Desde hace un tiempo noto que me cansan las novelas, todo ese decorado impoluto para que los personajes hablen mientras hacen que viven. No somos así, el cerebro no es así: nadie piensa en orden, nadie vive en orden: amontonamos.
Texto: Isabel Bono. Imágenes: Isabel Bono y web.
“Filmar el deseo, pero también la duda. Encontrar la emoción en eso. Debería poder convencer a los escépticos. A los que, como yo, van a preguntarse por qué no he armado una estructura y una narración.”, dice.
Creo que se me escapó alguna lagrima ante de la Piedad de Miguel Ángel, pero sin duda elegiría para abrazar y llorar a moco tendido una escultura de Giacometti. Eso: dejar huellas en lo que hacemos, mientras lo estamos haciendo. Esa es la única manera de emocionar a otros.
Imaginé que Las ilusiones sería el guión de Los ilusos. Al abrir el libro y no ver diálogos pensé que sería la novela de la que salió el guión de la película. No, no es una novela ni un relato ni un diario. ¡Es un libro! (grité, por dentro, entusiasmada como el niño del palo). Es la huella de alguien que mientras camina (o así lo imagino) trata de poner en orden el mobiliario de su cabeza sin que el resultado parezca una revista de decoración.
“¿Dónde queda lo que quería hacer con Los ilusos? A veces pienso que lo único que tengo es un título robado y que en su interior podría meter cualquier cosa. La idea tienta y desanima.”, dice.
Así somos, alegres y a punto de caer en el desánimo, lábiles, muy humanos. Lo que uno ve, lo que duda, lo que va resolviendo a duras penas. Antes, durante, después. Las ilusiones: un libro que, quizá, deberíamos leer todos los que nos dedicamos a “amontonar” palabras. Y los demás también.
Las ilusiones (Ed. Periférica. Cáceres, 2013) de Jonás Trueba.
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