13/03/2015. Teatro Cervantes.
Texto: Paco Bernal | Fotos: Facebook Don Juan y cfLópez
El personaje de Don Juan ha devenido en mito universal, pulula por el imaginario colectivo popular, por la cultura en general, por la literatura en particular, y hace del escenario su espacio perfecto. Perfecto por lo que de representación, juego y artificio, tiene en esencia la personalidad del personaje.
Son muchos los autores que han recreado el mito y abonado su universalidad, de todos ellos el más popular es el de Zorrilla. Y contra él combate Blanca Portillo.
Combate. La palabra está traída muy a propósito. Portillo descodifica el mito y lo recodifica sometiéndolo a una reinterpretación con perspectiva digamos que moderna que tiene como directa consecuencia la destrucción del mito. Y totalmente fuera de las esferas culturales del pobre don José Zorrilla.
Esta versión es un cuadrilátero boxeo. En el rincón de la derecha Blanca Portillo con su bagaje y sabiduría teatral –que es mucho y profundo- y una conciencia ética crítica clara y que se dispone a develar la maldad del personaje. En el rincón de la izquierda el Don Juan Tenorio de Zorrilla dispuesto a traspasarnos el corazón con su epítome del drama romántico. En medio los actores que se debaten, bracean, boquean en esta guerra sin cuartel. Y a fe que lo hacen con arte, esfuerzo y entrega.
¿Es Don Juan un tipo malvado, depravado, modelo de destrucción, machista y acosador sexual o un tipo encantador y malote, pendenciero, gallardo y atrevido a quien el amor redime? Blanca Portillo cree que lo primero, Zorrilla que lo segundo. Esto es la guerra.
Respetando el verso y la palabra del Zorrilla, Blanca Portillo contextualiza la acción e interpretación hasta forzar su sentido.
Las consecuencias son varias, la más grave es que no hay donde descansar la mirada ni con quien soñar, don Juan no empatiza con los espectadores, que son llevados a uña de caballo por el laberinto del folletín.
Nos quedamos sin héroe romántico al que asirnos. El espectáculo es desolador. No hallamos donde descansar el alma.
Los personajes se transforman en este combate: don Juan, ya está dicho es un maldito depravado sin remedio. Su padre, un tipo violento. Doña Ana de Pantoja es atrevida. Brígida una lujuriosa manipuladora. Ciutti pasa de criado a sicario…
Se incorporan nuevos personajes o roles. Una cantante –que interpreta en las transiciones- embarazada –suponemos símbolo de futuros a decodificar por el público-. Un mozo de taberna que tras huir de un casi abuso de menores por parte del mesonero acompaña a Ciutti a todas partes… Acólito de sicario, a buen seguro puesto también ahí por la directora como símbolo a desentrañar.
Blanca Portillo sigue la peripecia donjaunesca pero mezcla estilos teatrales que difuminan la trama.
Tras las escenas de la taberna y la calle en clave dramática pasamos al rapto en el convento pero ahora en clave de farsa.
Y tras esto, en la hacienda de Don Juan, un realismo descarnado, el culmen del romanticismo es arrastrado por el suelo de lo pedestre y falsario pues mientras recita su famoso “no es verdad ángel de amor que en esta apartada orilla…” don Juan se asea con descaro sin prestar atención a doña Inés o incluso burlándose poniendo retranca en el verso. Para de repente sufrir un súbito enamoramiento con solo ver a la novicia desnuda un segundo, sin transición ni apoyos ni correspondencia con lo comprendido hasta ahora del personaje. El epítome de la maldad se disipa. Tanta execración volatilizada de un plumazo ante el hecho simple de una mujer desnuda, él, que “por donde quiera que va, atropella la razón, escarnece la virtud, burla la justicia y vende las mujeres”.
Se descarna la pieza como en matadero y no quedan sino los huesos. Huesos que ya no encuentran nada que sostener: el regreso años después a Sevilla de don Juan a su palacio reconvertido en panteón, la cena con el comendador se convierten en una coda interminable, desprovistos de suspense. Para concluir en un teatro de ceremonia y rito en su última escena, ya totalmente exangües.
Blanca Portillo no repara en mientes para contradecir al autor. Cuando –como indica en su obra Zorrilla- en el último segundo el amor de doña Inés salva a Don Juan de las llamas del infierno en la postrera escena, ésta, tras recitar su último verso de amor y consuelo y salvar y redimir al mito se acerca a don Juan… y escupe sobre su cadáver.
Lo que subyace tras tan titánico esfuerzo es precisamente la inutilidad del esfuerzo. En esta lucha no hay vencedor porque tras el escupitajo de Doña Inés sobre el cadáver de Don Juan todo queda en paisaje desolado, paisaje después de la batalla.
Y tres preguntas:
¿Era necesaria esta patada al mito en la boca de Zorrilla? ¿Por qué retorcer un clásico para hacerle decir lo contrario de lo que indican sus versos? ¿No hubiera sido más prudente y sabio escribir una obra nueva para mostrar esta moderna visión del donjuanismo?
** Paco Bernal es coautor de Don Juan memoria amarga de mí. Revisión del mito que plantea un don Juan anciano recogido en un monasterio y acosado por su pasado. Espectáculo que ha obtenido el Premio del Público al Mejor Espectáculo en el Festival de Bello Horizonte, Brasil. Y el Premio del Público en el Certamen Nacional de Teatro Garnacha Haro
Don Juan Tenorio.
Avance Producciones Teatrales
Compañía Nacional de Teatro Clásico
Teatro Calderón de Valladolid
Autor: Zorrilla
Versión: Juan Mayorga
Con: José Luis García-Pérez, Luciano Federico, Juanma Lara, Francisco Olmo, Eduardo Velasco, Daniel Martorell, Alfonso Begara, Alfredo Noval, Miguel Hermoso, Raquel Varela, Tania Watson, Beatriz Argüello, Rosa Manteiga, Ariana Martínez y Eva Martín
Música original: Pablo Salinas
Dirección: Blanca Portillo
> duración 2.20 h. (s/i)
| Sin eventos |
