26/09/2018. Teatro Cervantes.
Texto: Carlos Gu¡errero | Fotos; Juan Mir
Jorge Drexler trae Salvavidas de hielo al Teatro Cervantes en una gira que se acerca a los 100 conciertos y que ha rodado por más de 16 países.
Drexler tuvo que aplazar la cita de junio con Málaga por el fallecimiento de su madre. La espera no hizo más que acrecentar las ganas de su público, colmadas por un concierto rotundo del cantante uruguayo como muestra de agradecimiento por su inesperado y justificado retraso.
Comenzó a sonar Doña Soledad, de Alfredo Zitarrosa, mientras cada músico tomaba su guitarra en el escenario. Salvavidas de hielo ha sido grabado con la guitarra y sus materiales –como ya hiciera Zitarrosa unas décadas atrás– y el directo lo mantiene añadiendo percusiones y bajo eléctrico. Carlos Campi Campón, productor y músico de Jorge Drexler entre otros, vino a la música como técnico de sonido y su original acercamiento a la producción musical atrajo la atención de Drexler, quien lo fichó para su último disco. El resultado lo avala la nominación para 5 premios Grammy Latinos.
El ritmo de los golpes en la caja de la guitarra del baterista bilbaíno Borja Barrueta introduce Movimiento, primer corte de Salvavidas de hielo. La elección para abrir el concierto no es casual. Una vez transitado un camino, Drexler busca nuevas sendas. “Si quieres que algo se muera, déjalo quieto”, son las palabras exactas del cantante. Sus colaboraciones en el celuloide le valieron un Óscar por Al otro lado del río, busca voces que enriquezcan a dúo sus grabaciones, muta de formación musical, yendo desde el jazz al rock, desde el pop al folk sudaméricano, y se atreve incluso con la creación de una app musical. Lo que permanece inmutable es su exquisito verso especialmente dotado para aflorar emociones.
Mientras nuestro oído se iba acomodando a un bajo pasado de rosca, llega Río abajo. Abracadabra canta a la vida imprevisible de las canciones, reflejo del azar en la estrofa más malagueña, la décima espinela, que nacida en Ronda acabó por afincarse en Latinoamérica fiel a la forma compositiva que Vicente Espinel creara a fines del siglo XVI. En el siglo XXI y bajando en el AVE desde Madrid, Drexler subió su décima dedicada a Málaga en su cuenta de Twitter, y no pudo reprimir sus ganas de compartirla con nosotros.
El sonido fue contundente y aunque la voz de Drexler sonó con una ecualización limpia, su nitidez se vio a veces resentida por un atasco en el carril de los registros más graves que desde la mesa de sonido se fue aclarando con solvencia. Transoceánica antecedió a los 12 segundos de oscuridad que transcurren entre los fogonazos del faro que guía los pasos del caminante en Cabo Polonio. El riff de guitarra hipnótico de Javier Calequi y el foco sobre el escenario simulando la ráfaga circular trajeron un mágico olor a salitre.
Estalactitas animó al público a acompañar a Drexler en un estribillo tan simple como pegadizo hecho canto a semejanza del ritual adolescente en el que se conoce el cuerpo propio a través del ajeno. De la ancestral dicotomía entre la razón y la emoción nos hablaron los sones brasileños de Universos Paralelos.
En un homenaje al maestro de los adioses, Leonard Cohen, sonó Despedida en los glaciares. Eran ocho los glaciares venezolanos de Mérida de los cuales solo queda uno. Resignado ante la congoja que produce la pérdida, Drexler escribió esta canción que nos recuerda la importancia de saber decir adiós.
Ese acuerdo tácito por el cual nos olvidamos del resto del mundo para durante un rato crear una ficción común. “Apaguemos las luces de afuera y encendamos las de adentro”, pedía Drexler. Acompañado solo por la guitarra de Calequi, consiguió que casi no echásemos de menos la voz de Mon Laferte en esta exquisita composición de su último disco.
Nos avisó el cantante del irregular tránsito emocional por el que pasa su repertorio, aceptado con la naturalidad con la que se suceden las atribulaciones y las alegrías en nuestras vidas. Como los amores, los eternos y los que no duran más que un Salvavidas de hielo, cantada medio a capela con la guitarra especialmente afinada para la ocasión. Tanto la gozamos que casi no nos acordamos de Natalia Lafourcade.
Y que sea lo que sea a capela y a dúo con el público sonó tan bella en el Cervantes que Jorge se vio impelido a escuchar los rebotes de su voz en la platea con Al otro lado del río ante el entusiasmo de sus fans que la escuchaban como un himno.
Si antes homenajeó a Cohen, llegó después el turno de su padre artístico con Pongamos que hablo de Martínez. Flanqueado por las guitarras de Calequi y Martín Leiton, fueron deslizándose los versos de esta canción tan íntima y bella como agradecida. “Médico, y una polla”, espetaba Joaquín Sabina a cualquiera que trataba a su protegido de doctor. Y gracias al empuje de Sabina fue que Drexler cruzó el charco, y que al envite del madrileño escribiera una décima en La milonga del moro judío. Gracias de nuevo, Joaquín.
Alto el fuego dio paso de nuevo a la formación al completo sobre el escenario para interpretar una acertada versión en vivo de Amar la trama, tras la que llegaron la amable Me haces bien y una de las canciones más inspiradas de Drexler hasta la fecha, la elocuente Silencio.
Tronó el auditorio en pie pidiendo más, y ya no se sentaría hasta bailar Telefonía y Bailar en la cueva, abandonando el teatro con una sonrisa dibujada en la cara tras haber permanecido durante dos horas y media en el punto ciego de la pena.
Jorge Drexler voz y guitarras
Martin Leiton leona, guitarrón, bajo eléctrico y coros
Javi Calequi guitarras y coros
Borja Barrueta batería, percusión y coros
Carlos ‘Campi’ Campón programaciones, guitarras, percusión y coros