04/02/2019. Verso Libre.
Poema: Inmaculada de Pando l Foto: Hazen Sise
Esta semana se cumplen 82 años del atroz crimen.
Cometido contra la población civil malagueña que huía aterrada por la llegada de las tropas franquistas. Para recordarlo, porque nosotros sí creemos que la memoria es importante, para saber quienes somos y para entender de donde venimos, traemos hoy este maravilloso poema de Inmaculada de Pando. Nuestro agradecimiento a Jesús Majada por su colaboración en hacerlo posible.
El crimen de la carretera.
Probé los ricos frutos de la tierra
y me detuve frente al mar ensuavecido.
Contemplé la blancura encalada
que guardaba en silencio vuestras tardes.
Paseé por estrechas calles y me llevé prendidos
olores cotidianos.
Entonces no sabía…
Como aquel ocho de febrero, lucía sol en Málaga.
Pero entonces, las llamas, implacables, lanzaban al cielo el dolor.
Ya las jóvenes inglesas habían huido de sus blancas moradas
y nadie retrataba el olimpo de los pobres.
Sola, indefensa, ardía Málaga.
El plato a llenar cada día con el sudor ancestral de la tierra
yacía vacío.
En las calles estrechas, la vida oscura y desnuda
huía.
La ciudad olvidada, entregada a la masacre,
la ciudad inundada
de máquinas fieras,
de redentores lejanos,
del monótono canto de la Giovinezza.
El Carnicerito afila el cuchillo y respira satisfecho al alba:
cuatro mil almas no es mala cosecha.
Y la voz aterradora, burlona y soberbia, escupe palabras:
Un círculo de hierro os ahogará en breves horas.
¿Veis Málaga de este lado? ¿Veis que está roja?
Blancas las calles, blancas las casas…
Vacías…
Blancas...
No, no sabía.
Y, entonces, un día…
Como una revelación, un golpe seco al alma,
unos labios que tiemblan en un rostro cansado
hablan de miedo y muerte.
Y no eras tú, con tu vestido azul de diminutas flores,
delante de un cuadro descolorido,
no eras tú, conquistada por el tiempo,
piel trazada en mil pedazos,
Eras ella…
siete años, azabache en el pelo, en los ojos, miel,
y el llanto atado a las cuencas,
caminando por la carretera en una mañana de espanto.
Abres tus pequeños dedos, lentamente,
uno, dos, tres, cuatro… a tu lado, yacentes,
llevas en tus pupilas estampas de luto
y una lección siniestra.
Uno, dos, tres, cuatro, cinco…
Sólo están dormidos, ¡no los despiertes!
Y no sabes, pero quizás sí, y acaso sin palabras que lo vistan,
ya empiezas a descubrir
el olor de la muerte y cómo se asienta en los rostros
sin aviso.
Y aunque los párpados quisieran descansar
sólo un momento,
sigues caminando, con los ojos bien abiertos
para no quedar atrapada, como ellos, en su sueño.
No sabía…
Y encontré tu rostro enjuto y despierto,
tu bastón rabioso y tu voz firme,
tu relato vivo y fiel,
como un cuadro en movimiento.
La angosta carretera,
serpiente herida, roja, repleta.
Desde el mar, los cañones abren sus bocas.
Desde el aire, pájaros enormes con tripas de acero
picotean los cuerpos.
Lamentos condenados a morir entre la muerte.
Y hablas, temblando como un niño,
de aquella madre que amamantaba la muerte
sin querer verla.
Y para sobrevivir, eran lobos feroces, cuentas,
y no hombres,
y lo sabían,
y lloraban desconsolados como niños.
La mirada al frente y una única palabra
en la boca reseca:
Almería, Almería, Almería.
Doscientos cuarenta kilómetros separan la nada de la nada.
Como fantasmas se arrastran los cuerpos
sólo porque están vivos.
Y ahora sabes que era odio
aquella sorda mancha en tu pecho
de niño.
El mar, a tus años, aún te aterra.
Y donde hay rumor de espuma blanca
y azul mecido al viento,
sólo ves cuerpos cayendo al vacío.
Huyeron con colchones, platos, burros, ropas,
ollas, sábanas, rosarios, zapatos,
y algunos humildes tesoros…
Todo, todo iba quedando en el camino.
Cayeron los objetos, y después la ropa,
cayó la esperanza y cayó el olvido,
cayeron los cuerpos
y calló la vida.