16/03/2013. Sala Gades.
Una obra para mayores y pequeños que hace reflexionar sobre el problema del medio ambiente y del consumismo de una forma divertida e interactiva.Texto: Rosa Parra Moreno | Fotografías: Facebook de la Cía.
Con solo tres actores en escena hacen creer que hay al menos diez personajes, mediante el cambio rápido de caracterización, el ritmo trepidante y el movimiento. Los frecuentes cambios de escenas y de escenografía son realizados por ellos mismos, en oscuro, con música de fondo, con agilidad y efectividad.
Es una historia muy sencilla con una trama fácil de seguir pues va dirigida a niños. Con los malos y buenos muy delimitados, sin grises, pero al menos les dejan la posibilidad de cambiar al final de la obra. Hay canciones y juego interactivo de un actor con el público.
La acción se sitúa en un futuro no muy lejano, en que las niñas y los niños está imbuidos en sus aparatos tecnológicos y han olvidado la imaginación, pues estos aparatos, como en la actualidad, lo hacen todo por ellos. Paralelamente sus padres y madres están imbuidos en el consumismo y se han olvidado de compartir con sus hijos y de hacerles pensar por sí mismos. Esta actitud lleva a que un listo de turno, en este caso un niño de mente superdotada, sea capaz de inventar e inventar cada vez más aparatos tecnológicos para los niños y las niñas y de crear y crear cada vez más falsas necesidades de consumir para sus progenitores. A tan alto grado llega la ambición de este chico que logra robar las voces de las personas con lo cual ya tampoco pueden comunicarse entre sí. Esto repercute en el mundo y el medio ambiente en el que viven, donde nadie es feliz, todos están alineados/as y la basura y contaminación se come las calles. Cuanta menos comunicación y relación entre los personajes de este cuento, más montones de basura y de deterioro se acumulan en el exterior como un fiel reflejo del interior de estos personajes.
Pero hay una niña, Ximena, que no se deja engañar por este mundo artificial y continúa guiándose por su intuición y desarrollando su imaginación. Es la única que puede enfrentarse a Musso, el niño inventor. Pero lo hará con la ayuda de un viejo sabio, que en realidad es el abuelo de Musso, y de un vaquero un tanto loco y despistado. También se habla de los artistas y del mundo del arte como reducto de la imaginación y la salvación, pero están arrinconados en un barrio en las afueras de la ciudad y son perseguidos por la nueva oligarquía del poder consumista.
En una posible y personal lectura, cada espectador o espectadora puede entender que la excesiva mecanización y el excesivo consumismo pueden llevar a una superficialidad que omita la disciplina, el esfuerzo personal, la satisfacción del trabajo bien hecho por uno mismo, la alegría de ser autosuficiente, de compartir con los demás, de ser solidarios.
Está bien ver de vez en cuando teatro infantil, este grupo me ha parecido muy fresco, con mucha capacidad de improvisar en directo, sin pretensiones, ni dogmatismos. Con simpatía y buen humor, se atrae la atención de los más pequeños. Y no rebajan la calidad porque se rebaje la estatura del espectador. Además, en el diálogo se hacen constantes guiños a los acompañantes mayores, que desatan la risa o al menos sonrisa al comprobar que no han sido olvidados en esta fiesta.
Por supuesto el final es feliz y lleno de esperanza, se hace tomar consciencia de a donde nos conducen ciertos comportamientos y situaciones que estamos viviendo, pero nos ofertan soluciones para evitar el desastre.
El ladrón de voces de Ery Nizar. Dirección: Inés Gandiaga. Reparto: Noelia Galdeano, Mariché López y Steven Lance.
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