09/01/2015. La Cochera Cabaret
Texto: Carlos Guerrero | Fotos: Javier Guerrero
Tras la reedición de su último lanzamiento discográfico, Ejazz con J, la aragonesa volvió a Málaga para realizar un repaso vital de su trayectoria musical.
Pasaba media hora sobre la hora prevista cuando Carmen París cruzó sigilosamente el escenario para sentarse en su djembe. Mientras el público se acomodaba en sus asientos, comenzaron a sonar los ritmos de Pa mi genio, corte que suele emplear la París para abrir sus conciertos. A partir de aquí, ya con el respetable entregado, comienza el viaje musical por la vida de Carmen, cuya graciosa narración sirve de hilván entre canción y canción.
Sin más acompañamiento que su piano, desgranó sus temas más conocidos y una dulce sorpresa en la versión de Mediterráneo, melodía tantas veces hecha propia por otros (con más o menos fortuna), que la París hizo suya con un enriquecimiento sobre la armonización original que bien habla de su saber hacer.
Sonó Jotera lo serás tú, canción fruto de las críticas recibas por su aventurada fusión musical, que pone en su sitio a más de un especialista. Siguió En mi pecho, el chachachá de Cositas in-solitas, de su disco Incubando (fruto de su primera estancia en Cuba), el bolero metafísico en Distancia espeluznante, Agua que ha de correr y Te solté la rienda. Tras Mediterráneo, la artista se fue al inglés para interpretar Little chain of gold y The cry of the nightingale, basada en los poemas del turco Fethullah Gulen. El desamor hecho música de Cuerpo triste cerró el concierto tras la obligada Savia nueva, en una versión alejada del corsé pop impuesto por la Warner.
Impelida por el aplauso, Carmen cerró el concierto con Monte gurugú, tierra de paso de los que vienen a la península en busca de una vida mejor, y Cabecita de alfiler.
En el plano técnico debemos mencionar la valentía de la aragonesa por mostrar su voz seca, con una reverb prácticamente inapreciable, al alcance solo de quien se siente segura de sus capacidades vocales. A pesar de ello, y del buen resultado general, el sonido careció de espacio, escuchándose algo acartonado y lejano. Lo que el buen hacer de Carmen París dejó en mera anécdota.