Otra vuelta a la rueca y de la rueca a la pluma. Sinceramente, en todas las entrevistas que forman la almadraba que empezó siendo red de entrevistas a poetas, me he quedado con las ganas de avanzar alguna que otra pregunta segun se iban desvelando las respuestas. Esto ha sido para no modificar el objetivo primigenio y no menoscabar las anteriores realizadas. Pero en este caso he tenido que morderme la boca y cerrar el ordenador cuando Ángel L. Montilla ha introducido un elemento que, hasta la fecha, no había sido mencionado ni tratado y que a mí me toca muy especialmente, dado el tiempo que he dedicado durante muchos años a ello: Las inteligencias múltiples. Tendrá que quedarse para otra ocasión.
Entrevista: Miguel Ángel Barba | Fotos: aportadas por el autor.
Aforo Libre: ¿Para qué "no sirve" la poesía?
Ángel L. Montilla Martos: Para ganar dinero.
A. L.: ¿Cómo llegaste a la poesía y cuáles fueron tus comienzos... Tus primeras lecturas tus primeros pinitos?
A. L. M. M.: Todo empezó en la adolescencia, bajo el influjo de Bécquer, Lorca, Miguel Hernández y las letras de los grupos y cantautores del momento. La Elegía a Ramón Sijé quizá fue el primer texto poético que me conmovió. En realidad escribí antes relatos que poemas, pero poco a poco la poesía fue ganando terreno, de la mano de la música y de su musicalidad inherente. Más tarde descubrí ancestros versificadores en mi abuela materna y en mi propia madre. Algún gen se conjuró para llevarme a este mundo de “silabas cunctadas, ca es gran maestría”.
A. L.: ¿y después... pasaste por colectivos poéticos, revistas...?
A. L. M. M.: Para mí fue decisiva una persona y un colectivo. En el instituto donde estudié, Sierra Bermeja (Málaga), impartía clases un amable amante de la educación y la poesía, Dámaso Chicharro, que capitaneaba el taller de creación Tediria, formado por alumnos y profesores. Una vez al año sacaban una revista. Yo les dejé un relato en el buzón y me lo publicaron. Luego me buscaron entre los mil y pico alumnos y me encontraron. Desde entonces comencé una amistad con algunos de ellos que continúa hasta hora. No sería quién soy (sea quien o lo que sea) sin haber pasado por aquella experiencia junto a profesores y compañeros. Algunos siguieron escribiendo, otros (en contra de mi opinión) lo fueron dejando. Al final quedamos pocos en activo. El taller continuó y más tarde salieron de allí más artistas (actores, cantautores y poetas).
Treinta años después nos volvimos a reunir con motivo del cincuenta aniversario de la creación del instituto y comprobamos que el amor por la poesía seguía vivo en todos ellos y ellas.
Justo el año en que empecé a ser profesor, Dámaso Chicharro se acordó de mí y publicó mi primer libro de poemas, La dulce faena, en una colección con autores totalmente consagrados. Fue un honor inmerecido.
A. L.: ¿Dónde has publicado y qué hasta ahora...?
A. L. M. M.: Son demasiadas publicaciones ya para enumerarlas todas. Entre libros de poemas y plaquettes van ya unos seis: 56 versos (antología porosa), La dulce faena, Igual desarreglo, Múltiplos de uno, A estas alturas y A propósito. Los dos últimos son autoedición con la editorial Círculo Rojo. El resto son de instituciones públicas como la Diputación de Málaga.
Por otra parte he publicado muchos poemas sueltos, relatos y artículos en revistas y libros colectivos de España (entre ellas) Suecia, Dinamarca, Venezuela y Japón, donde han sido traducidos varios de ellos.
También he escrito varias novelas cortas en la editorial SGEL de Madrid y he estrenado algunas obras de teatro en festivales y teatros de Andalucía. En el mundo audiovisual me he atrevido con un cortometraje disponible en la red (Ese maldito yo) y he colaborado como productor en vídeos educativos para la misma editorial SGEL. Y nunca he abandonado del todo la música. Desde hace años colaboro esporádicamente con mi grupo de la adolescencia, Talycual, con el que he hecho algunas grabaciones y videoclips (también en la red) y del que suelo acompañarme desde hace unos años en todas las presentaciones y recitales que hago.
A. L.: Dicen algunos que poeta no es solo quien escribe, sino también quien vive como un poeta... O dicho de otra forma, la poesía no solo se escribe sino que se vive, ¿o habría que decir que se sobrevive a ella...? o ¿quizá sea un mito?
A. L. M. M.: Ya recordó Borges que la palabra “poeta” proviene de una voz griega que significa “hacedor”. Desde ese punto de vista cualquiera es poeta. Por otro lado, siempre he tenido una visión amplia de la poesía, como una manipulación del lenguaje para conseguir algún efecto. En ese sentido la poesía puede darse también en la prosa, en el cine, en la publicidad o en el lenguaje coloquial, que es, si me apuran, el más poético, el más alejado de lo que llamó Roland Barthes el “grado cero” del lenguaje y la escritura, el que más distorsiona la lógica, la sintaxis y la semántica. Otro asunto es si la gente es consciente de ello o no. Reparo que, por cierto, cabe hacerse también con los poetas.
A. L.: ¿ y... cómo es el día a día de un poeta?
A. L. M. M.: Depende de su ocupación. Los poetas parados supongo que se levantan a las tantas y se quedan hasta altas horas de la madrugada escribiendo o viendo anuncios de la teletienda. Los poetas que, por suerte, trabajamos y cotizamos para nuestra jubilación vamos a nuestros puestos, compramos en supermercados, visitamos a amigos y luego ya cada cual hace los que puede y/o quiere. En mi caso toco (no muy bien) instrumentos musicales variados, canto (peor todavía) o busco la galaxia de Andrómeda con el telescopio. Los habrá que planten calabacines y los habrá pendencieros, taciturnos, alcohólicos, hiperactivos, esquiadores…
Creo que la única diferencia que existe con el resto de personas es que a veces se nos puede ver repiqueteando con los dedos en la mesa para contar sílabas. Los poetas que actúan como poetas me parecen sobreactuados.
A. L.: ¿En que se diferencia un poeta de una “persona normal”?
A. L. M. M.: En lo del cómputo silábico digital anteriormente mencionado.
A. L.: ¿Cual es tu rutina, tu mecánica y tu método de escritura?
A. L. M. M.: Yo siempre estoy barajando palabras, continuamente. Las palabras son casi como mis neuronas. En algún momento de este continuum logorreico se da un cruce fortuito y salta la chispa. De ahí se pasa al papel, preferentemente sucio y feo (creo que Antonio Gala tiene la misma manía), como símbolo de humildad. Luego, si la cosa crece y funciona, se pasa más a limpio y de ahí, al ordenador, donde el poema espera a otros compañeros para formar un libro.
Para la prosa, la música, el cine y el teatro es igual, pero el proceso posterior es más arduo. Por suerte unas palabras (o unos acordes, melodías o imágenes) llaman a otras y al final todo acaba teniendo algún tipo de sentido.
A. L.: ¿Eres de los que llevan siempre un block o papel para ir anotando todas aquellas ideas que van surgiendo da igual donde se esté? ¿Piensas como Pablo Picasso que "la inspiración existe pero tiene que pillarte trabajando.. o como Umberto Eco que "Nada es más nocivo para la creatividad que el furor de la inspiración"?.
A. L. M. M.: Siempre voy con papel y cálamo. La dicotomía inspiración/trabajo no la entiendo demasiado, aunque comparto más lo que dice Picasso. Lo de Eco quizá va más referido a la parte analítica y racional posterior, al proceso de pulido y ajuste del resultado final, ya sea del poema o del libro. Y eso sin contar los requisitos técnicos que mandan la tradición y los cánones. Cuando se escribe un soneto, por ejemplo, hay que racionalizar y medir más que un ingeniero de la NASA: rimas, número de sílabas, posición de los acentos, contenido semántico…
Aplicando la teoría de las inteligencias múltiples de Howard Gardner, diríamos que el poeta es alguien que tiene muy desarrolladas la inteligencia verbal o lingüística, la intrapersonal, la musical y la lógico-matemática. Esto último les sorprende mucho a mis alumnos. Cuando les cuento los entresijos técnicos de la poesía, la exactitud matemática en la colocación de una sílaba, de un fonema a veces, casi siento cómo crujen sus cabezas, cómo perciben la poesía como lo que es, una “gaya ciencia”, que decían en la Edad Media. No es ninguna casualidad la relación que establecían los griegos, sobre todo los pitagóricos, entre música y matemáticas, por un lado y música y poesía por otro. El lenguaje musical está repleto de términos matemáticos (tres por cuatro, una séptima…) y de lo Apolo con su lira, que dio nombre al género poético, pues poco hay que añadir.
A. L.: ¿Cómo nacen tus ideas... Piensas que las ideas "inspiradoras" solo nacen de las vivencias y estímulos que recibes y vas construyendo a lo largo de tu vida... O pueden fluir cuando menos te lo esperas incluso sin tener nada que ver con tu entorno y vivencias?
A. L. M. M.: Siempre estoy pensando palabras, uniones de palabras, versos sueltos, hallazgos retóricos, inicios de argumentos. A veces las palabras provienen de una conversación cotidiana, de un libro, de una película o de una noticia. Otras son el fruto de la dinámica interna de mi mente logofílica o, más bien, como dije antes, logorreica.
A. L.: ¿Cuales son tus referentes a la hora de escribir, "tus temas", de qué cosas escribes o puedes escribir y de cuales no, nunca, jamás...?
A. L. M. M.: Dicen los que la leen que mi poesía es fresca, densa, pelín irreverente, culturaloide, cuasi-neorrealista, cargada de un peculiar sentido del humor… algo así como Quevedo, pero con menos amargura existencial. Parece claro que escribo más para la inteligencia que para los sentidos y/o los sentimientos. Otra cosa es que esta suerte de poesía intelectual (que Borges practicaba y consideraba una paradoja) acabe levantando algún sentimiento conocido, remoto o ignorado hasta el momento en algún alma o cerebro.
El amor es uno de los grandes temas que apenas trato. No es que no crea que su existencia o que no lo sienta, es que no me hallo cómodo “cantando al amor”. Ya hemos tenido suficientes bécqueres y adolescentes melancólicos, desdeñados e hiperhormonados.
Con los “grandes temas” siempre hay que tener mucho cuidado. Son terreno minado para el poeta, que pude incurrir en redundancia, pleonasmo y banalidad. De Matsuo Basho y sus secuaces he aprendido que es preferible escribir sobre una hormiga transportando una pipa que sobre “la belleza del mundo animal”.
A. L.: ¿Tus influencias son fácilmente identificables, se asoman o dejan ver en tus versos o son adecuadamente controladas para que lo que surja finalmente sea una forma identificable, un todo representativo claramente personal?
A. L. M. M.: Yo soy muy de citar y de dejar claras mis fuentes. No me obsesiona la originalidad. Es uno de esos mitos románticos que colocamos al frente de cualquier evento creativo. Ha habido grandes creadores que han sido creativos, pero no excesivamente originales. Ahí está todo el Renacimiento (Garcilaso entre ellos), que bebían de las fuentes de la antigüedad grecolatina sin ningún pudor, a caños y barreños. O el gran Picasso, que vampirizó el arte prehistórico y africano. De manera que siempre ando soltando citas explícitas o implícitas de mis fuentes (Nicanor Parra, Ángel González, Homero, Antonio Machado, The Beatles…) para que se sepa de dónde vengo, aunque ignore las más de las veces hacia dónde voy.
A. L.: ¿Buscas la creación de estructuras para tus libros, o escribes poemas de manera libre y el tiempo ya dirá o terminará destapando elementos y descubriendo aspectos que conforman unidades o relacionan entre sí a diferentes poemas?
A. L. M. M.: Solo en el caso de A estas alturas concebí el libro como un conjunto de poemas con una unidad temática a la que más tarde di estructura interna. En el resto se trató de una mera acumulación de poemas. Ahora bien, una vez escritos y acumulados sí que he estado (¿perdido?) muchísimo tiempo estructurándolos de manera más o menos minuciosa, afortunada, críptica o incluso cabalística. Y misteriosamente al final todos esos poemas que iban naciendo como les plugo sí tenían muchas cosas (temáticas o formales) en común y en el fondo, sin que ellos y yo lo supiéramos, eran un libro.
A. L.: En plena sociedad de la inmediatez y la prisa, ¿de dónde saca tiempo un poeta para escribir...?
A. L. M. M.: Esa es precisamente la gran ventaja del poeta en los tiempos que corren. Un poema no tiene por qué ocupar demasiado tiempo y es fácil abordarlo en cualquier avión, autobús o consulta de dentista. Los autores de haikus, coplillas y epigramas están en su salsa. En cambio, Homero, el pobre, arrastrando tantos hexámetros por los taxis… Y no digamos ya los novelistas decimonónicos, ensartando peripecias vitales y descripciones infinitas. Buenos tiempos para la lírica (concisa).
A. L.: ¿Es o debe ser un poeta un comprometido con su tiempo... un militante de algo... implicarse socioculturalmente,,, piensas que la poesía debe ser "un arma cargada de futuro", o se puede ser poeta sin dejarse llevar por lo que acontece...?
A. L. M. M.: La poesía no es un arma, es un instrumento para remover la conciencia de cada lector al nivel que sea, personal, social, espiritual… Hay momentos históricos en los que la poesía debe bajar a la calle, como dijo Blas de Otero. En España eso pasó en los cincuenta y sesenta porque los demás instrumentos críticos estaban atenazados por la censura dictatorial. Dada la circunstancia de que los mismos censores no entendían muy ien los poemas y de que no tenían un gran alcance social, se colaron críticas demoledoras hacia el régimen, que eran impensables en el cine, la novela o el teatro.
Hoy en día esas funciones las cumplen partidos, sindicatos, redes sociales… La poesía puede hacer saltar el pensamiento lineal (que diría Edward de Bono) de alguien y ofrecer un nuevo punto de vista sobre las cosas. Más tarde la suma de estos cambios ndividuales puede provocar movimientos colectivos, pero eso ya depende más del azar y de circunstancias que se escapan al poder del poeta, salvo que este ostente algún papel
socializador, público o de liderazgo. En ese sentido atribuyo a la poesía un papel
parecido más sutil y largoplacista, como el de la educación.
A. L.: Pablo Neruda dijo que: La Poesia no es de quien la escribe sino de quien la usa...
A. L. M. M.: Totalmente de acuerdo. El autor no es dueño de lo que dice. A veces puede que ni siquiera sea consciente de todo lo que escribe. Hace tiempo un amigo hizo una interpretación de la métrica de un poema mío en la que yo nunca había reparado. Solo sentía que ese verso cojo, sin rima, descuadrado del resto del poema (que era un romance), quedaba bien así. Fue un lector el que le aportó el significado total a un hecho poético que yo había generado, pero, al parecer, no de manera plenamente racional.
A. L.: ¿Es cierto eso que pienso a veces... que la poesía nos acorrala en un rincón de nuestras conciencias... hasta que escribimos y es entonces cuando nos deja escapar y nos libera... aunque solo sea por unos instantes, hasta que volvamos a sentirnos de nuevo atrapados por ella?
A. L. M. M.: Como escritor sí tengo en muchas ocasiones la sensación de que un poema me atrapa y no puedo escapar de su influjo hasta que no lo acabo y, mejor aún, hasta que no lo publico. Otras veces los poemas están ahí, latentes, hibernando, y van y viene a ráfagas. En una de ellas lo remato.
A. L.: ¿Será verdad eso que dicen que la poesía solo la compran los poetas?
A. L. M. M.: Una de mis obsesiones es hacer accesible la poesía al mayor número posible de gente. Es algo innato en mí y reforzado por mi profesión docente. Por eso mis temas suelen ser tan cotidianos, tan anti-“culturales” o, en palabras del maestro Nicanor Parra, tan anti-“poéticos”. Luego la cosa se complica y acabo escribiendo textos más enrevesados y culturaloides de lo que me proponía. En la presentación de A estas alturas, el poeta José A. Mesa habló de mí como un francotirador del panorama de la poesía española. De ahí que no sea conocido, ni mucho menos famoso. No frecuento los círculos del poder cultural (tampoco los ataco). Hay que des-polvar la poesía, quitarle la pátina profesoral, historicista, cultural…, bajarla del pedestal, maltratarla si cabe. Uno de los recursos que más uso en este empeño es el humor. Y no es una gran novedad si se piensa un poco: Horacio, Jayyam, el Arcipreste, Antón de Montoro, Quevedo y otros muchos lo usaron en diverso grado y con diversa fortuna.
A. L.: ¿Qué lee un poeta como tú que no se haya leído ya...?
A. L. M. M.: Últimamente leo poca literatura. Los profesionales de la lengua y la literatura acabamos un tanto ahítos tanto de clásicos como de estar constantemente al tanto de las novedades. Con respecto a estas últimas, se supone que debemos estar en perpetua tensión informativa. Una vez me preguntó la cajera de un supermercado (que me conocía) si estaba bien o mal no sé qué novela de María Dueñas. Mi maestro Miguel Romero Esteo lo decía en las clases de Sociología de la Literatura: si quieren ser originales no lean lo que leen los demás, lean tratados de agricultura. Así que entre alguna novela o libro de poemas recomendado muy especialmente por alguien, voy metiendo lecturas a-literarias. Últimamente leo mucha historia, psicología, historia de las religiones, filosofía… En mi mesilla anda ahora The prehistory of Mind de Steven Mithen, que comparte tiempo con una antología de poesía china del siglo XX, una colección de relatos zen japoneses, una historia de la conquista del espacio, una biografía gigantesca de Augusto y un par de novelas, una de Bradbury y otra de Foster Wallace.
A. L.: ¿Está tocada y herida la poesía... o está más viva que nunca?
A. L. M. M.: En cierta ocasión me preguntaron algo parecido para una antología de poesía joven. Dije que no, que la poesía lleva miles de años renqueando, mutando, colándose en otros géneros, disimulándose en canciones, anuncios y aforismos… y que ya me resulta imposible concebir la muerte de la Poesía. Otra cosa es la poesía stricto sensu, es decir, los libros de poemas de los que nos hacemos llamar poetas. Esos aguantaremos residualmente siempre, como lo hicieron Baudelaire, Bécquer o Fernando Merlo.
A. L.: ¿Es posible la poesía colectiva o es más bien un acto "íntimo y discreto"?
A. L. M. M.: Es posible, pero inusual. Yo he participado en algunos experimentos con varios poetas y resultados variables. En unos casos el proceso fue el objetivo. La hilaridad invertida en el asunto mereció… iba a decir la pena, pero es que no paramos de reír en tres o cuatro horas. En otro caso el producto final puede ser publicable, pero todavía está en marcha y no puedo adelantar mucho.
A. L.: ¿Cómo ves el nivel y la calidad de la poesía actual? Hay muchos poetas jóvenes contemporáneos, ¿cuáles destacarías o sientes más cercanos, cuyas obras poética te parecen más destacables o incluso más cercanas a la tuya?
A. L. M. M.: La verdad es que no estoy muy “en el ajo” y no sigo al minuto lo que se escribe ni publica, dejando al margen a algunos amigos. Me ha gustado mucho, por ejemplo, el último libro de Aurora Luque, la poesía de José Mesa Toré o González Vera. Pero querría aprovechar la ocasión para rescatar del olvido a uno de los mejores poetas con el que he tenido el gusto de convivir, Joaquín Ríos Arrabal, que no es ningún joven, pero ha sido injustamente olvidado por la cultura oficial española.
A. L.: Volviendo al principio y a los orígenes, esos que nunca deben ser olvidados porque suponen nuestras referencias primigenias... ¿Algunos poetas de los de siempre que son imprescindibles y nadie debería dejar de leer nunca?
A. L. M. M.: Para mí son vitales Machado (los dos, pero mucho más Antonio), Matsuo Basho, casi todo el 27 (con Lorca, Alberti y Salinas a la cabeza), Miguel Hernández (para los que no lo incluyan en la lista anterior), Gloria Fuertes, Quevedo (a pesar de sus posturas políticas y raciales), Bécquer, Espronceda, Cervantes (el del soneto al túmulo de Felipe II), Jorge Manrique, Omar Jayyam, Whitman, Pessoa, Kavafis, Nicanor Parra, Borges (el poeta también), Neruda, Horacio, Catulo, Safo… y seguro que me dejo a más de uno en el tintero.
A. L.: Y regresando al presente: ¿Algunos poetas actuales o contemporáneos que son imprescindibles y nadie debería dejar de leer nunca?
A. L. M. M.: He aludido a algunos en una pregunta anterior, pero sumaría a Ángel González, Alfonso Canales, Javier Egea, García Montero, Jiménez Millán, Luis Alberto de Cuenca, José Mª Álvarez, Daniel Lázaro, Alberto González Vázquez…
A. L.: ¿Quién crees que deberíamos entrevistar para este espacio dedicado a la poesía y qué pregunta le harías?
A. L. M. M.: A Joaquín Ríos.
Pregunta A Joaquín Ríos: ¿Dónde hay más poesía en una antología o en el vuelo de una paloma?
Esto no es, Noé, lo que aquel día
pactamos a la sombra de un manzano:
Yo te creo a mi imagen, ser humano,
y a cambio tú me rindes pleitesía.
Pero vas con reptil alevosía
me hurtas el huerto, matas a tu hermano
y me alzarás un dedo, orgullo insano
de babilónica albañilería.
Hasta el triángulo estoy ya del pecado:
así que una paloma mensajera
pon al mando de todo lo creado,
vete haciendo de clavos y madera
un barco antidiluvios con tejado,
úntale pez y ciérralo por fuera.
(de Múltiplos de uno)
Como a estas alturas
comienza ya a preocuparte
el otrora tan lejano, tan ajeno asunto,
me regalo y te regalo un buen consejo:
procura morir en primavera.
Que el último día de tu existencia
amanezca adornado
por fragancias y brisas tibias.
Que en tu entierro
luzca un sol suave y amable,
que una orquestina de grillos
marque el paso de tus deudos
entre arriates recién regados.
Que abejorros desvergonzados
zumben bajo las pamelas
de tu antiguas amantes.
Que ninguna tormenta
sacuda los corazones más o menos contritos,
que ninguna niebla,
ninguna nevada
impida el acceso al camposanto
de los coches recién adquiridos de tus viejos amigos.
Que la noche que te velen
huela a espliego y mejorana,
y los dolientes desempolven
consabidas consignas consolatorias,
mientras las salamanquesas
esperan junto a las farolas a la incauta polilla.
Aunque a esas alturas
poco te incumba a ti
tu propia muerte y sus aledaños,
procura morirte en primavera.
Así tu ausencia será más leve
entre tanta vida.
(de A estas alturas)
“No sé si estoy en lo cierto;
lo cierto es que estoy aquí”
Leño
Aquí estamos,
en el único lugar y momento
en el que indudablemente estamos,
si dejamos de lado
metempsicosis pitagóricas o indostánicas
y cuánticas teorías de universos paralelos.
Podríamos estar o haber estado
en cientos de camas,
en ascensores de cristal,
bajo farolas anaranjadas,
o en un féretro en Basora,
en cualquier parada terminal
de una línea de autobuses de Helsinki,
en un arriate en Cadaqués
arrancando malas hierbas,
cortando cabezas en París
hace dos siglos aproximadamente,
mirando una ciudad milenaria
desde el Monte Coronado,
rozando con el dedo
la piel hipnótica de Cleopatra,
alimentando tigres en un zoo australiano,
pintando acuarelas en Dublín,
cantando Ne me quitte pas en Iguazú,
tomando el té con Goebbels,
empezando a coger el sueño bajo un olivo
a tres metros y pico de Jesús de Nazaret,
sacando patatas de las tierras del Bierzo,
calculando eclipses en Babilonia,
comprando tabaco en Brooklin,
leyendo por cuarta vez Cien años de soledad,
bailando con Uma Thurman
bajo las rayas perturbadoras
de un merendero en Torremolinos,
cosiendo un botón de la casaca de Bismarck,
hirviendo arroz en el templo Rioanji de Kioto,
doblando películas de Fellini al guaraní,
contando flamencos en Doñana,
dando saltos ligeros por la Luna,
encendiéndole un cigarro
a Albert Camus bajo la lluvia,
admirando nubes en la terraza,
recordando teoremas o besos furtivos,
llorando en un rincón de la clase…
Pero no,
no estuvimos ni estamos
en casi ninguno de esos momentos y lugares.
Tenemos que aceptar humanamente
que nuestro destino es este:
tú aquí, ahora,
oyendo estos versos
y yo terminándolos de leer.
Asúmelo de una vez.
Yo ya lo he hecho
y no me va muy mal del todo.
(de A propósito)
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