maremagno cromático. A cada cielo, una respuesta del mar. Cada mar busca su cielo en confuso teatro de luces. Buscamos respuestas en las turbulencias del color, presagio de otros —nuevos— amaneceres.
Acogemos con entusiasmo la propuesta de Antonio Lafuente, para ir con nuestras cámaras cerca del mar. Trataremos de mirar y escuchar, de ver y comprobar cómo el mar nos inunda. Y contarlo luego con las imágenes tomadas en el líquido encuentro. Nos atreveremos a intervenir esas imágenes que primero procesa el ojo, luego la mente y después la materia. Cortar, pegar y colorear; construir la mirada incipiente. Comprender la imagen y nuestra proyección sobre ellas, en series, secuencias, videos, fotografías que conformarán las páginas de un relato, libros de artistas adolescentes, ojos que descubren el reflejo de su propia mirada, imágenes que albergarán el pensamiento diáfano de una experiencia artística singular.
[1] Desde hace más de 4.000 millones de años, la cantidad de agua que existe en La Tierra en todas sus formas (líquida, sólida y gaseosa) incluso en nuestros cuerpos, ha permanecido invariable, y desde esa fecha podemos considerar que cualquier gota de agua, de una forma u otra, ha recorrido todos los mares que nos rodean.
Fotografías de Antonio Lafuente dP
Sala Ibn al Jatib. C/ Sorolla,38.
29730. La Cala del Moral.
Horario: de lunes a viernes, de 9 a 15h. Tardes, cita previa (951293501)