30/01/2021. 38 Festival de Teatro de Málaga. Teatro Cervantes.
Texto: Mariola Aguilar | Fotos: Promocionales / TC
etras de neón, al más puro estilo americano de los sesenta, con el nombre de nuestro protagonista ocupando el centro de la escena atrapan nuestra mirada a la espera de la acción. Desde esa antesala, se intuye una simbiosis entre lo clásico y las propuestas menos convencionales que nos acompañarán durante hora y media. Un mobiliario burgués cubierto con sábanas que nos trasladarán de estancia con sólo destaparse, unos paneles de papel pintado donde se perfila un Cristo crucificado, un caldero, un perchero y un maniquí de sastre portando el vestuario de cada personaje, junto a cuatro paneles sobre el suelo que irán iluminándose para situarnos en la hoguera, en la cruz, en el purgatorio o con San Pedro.
Torquemada, tetralogía galdosiana adaptada magistralmente al teatro por Ignacio García May. Cuatro novelas hiladas al chasquido de dedos de su maestro de ceremonias, Pedro Casablanc, pasando por cada uno de los estadios que nos acercan al protagonista ya fallecido y de quien cada personaje hace su particular retrato. En la hoguera, en la Cruz, en el Purgatorio y San Pedro se convierten en las cuatro etapas que nos llevan a perfilar la vida de un protagonista ausente. Torquemada, coincidiendo en nombre con el inquisidor de quien alardeaba descender, es un usurero que, a partir de la pérdida de su hijo Valentino, trata de reparar sus faltas, llevándole el destino a casarse con una joven aristócrata arruinada para volver a engendrar a su hijo -quien le ha pedido en sueños volver a nacer-. Entre tanto, deja de ser usurero para hacerse hombre de finanzas y senador, promocionando en el orden social del Madrid decimonónico, sin dejar de lado las desgracias que le persiguen ni el tono satírico frente al retrato social que se presenta.
Una interpretación sublime y compleja de Pedro Casablanc en los noventa minutos de monólogo ininterrumpido, bajo la dirección de Juan Carlos Pérez de la Fuente. Desde el inicio y al ritmo fresco de un minuetto, el espectador se hace partícipe del guiño del que será cómplice al ver cómo el actor muta su piel en cada personaje. Pedro Casablanc se transforma frente al público, con un sencillo vestuario diseñado por Almudena Rodríguez Huerta, en una sirvienta, en un cuñado ciego que no acepta la relación con su hermana, en una cuñada que animaba al usurero a gastar para ajustarse a su nueva posición social y en un sacerdote que le acompañó en sus últimos momentos. La gestualidad de cada uno de esos personajes, perfectamente adecuada en su teatralidad que no esconde, nos lleva a trazar sus motivaciones y sus personalidades que se convierten en reflejo de las clases sociales de la época. No en vano, el recorrido por este particular Vía Crucis comienza con el relato de la sirvienta de Torquemada en la hoguera. Dos mantones y un cuerpo encorvado son suficientes para caracterizar a una anciana que conocía la intimidad del hogar del usurero y no tiene reparos en contar sus mezquindades.
La usura, la ceguera, el purgatorio,...
Con una tormenta que amenaza fundir las luces de neón, vamos transitando al siguiente capítulo que nos acercará a un ciego que se convertiría en cuñado, a su pesar, del protagonista. Tras la búsqueda desesperada de mendigos para dar limosnas y así expiar las faltas para salvar el alma de su hijo moribundo, Torquemada llega al hogar de los Águila, una familia aristocrática completamente arruinada por un contencioso interminable en el que el usurero pondrá orden y fortuna. Estamos en la Cruz y en el preámbulo del suicidio del cuñado ciego que no llegó a aceptar el matrimonio por conveniencia de su hermana. A tientas su acertada gestualidad que nos transmite la falta de visión y la percepción acusada de otros sentidos. En la siguiente parada, nos detenemos en el Purgatorio, donde la hermana del ciego, Cruz, se convierte en la perfecta anfitriona de gestos refinados en sus manos que nos hablan de su pasado de alta alcurnia. Y es que sus manos se convierten en un baile de salón que nos pasea por el escenario con pose de diva, mientras relata la ascensión social del marido de su hermana animado por ella a gastar ese dinero que tanto le dolía para ajustarse a la imagen de su nueva clase social. El usurero acepta por el orgullo que supondrá para su futuro hijo. Un hijo que nacerá frágil y servirá para llevarnos a la última estación de este trayecto donde será un cura quien nos acerque a esos últimos momentos de Torquemada.
En este estudio social galdosiano, se negociará el salvoconducto a la otra vida a cambio de su fortuna. Estamos en la última novela, Torquemada y San Pedro, y se descubre entonces el motivo que ha sido el hilo conductor de todas las etapas: conocer cuáles fueron sus últimas palabras. Este cura sobrio y con suave deje andaluz, nos revela ese misterio que no deja de serlo tras ser conocido: su último aliento dejó en el aire la palabra conversión.
Una puesta en escena discreta donde cada elemento estaba en su justo lugar para dotar de significado y acompañar sin hacer sombra a cada uno de los personajes interpretados por el actor. Los sonidos y juegos de luces perfectamente engranados con el texto y el clima emocional se convierten en los temporalizadores que nos conducen de una escena a otra, o mejor dicho, de una novela a otra que no es poco. Y, sin duda, la rotunda interpretación de Pedro Casablanc fue digna del aplauso en pie de todo el público de un Teatro Cervantes que sigue apostando (y agradecemos) por apoyar una Cultura segura.
Gran trabajo actoral, de dirección, de adaptación de textos y puesta en escena. ¡Un lujo celebrado con letras de neón!
Pérez de la Fuente Producciones
Basado en la tetralogía de las novelas de Torquemada de Benito Pérez Galdós
Versión Ignacio García May
Con Pedro Casablanc
Dirección Juan Carlos Pérez de la Fuente
Una producción de la Comunidad de Madrid
1.30 h (s/i)
| Sin eventos |
