Texto: Javier Titos García | Fotos: Editorial Candaya y web Serrano Larraz
Soy del parecer de que cuando un autor que merece la pena publica una nueva obra no está de más darle una oportunidad a trabajos anteriores.Candaya, editorial que actualmente es buque insignia en el mundillo literario a la hora de sacar a la luz a los mejores autores en lengua española a este y al otro lado del charco, acaba de publicar el último libro de este autor maño: Cuántas cosas hemos visto desaparecer. Así que veo necesario darle repercusión a publicaciones antiguas si así se consigue que un buen libro tenga una nueva oportunidad de ser descubierto por aquellos lectores ávidos de una literatura diferente, alejada en muchas ocasiones, por desgracia, de las listas de los más vendidos.
He de reconocer que me sorprendió la cantidad de buenas críticas que en prensa especializada cosechó la novela de Serrano Larraz, pero hubo una que casi hizo que la descartara. Julio José Ordovás, de La Vanguardia, se refería al escritor de la siguiente manera: “El heredero de la chupa de Bolaño”. No sé qué pensarán ustedes, pero cuando para reseñar una obra se tiende a personificar a un autor de éxito en otro, sobre todo si es un tótem fallecido, me echo a temblar. Incluso con este dardo, que en mi opinión en ocasiones puede hacer más mal que bien, le di una oportunidad y no me equivoqué; aunque de Bolaño en la obra de Serrano Larraz solo hay un aura vaga que se podría achacar a la influencia que otros autores hayan tenido en él.
Es un muchacho obsesionado por un siniestro comportamiento de su pasado: el acoso a una compañera de colegio, Laura Buey, a la que cree haber destrozado la vida y de la que después no ha vuelto a saber nada. Con un discurso oscuro, por momentos alucinado, rememora los actos de violencia que han tenido lugar en su entorno: las tribus urbanas de su juventud, la lucha de clases, las relaciones de pareja, la literatura, la familia y la amistad.
Se viste de retrato colectivo de la primera generación que accedió a Internet y convirtió los mitos privados en públicos, sirviendo como fresco generacional de aspectos tan universales como son la culpa, la venganza, la paternidad, la dificultad de afirmar la personalidad en una ciudad de provincias, la apropiación de las experiencias ajenas, las redes sociales, los ídolos y los personajes anónimos que guían y dinamitan al mismo tiempo nuestra educación sentimental. Todo esto para mostrar a un protagonista que evoluciona a través del desarrollo de los demás personajes que pueblan la novela, dotando al drama personal de un entorno en el que se desarrollan, en paralelo, subtramas que funcionan realmente bien a la hora de dar sentido de unidad al conjunto que se narra. Para ello logra un equilibrio complejo, con un tratamiento formal notable pero venenoso, valiéndose de planos contrapuestos que podrían haber sido palos en las ruedas del libro sin un cálculo acertado a la hora de estructurar el marco en el que la acción transcurre, ya que son varias las épocas por las que se mueven los personajes de la novela. Los lugares comunes recrean atmósferas que son reconocibles y que funcionan, la mayor parte del tiempo, aunque por momentos parecen hacer que se pierda el pulso de lo que se cuenta. Porque hay algunos capítulos que podrían considerarse innecesarios, pero que, por el contrario, funcionan a la hora de dotar de valor simbólico al relato, haciendo que ese sea el plano interesante de la novela, pues la trama quizá no resulte lo más remarcable del libro. Conforme se avanza en su lectura se nota que el autor deja de lado la densidad de lo meramente estilístico para disparar el desarrollo de los acontecimientos de una forma más directa y clara. Algo que algunos pueden tomar como un error, pero que en mi opinión responde a una apuesta personal del novelista para separar la primera de la segunda parte de la narración. Por otro lado, encuentro algunas debilidades, situaciones que podrían haberse narrado con una mejor ejecución, sin tanta nebulosa a la hora de elucubrar, sobre todo porque da la sensación de que no se ha sabido renunciar al fastidioso pero necesario arte de la poda para dejar ver el jardín tras algunos setos que no aportan nada. Puede que también se deba a una elección de estilo, pero el caso es que no se antojan necesarios. A pesar de esas flaquezas hay momentos en la novela que están por encima de ellas, y si el lector es capaz de coger la mano del escritor y no soltarla hasta el final, percibirá que por momentos el estilo poderoso y la forma en la que se destripan sentimientos y situaciones dejan claro que estamos ante un autor destinado a ser una voz muy personal en el mundillo literario nacional.
Estudió Ciencias Físicas y Filología Hispánica. Ha ejercido oficios diversos: cajero, ilusionista profesional, vendedor de libros, auxiliar administrativo y negro literario. En la actualidad se dedica a la traducción (suyas son, entre otras, las versiones españolas de una biografía de Nick Drake y de un libro que repasa la trayectoria del grupo Belle and Sebastian, ambas publicadas por Metropolitan) y, por supuesto, a la escritura. Se dio a conocer con el libro de relatos Órbita (Candaya, 2009), que lo colocó en la primera línea de los escritores de su generación. Es también autor de una novela, Un breve adelanto de las memorias de Manuel Troyano (Eclipsados, 2008). Bajo el seudónimo Ste Arsson escribió la novela paródica Los hombres que no ataban a las mujeres (1001 ediciones, Zaragoza 2010) Sus cuentos han sido incluidos en algunas de las antologías de narrativa breve más importantes de la última década: El viento dormido; nuevos prosistas de Aragón (Eclipsados, 2006, edición de Raúl Garica y Nacho Tajahuerce); Al final del pasillo (Comuniter, 2009, edición de Oactavio Gómez Millán); Pequeñas resistencias 5 (Páginas de Espuma, 2010); Doppëlganger. Ocho relatos sobre el doble (Jekyll and Jill, 2011) y Siglo XXI. Los nuevos nombres del cuento español actual (Menoscuarto, 2012, edición de Gemma Pellicer y Fernando Valls). Ha publicado también los libros de poesía Me aburro (Harakiri, 2006), y La sección rítmica (Aqua, 2007)