Teatro Cervantes, 2 de octubre de 2016.
Sendos llenos, viernes y domingo, corroboraron el gran interés del público malagueño por la ópera, siendo Nabucco la cita más atractiva de una famélica temporada lírica, que se verá completada con el recital de Ainhoa Arteta en noviembre, una Tosca “enlatada” en febrero y la añeja -y querida- Antología de la Zarzuela en junio.
XXVIII Temporada Lírica del Teatro Cervantes
Texto: Alfonso UH de Mendoza | Fotografía: Laura Fernández Pereiro
Como viene resultando habitual, solo una ópera de la temporada es coproducida por el Teatro Cervantes, -ésta-, aportando la calidad de la Orquesta Filarmónica y el Coro de Ópera, sumando en esta ocasión al también malagueño Arturo Díez Bóscovich en el foso, formando -en su conjunto- unos sólidos cimientos sobre los que poder construir una producción solvente en lo musical.
En este Nabucco, el director de escena Ignacio García recontextualiza el drama bíblico de Verdi en el conflicto sirio contemporáneo, reubicándolo en las ruinas de Palmira, provocadas -recordemos- recientemente por el ISIS, haciendo una apuesta conceptual que demuestra la vigencia y universalidad de esta ópera, convertida en símbolo nacionalista italiano desde su estreno y que ahora se pretende transformar en un icono de los desfavorecidos en el conflicto bélico sirio.
En el escenario, sobre un suelo de gravilla tostada, se situaron varias ruinas romanas: columnas, estatuas destruidas, dinteles caídos…, enmarcando un collage de proyecciones del conflicto sirio en las que se basó una puesta en escena que subrayó los anacronismos; llevados al extremo cuando Abigaille consultó la tablet para saber que fue adoptada o presentando los subtítulos y principales hechos de la trama a través de la CNN o vistiendo con uniformes de Guantánamo (iguales a los de los rehenes del Estado Islámico) a los esclavos del va pensiero. Todo ello resuelto con una iluminación algo estática y un vestuario y caracterización mejorables con algo más de presupuesto.
Estas tendencias en la escenificación aportan frescura, imaginación y elementos interesantes, si bien en este caso -en su conjunto- les costó salir airosas en su enfrentamiento con el argumento bíblico original; son los tiempos y modas que nos tocan, inevitables con la inversión lírica actual del Teatro Cervantes y entendibles mientras lo musical no merme.
Y precisamente con este envoltorio escenográfico sujeto a apreciaciones personales se presentó un inapelable éxito en lo musical e interpretativo, con un Coro de Ópera soberbio -unas secciones femeninas inspiradas- y una Filarmónica sobrada, dirigidos sobresalientemente por Bóscovich, que supo aprovechar también el talento de los solistas -contrastados ya en anteriores citas en el Cervantes-, destacando una sensacional Maribel Ortega (Abigaille) asumiendo con seguridad e intensidad dramática el rol “matasopranos” de tesitura endiablada, recibiendo aplausos y “brava”s tras sus arias. Bien resuelto el Ismaele del tenor Javier Agulló y la Fenena de la mezzo Mali Corbacho, acertado el barítono Luis Cansino (Nabucco) y seguro en sus registros medios el bajo José Antonio García (Zaccaria). Resaltar a la soprano Olga Bykova (Anna) del Coro de Ópera de Málaga, de bello y bien afinado instrumento con sorprendente proyección, gratamente rebosante en los agudos fortísimos.
Y casi consigo terminar sin mencionar el siempre inspirador “va pensiero” o coro de los esclavos, en una sobrecogedora y precisa ejecución del coro de Salvador Vázquez, y es que Nabucco se podría justificar por él, pero es mucho más, como así aplaudieron el millar de asistentes del domingo en cada pasaje, desbordándose en pie al finalizar.
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