14/10/2016. Teatro Cervantes.
Texto: Carlos Guerrero | Fotos: web
La primera parte del programa de la segunda cita de la temporada de abono estuvo dedicada al compositor Max Reger (1873-1916), de quien se interpretó su Variaciones y fuga sobre un tema de J.S. Bach, Op. 81, originalmente compuesta para piano y orquestada por el propio Levin.
Reger tomó el tema de la Cantata BWV 128, desarrollandolo en 14 variaciones. Su música revisa la tradición alemana desde una visión postromántica que concede poco peso a la tonalidad, anunciando su disolución en tiempos venideros. En la orquestación de Levin se reconoce el enfrentamiento armónico de los acordes del teclado enriquecido por el timbre sinfónico y los continuos juegos de melodías fugadas que van saltando de sección en sección.
El equilibrio entre vientos y madera en la escritura de Levin se refrendó en la interpretación de la OFM que se mostró ágil y acertada, adecuando los volúmenes con maestría para mantener la coherencia del discurso, en el plano vertical y en el horizontal. Cabe destacar la sobresaliente labor de los vientos, en concreto del viento madera, como bien supo agradecer el director durante la ovación acabada la primera parte del programa. Lo mejor estaba por llegar, y es que la interpretación de la Sinfonía Fantástica nº 14, “Episodio de la vida de un artista” Op. 97 de Hector Berlioz (1803-1869) fue sólida y rica en matices. Considerada como la primera sinfonía programática, describe las fases de enamoramiento y desengaño de un joven músico que acaba por recurrir al opio para calmar su dolor. En la obra se trasluce el amor no correspondido del compositor francés por la actriz shakesperiana Harriet Smithson.
En el primer movimiento, los diferentes estados emocionales quedan patentes en la dinámica y el carácter que el director norteamericano supo imprimir a la interpretación. La lograda tensión ansiosa del final del movimiento supo contrastar con el carácter ligero del baile en el vals del segundo. Sin aspavientos, Levin meció armoniosamente lo que representa el continuo divagar entre la fortuna y la desdicha del protagonista.
La bella melodía ejecutada con maestría por el corno inglés y respondida por el oboe introduce el adagio pastoril. Destacables los unísonos del viento y la cuerda que nos conducen al misterioso redoble de timbal que cierra la escena.
La marcha al suplicio tomó el paso militar que se espera del trágico devenir de la historia, ya que en este momento el joven músico sueña que se encamina a la guillotina tras haber matado a su amada.
El quinto y último movimiento (algo raro para la época, en la que las composiciones sinfónicas se dividían en cuatro partes) representa un aquelarre en el que el protagonista es testigo de su propio funeral rodeado de brujas y espíritus, con la aparición de la amada como una arpía. Vigorosa la ejecución de la orquesta en el siniestro final de la sinfonía.
Buen trabajo el realizado por el director invitado, quien prescindió de partitura para la segunda parte, dando muestras de su vasto conocimiento de la obra cumbre del repertorio sinfónico de Berlioz.