12/12/2014. Teatro Echegaray.
Texto: Miguel Ángel Barba | Fotos: Daniel Pérez / TE
En el último trabajo presentado en el Echegaray Silvia Pérez Cruz navega siempre entre universos comunes a otros artistas pero, al contrario del decir de muchos, su eclecticismo no le acerca a diferentes estilos, ella juega a un juego diferente, los acerca a su acervo particular: no interpreta jazz, hace al jazz reinterpretarse en su voz; no versiona cantautores, chanson, habanera, flamenco, hace suyas las canciones y se recrea desde sus propias emociones, generando en quien las oye una oleada de sensaciones diferentes a cuando se oyen la originales. Hay quien balbucea torpes onomatopeyas como un bebé y quien llora como un anciano añorante, quien se enamora como un tierno adolescente o quien recupera su madurez más desarropada. Y todo como si no hiciera nada, con esa candidez, sencillez y humildad natural o estudiadamente malvada porque desarma a quien ose escucharla.
En su arribada a Málaga, resfriada y haciendo del pañuelo parte importante del concierto, pudo mostrar lo que es este nuevo trabajo, granada: un ejercicio de libre albedrío inspirador en el que junto al productor y musico Raúl Fernández Miró -creando atmósferas y ambientes con sus guitarras acústica y eléctrica- invita a quien lo oye a un viaje diferente al que se espera cuando se atraviesa la entrada al teatro o al disco. Interpretando en inglés, francés, portugués, catalán o español, muestra la indiferencia del idioma cuando de sentir la voz y la música se trata.
Ya de inicio, con su desgarrador homenaje a Lluis Llach, puso a gran parte del público que llenaba casi por completo el aforo en preaviso: la noche sería emotiva, tensa, relajada, seria o divertida, pero desde luego nadie iba a salir del concierto indiferente. Un periplo evocador por los mundos de Édit Piaf, Chet Baker, Fito Páez, María del Mar Bonet, Moraes Moreira, Enrique Morente, Miguel Hernández, García Lorca, Albert Pla, Chicho Sánchez Ferlosio... Solo nos quedó por comprobar sus relecturas de R. Schumann, pero como ella misma comentó "no estaba para gorgoritos".
El tono general del concierto se meció entre las divertidas introducciones y comentarios, los momentos más desgarradores de la Elejía a Ramón Sijés o el Pequeño Vals Vienés, los más naturalistas y paisajisticos de Mercé y Vestido de Nit (una habanera compuesta por sus padres), los pasionales del Hymne a L'Amour o los reivindicativos de un verdadero himno de combate antifranquista como es Gallo Rojo, Gallo Negro.
Las atmósferas musicales, en ocasiones con excesos de delay que llegaron a producir alguna que otra cacofonía con la voz, otras con distorsiones que pasaban por encima y la taparon y algun tema en el que eché de menos algo de ritmo, pero en general potentes, sugerentes o minimales según la necesidad, y la profundidad de la voz de Silvia, cargada de miles de matices y terciopelos, color y tonalidades, carácter y energía, llevaron al público como en una especie de mantra hasta un final de concierto que a mas de uno pareció corto, por lo intenso y apasionado.
Probablemente las personas que dejaron los tres o cuatro asientos vacíos que quedaron en el teatro estén ahora comiéndose las uñas arrepintiéndose de habérselo perdido.
Es lo que tiene una cantante como Silvia Pérez Cruz que no solo gusta, enamora y embruja con sus sales y aires mediterráneos.