Entrevista: María del Mar Fernández | Fotos: Victor Clavijo
Víctor Clavijo, actor, músico y fotógrafo participará en el 36 Festival de Teatro de Málaga con la obra The Lehman Trilogy, que se podrá ver en el Teatro Cervantes los próximos días 23 y 24 de enero.
Fue estrenada el pasado verano en los Teatros del Canal de Madrid con gran éxito de crítica y de público, de hecho está considerado uno de los mejores montajes del 2018. Hablamos con él de sus inicios como actor, de su pasión por la fotografía y, por supuesto, de cómo se originó y se trabajó el proyecto dirigido por Sergio Peris Mencheta.
“Estábamos tan centrados en contar la historia durante el proceso de ensayos, que no nos paramos ni un instante a pensar en si iba a ser un éxito o no”
“Sergio nos iba enviando cada día notas por wasap —él estaba rodando en Los Ángeles la serie de HBO, Snowfall—, resolviendo nuestras dudas sobre el personaje, sobre el texto, sobre los temas musicales. Tenía la puñetera función montada en su cabeza de principio a fin”
“En tan sólo tres semanas, Sergio montó un primer esbozo de toda la obra. Es algo que sólo pudimos haber hecho gracias a que todos habíamos hecho nuestra tarea durante los meses previos: memorización de un texto complicado, ensayo de los temas musicales y la concreción de Sergio con respecto a cómo quería montar cada escena”
“Sabía que sería actor, y eso me bastaba”
“Fotografiar es pintar con luz, al menos para mí”
“Una foto es un Presente congelado en el tiempo”
“La fotografía me ha dado muchísimo: me ha permitido poner la mirada fuera, conectarme con mi alrededor, con el otro, con el presente, valorar la luz, el instante, la belleza de las cosas cotidianas”
Aforo Libre: Hace ya veinticinco años que dejaste Algeciras para estudiar interpretación en Madrid, ¿han cambiado mucho los sueños de aquel joven con los del actual Víctor?
Victor Clavijo: Cuando vine a Madrid sólo soñaba con poder hacer teatro y vivir de ello. En la peor de mis proyecciones me imaginaba mal-viviendo en una buhardilla comiendo pan con mantequilla pero feliz de poder hacer teatro. A partir de ahí, todo lo bueno que me vino fue un regalo inesperado. Los sueños evolucionan y cuando uno va quemando (o cumpliendo etapas, aparecen nuevas metas o motivaciones. No es bueno ni malo, es sencillamente humano, y quizá sea necesario para no aburrirse en la vida. Desde bien pronto pude vivir gracias a mi oficio, de modo que cumplí con ese sueño inicial. Lo bueno es que mis expectativas, cuando vine a Madrid, no eran ni de éxito ni de triunfo. De hecho no creo ni que tuviera expectativas. Sabía que sería actor, y eso me bastaba. Si me iba a ganar la vida haciendo teatro de calle, haciendo de estatua viviente en el Retiro, teatro alternativo, comercial, etc., me daba igual. Con esa idea, abandoné Derecho (estudiaba en Granada, en el año 1993) y me vine a Madrid a hacer las pruebas de ingreso en la RESAD. Había tomado la decisión íntima y secreta de ser actor a los 15 años, pero no materialicé ese sueño hasta 5 años después, en que lo dejé todo para venir a Madrid a estudiar interpretación. Los 4 siguientes años de estudios en la RESAD fueron formidables: ocho horas diarias de interpretación, historia del teatro, literatura, esgrima, danza, canto, etc., que me hacían vivir lo que un día imaginé cuando, 5 años atrás, leí "La construcción del personaje" de Stanislavsky e imaginé lo fantástico que sería estudiar algún día en una Escuela de Actuación como la que se describía en el libro. Al mismo tiempo que estudiaba en la RESAD, estudié Doblaje en una escuela de un clásico pionero del doblaje, Salvador Arias, pupilo directo de la generación del 27 (un día nos trajo a clase a Rafael Alberti, al que recibimos cantando el himno de "las guerrillas del teatro", que cantaban en el 36). Algún verano, entre curso académico y curso académico, trabajé en doblaje en RTVE; otros veranos trabajaba haciendo figuraciones, animaciones, disfrazado de Mozart repartiendo publicidad de un banco que regalaba un CD con temas de Amadeus. Hasta que a los 22 años, al mismo tiempo que estudiaba en la RESAD, conseguí un representante y ya vinieron los primeros trabajos en televisión: papeles episódicos al principio, luego la serie Menudo es mi padre y más adelante Al salir de clase.
A. L.: Un tiempo bien aprovechado. Eres actor y fotógrafo, dos modos de observar pequeños detalles que suceden a tu alrededor, ¿qué impulso te lleva a coger la cámara y hacer foco sobre algo que sucede en la cotidianidad? ¿Y por qué el blanco y negro en tus fotos?
V. C.: Imagino que por deformación profesional por todo lo aprendido o visto como actor y espectador de cine, teatro… No puedo evitar valorar lo que pasa a mi alrededor en términos de imagen; a veces es una luz, otras veces un rostro, en otras ocasiones es una composición de elementos en el espacio y muchísimas veces es un momentum, un instante, una escena que transcurre delante de mí y que quiero congelar para siempre y que tenga un gran poder evocador de ese mismo instante. Mi madre estudió fotografía cuando yo era pequeño (revelaba carretes en casa) y mi padre era también un gran aficionado, de modo que no es extraño que esta disciplina me llamase la atención bien pronto, aunque nadie me enseñó nada al respecto. Hace unos 8 años volví a interesarme por la fotografía (no cogía una cámara desde hacía unos 18 años). Empecé con la fotografía digital y tomé algún curso para aprender a revelar digitalmente las fotografías. Pero al poco tiempo, y gracias a un amigo director de cine, Jesús Ponce, me volví a interesar por la fotografía analógica (la fotografía fotoquímica, en película, como se hacía antes). Empecé a leer muchísimo sobre fotografía, a estudiar y acumular fotolibros de grandes fotógrafos y descubrí la magia incomparable del revelado y el positivado fotoquímico. La fotografía me ha dado muchísimo: me ha permitido poner la mirada fuera, conectarme con mi alrededor, con el otro, con el presente, valorar la luz, el instante, la belleza de las cosas cotidianas… Me ha dado un motivo para viajar y hablar con desconocidos que me llaman la atención, para desarrollar un espíritu aventurero del que, sin cámara en la mano, carezco por completo. Y la fotografía analógica, en concreto, me ha enseñado a discriminar, a elegir qué merece la pena ser fotografiado y qué no, a saber cómo va a quedar la fotografía sin necesidad de mirar la pantallita digital tras hacerla, me ha enseñado a ser paciente a la hora de hacer la foto y, sobre todo, a no tener ansiedad por ver el resultado. La fotografía analógica te ayuda a entender la Fotografía. A todo esto, añádele la emoción de revelar tú mismo tus carretes y ver al trasluz los negativos por primera vez y luego positivarlos. Fotografiar es pintar con luz, al menos para mí. El blanco y negro fotoquímico o, como se dice ahora, analógico, aparte de ser más sencillo en cuanto al revelado y positivado, tiene para mí un poder evocador y de abstracción bastante importante. No sabría explicarlo muy bien, pero una foto en blanco y negro, al menos para mí, pertenece al Tiempo, a un pasado más inespecífico. Y eso me gusta. Y, por supuesto, tiene un dramatismo per se que es más difícil de conseguir con el color (a menos que seas un maestro de la luz).
Hay una frase del Fausto de Goethe, que es con la que Fausto vende su alma a Mephisto, que reza: "Instante, detente, eres tan hermoso"; esta frase define, al menos para mí, la necesidad que tengo de fotografiar. Esa frase y el acto de fotografiar, a fin de cuentas, son el resultado de estar conectado al presente. Una foto es un Presente congelado en el tiempo.
A. L.: Un Presente que se mira con la misma pasión y detalle con la que se mira al ser amado. Hablemos de teatro. La obra con la que vienes al 36 Festival de Málaga, The Lehman Trilogy, se estrenó el pasado mes de agosto en los Teatros del Canal. ¿Os esperabais que fuese elegido por la crítica como uno de los mejores montajes del 2018?
V. C.: Yo creo que ninguno de los actores del elenco anticipábamos nada acerca del éxito de la función. Todos (director, actores, producción, equipo artístico y técnico), estábamos tan centrados en contar la historia durante el proceso de ensayos, que no nos paramos ni un instante a pensar en si iba a ser un éxito o no. Sergio Peris Mencheta, a quien conocí en Al Salir de Clase —hacíamos de hermanos— y a quien quiero y admiro desde entonces como si lo fuera de verdad, me planteó el proyecto un año antes de empezar los ensayos. Me pasó el texto, —se trataba de un poema en verso libre sin asignación de personajes— y me dijo que quería convertir ese texto en un musical. Me pidió que tomara unas clases de violín para uno de mis personajes y que estudiara unos temas muy concretos al piano. Él llevaba ya un año y pico trabajando diariamente en la adaptación del texto, y Litus Ruíz, también llevaba casi el mismo tiempo dedicado a la composición de temas musicales. En enero del 2018 empezamos a tomar clases de canto los fines de semana. Unos meses más tarde, empezamos a ensayar los temas musicales una vez por semana. Sergio tenía claro cuánto debía durar cada tema, de modo que el elenco creó antes la Banda de Rock que la Compañía de Teatro. Sergio nos iba enviando cada día notas por wasap —él estaba rodando en Los Ángeles la serie de HBO, Snowfall—, resolviendo nuestras dudas sobre el personaje, sobre el texto, sobre los temas musicales. Tenía la puñetera función montada en su cabeza de principio a fin. Era apabullante la precisión en los detalles y los referentes que te daba ante cualquier duda que le planteases por wasap. Todo este proceso fue antes de empezar los ensayos, durante el invierno y la primavera de 2018. Cuando Sergio regresó de EEUU para montar la obra, nos hizo hacer un curso de clown de una semana para crear un lenguaje común, una dinámica de equipo y unas claves que luego serían muy útiles a la hora de ensayar. Arrancamos los ensayos en junio, en una nave industrial al norte de Madrid, con la escenografía montada desde el primer día. Las jornadas de ensayos (6 horas diarias de lunes a sábados) eran agotadoras, muy físicas, con un calor bastante infernal. En tan sólo tres semanas, Sergio montó un primer esbozo de toda la obra. Es algo que sólo pudimos haber hecho gracias a que todos habíamos hecho nuestra tarea durante los meses previos: memorización de un texto complicado, ensayo de los temas musicales y la concreción de Sergio con respecto a cómo quería montar cada escena.
Las tres semanas siguientes las dedicamos a perfilar detalles, ajustar texto, ajustar ritmo y, sobre todo, a montar la obra que transcurre fuera de los ojos del espectador y que ha sido casi lo que más nos ha costado: lo que ocurre fuera de escena, el viaje de los elementos (vestuario, atrezzo, instrumentos, cambios de ropa…), que era una auténtica locura y que transcurre entre cajas, en el backstage. En un principio estaba planteado que los actores moviéramos la plataforma circular e hiciéramos las labores de regiduría, pero pronto se dieron cuenta de que necesitábamos ayuda en ese sentido. Hay una obra que ve el público, y otra que no ve y que es el estrés y la locura que hay entre cajas y en los entre actos preparando todo para el acto siguiente.
A. L.: Impresionante. El público no suele tener tantos datos de cómo se lleva a cabo un montaje de estas características y de seguro que con tus explicaciones van a valorar mucho más lo que van a ver sobre el escenario. Muchas gracias Víctor. Desde Aforo Libre, y en mi nombre, te damos las gracias por atendernos y de paso te deseamos una larga vida cargada de oportunidades, ilusiones, salud, por supuesto, y de mucho, mucho amor. Nos vemos por los escenarios.
De Stéfano Massini
Adaptación y dirección, Sergio Peris-Mencheta
Con Pepe Lorente, Víctor Clavijo, Darío Paso, Litus Ruíz, Aitor Beltrán y Leo Rivera.
Teatro Cervantes, días 23 y 24 de enero a las 20 horas.
Para más información sobre Víctor Clavijo:
https://www.instagram.com/victor_clavijo_actor
https://twitter.com/vctorclavijo
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