20/01/2018. Teatro Echegaray. 35 Festival de Teatro de Málaga
Texto: Laura Luna Rivas Zorrilla | Fotos: Promocionales
Por mucho que se sentimentalizara, este asunto del sexo era una de las relaciones y ataduras más antiguas y sórdidas. Los poetas que lo glorificaban eran hombres la mayoría. Las mujeres siempre habían sabido que había algo mejor, algo más elevado. Y ahora lo sabían con más certeza que nunca. La libertad hermosa y pura de una mujer era infinitamente más maravillosa que cualquier amor sexual. La única desgracia era que los hombres estuvieron tan retrasados en este asunto con respecto a las mujeres. Insistían en la cosa del sexo como perros. Escribe D.H. Lawrence en uno de los primeros párrafos de la novela en la que esta obra de teatro se basa. Jane –o Lady Chatterley- se defiende, sola, ante un tribunal. Sola en un monólogo-alegato de su absoluta libertad.
Lady Chatterley -que ya no quiere ser Lady y mucho menos Chatterley- despotrica, humilla, insulta, avergüenza, menosprecia, denigra hasta el ridículo al hombre que le quiere quitar la mínima pensión que le queda para subsistir autónoma y libre. El hombre es millonario y no quiere divorciarse. Es su marido y está parapléjico desde la guerra. Jane –ex Lady-, esposa de noble millonario, hija de padre libertino, hermana de mujer culta y educada, madre de hijo ilegítimo, amante de un guardabosques, reclama su derecho a no permanecer más casada con él. Cuando se casaron quizá ya sospechaba ella su no-amor hacia él. ¿Sospechaba él la incapacidad de satisfacerla aun con tierras y millones? El matrimonio es un contrato y se firmó libremente. Ella reclama su derecho a darse cuenta ahora de lo que no vio entonces. Ahora es cuando cuenta: atender a la humanidad y dejar a un lado la nobleza, tanta legalidad.
Jane no se esconde. Está sola en el escenario y cuenta con lujo de detalles los “hechos”, todo lo que hizo bien, regular o rematadamente mal, pero todo. El director, ayudante de dirección y dramaturgo -todos hombres- ponen a Ana Fernández -la actriz- sola ante la sala del tribunal –nosotros- los espectadores, o la sociedad entera. Todos lo elegimos libremente, pero ninguno se atreve a salir en mitad de la función, ni Ana a romper lo pactado. Cuesta romper los pactos y, más aún, que los otros lo rompan. Dejar que el otro cambie de opinión. “Todos los cuerpos tiene lunares”, dice uno de los hombres -el dramaturgo-, “y es posible vivir una vida entera sin conocer los tuyos”. Tu cuerpo. Un cuerpo sin papeles ni documentos. Un cuerpo de mujer que decide conocerse y romper los pactos si es necesario para ello.
Solicito desnudarme, quedarme completamente desnuda como prueba para el juicio. Porque tengo un cuerpo, y esta evidencia, este “hecho”, es fundamental para entenderme, adjetivarme, verme realmente –dice (parafraseando libremente) la demandada. Viéndola tan sola en primera línea del escenario, ¿realmente queremos que se desnude? Humanización contra estética. La novela de D.H. Lawrence, El amante de Lady Chatterley, estuvo más de treinta años prohibida por contener escenas explícitas de sexo. ¿Y qué hubiéramos hecho nosotros con una actriz enfrente nuestra, sola, mirándonos, desnuda? Da pudor verse los lunares tan expuestos en ese juego de espejos que es el teatro. Pero Jane sí se va desnudando, con mucha ironía, perseverancia y un poco de té, hasta que ya no le queda más y manda al “hijo de la Gran Inglaterra” que es su marido y todo lo que él representa, al pasado. Y se desnuda sobre fondo rojo y regala una silueta sin ropa pero llena de toda la humanidad que acaba de ganarse, adjetivada, poética.
Marzo Producciones con el apoyo de Comunidad de Madrid
De Roberto Santiago inspirado en El amante de lady Chatterley, de D.H. Lawrence
Con: Ana Fernández
Dirección: Antonio Gil
1.10 h. (s/i)
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