Oct 7 2012

Teatro Cervantes, 05/10/2012

Bailarina con dos abanicos Samsara feliz pero sin Nirvana. El Víctor Ullate Ballet trajo su espectáculo Samsara al Teatro Cervantes el pasado viernes

Texto: Carlos Guerrero | Fotos: José M. Cortés

Creer que podemos encontrar algún placer duradero y evitar el dolor […], un ciclo sin esperanza que se repite indefinidamente una y otra vez y nos causa grandes sufrimientos.

Esto es lo que el budismo denomina el "Samsara" en palabras de Pema Chödrön. En la traducción coreográfica, Victor Ullate parte de un momento crítico en su vida en el que se acerca a la filosofía oriental que conoció en visitas a la zona de donde provienen las músicas étnicas que se escuchan en Samsara.

La necesidad del autor de expresarse en momentos cruciales de su existencia ha sido una constante en la historia de la creación artística, cargándose la obra de tanta fuerza en su origen que bien puede prescindir del artificio melodramático que banaliza y torna lo verdadero en sombra de caverna.

Transparencia de telón sobre los bailarinesPreside la sala la proyección de un ojo cerrado sobre el telón translucido cuando irrumpe una ambulancia que al llegar al hospital da paso a una sucesión de cortes de vídeo que borran cualquier atisbo de bondad en la condición humana: la invasión salvaje del Tíbet, el hongo nuclear emergente de la bomba atómica, la niña que huye a ningún sitio con la piel hecha jirones por el napalm, cadáveres arrojados a fosas comunes en el holocausto y otras secuencias desgarradoras que hacen retorcerse al público en sus butacas. Estas imágenes por manidas y evidentes en su búsqueda de epatar, conmueven más que emocionan mientras en la penumbra el ballet al completo hace su aparición con una coreografía basada en movimientos de Tai-chi. Aquel ojo enorme que ahora malamente vigila desde el telón de fondo representa el del propio Ullate, quien concibió la idea en un sueño mientras estaba postrado en una mesa de quirófano. A partir de aquí una selección de proverbios y citas acompañados de un fundido en negro abrió cada uno de los 14 actos en que se divide el espectáculo. La iluminación fue correcta y tenue en general y el vestuario, a cargo de Ana Güell, transitó entre lo cromático y lo lúgubre según lo requería la coreografía con atuendos propios de la India más "bollywodiense", otros vestidos de corte oriental e incluso hábitos talares. La escenografía fue parca.

El paso a dos inicial de Dorian Acosta y Ksenia Abbazova devolvió la paz y la calma perdida en la inquietante entrada. Ambos, principales del Victor Ullate Ballet, sobresalieron por su gracia y plasticidad de movimientos, si bien fue la estilizada figura masculina, con un físico hecho por y para la danza, quien destacó entre las demás por su talento y expresividad.

Elongación de piernas de la bailarina con dos abanicosSe sucedieron las coreografías individuales y grupales en una búsqueda de la felicidad con bailarines oferentes de gestos acompasados y extensiones gráciles. En general, gustaron más las danzas grupales destacando la larga escena que representó la represión de la mujer y la condena a la homosexualidad por un poder tiránico, con una composición musical conseguida e inquietante a base de voces quejumbrosas que se fundían con sonidos punzantes y distorsionados. Fiel a la idea del Samsara quiso el director del ballet devolvernos la paz espiritual con una vuelta a los pasos más coloridos, escenificando así la perpetua singladura circular que nos acabará por conducir al Nirvana al prescindir de las banales tentaciones terrenales. Cerca del final, una enérgica y tribal coreografía masculina de grupo en la que también hubo tiempo para los lucimientos individuales arrancó los aplausos más espontáneos de la noche en el Teatro Cervantes.

Para concluir, el ojo que hasta entonces permaneció atento en el telón de fondo como ciego testigo acabó por abrirse para presenciar la ofrenda floral que un inmaculado cuerpo de baile acercaba al proscenio como muestra de gratitud, que se prolongó, quizá en exceso, cuando tras el enésimo fundido en negro apareció el propio Ullate para recibir las pleitesías de su elenco y de todos los allí presentes que aplaudían en pie.

Es Samsara, en resumen, un espectáculo intimista que sin tomar riesgos une la danza occidental con el mundo oriental y tiende puentes entre la danza contemporánea y el público lego sin que ello menoscabe la obra o impida pasar un rato agradable o incluso nos invite a reflexionar en su mensaje. Traigo aquí como ejemplo una de las citas que se proyectaron entre escenas: "el problema es que piensas que tienes tiempo". Saquen sus conclusiones.


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