Terral. Festival de Verano 2011.
Texto: Daniel Lozano | Fotos: Daniel Pérez / TE
Son las tres de la madrugada y el concierto del Echegaray continúa en el Otro bar (Bar del Trani). Daniel Casares venía con los suyos del Pimpi, buscando un sitio donde poder echar un ratito de flamenco (allí no se puede cantar). Cuesta tanto en esta ciudad tocar fuera de los teatros que me provoca una pena enorme. Da la sensación de que la policía te va a perseguir en cualquier momento. Somos unos pocos, los justos, los afortunados en vivir un concierto que no acabó con la actuación del Terral.
A Daniel se le ve relajado, contento, feliz, bien rodeado de los suyos y generoso en cuanto al toque. Mi buen amigo Juan Pedro Berrocal toma su guitarra y rompe el hielo. Daniel Casares escucha, jalea y toma el relevo. Se suman al cante dos de los presentes, se hace el silencio y comienza la magia. Chanela, su pareja, deleitó con una voz que sobrecogió a todos por su extraordinaria belleza, y la voz de su tío Antonio trajo la libertad.
Horas antes el guitarrista de Estepona, comenzaba su recital de guitarra flamenca en el Teatro Echegaray. Acompañado por su guitarra Conde, trajo bajo el brazo su reciente disco El ladrón del agua.
La puesta en escena es sobria, la iluminación también, el teatro rozó el lleno y los primeros acordes que se asomaron fueron los de una rondeña de corte tradicional que recordaba al gran Paco de Lucía. Prosiguó con un tema con aire de mineras y a la mitad se va por alegrías; este es Daniel Casares, imprevisible, inquieto, atrevido y fresco como el agua de su disco. Para muchos no sería muy acertado esa mezcla de palos en una misma copla (mezcla que fue muy recurrida a lo largo del concierto). Daniel es flamenco, muy flamenco pero está en evolución, y lo deja ver en sus continuos cambios de lenguaje. El blues se asoma, Latinoamérica también, todo cabe en una guitarra ansiosa de expresar lo que el artista guarda en sus dedos.
Como tercer tema del recital hizo unas granaínas que ya interpretó en la presentación del cartel del Terral, y que en esta ocasión dedicó a las Bodegas el Pimpi. Fue un momento con duende y a pesar de que el guitarrista contiene una técnica muy depurada se le vio precipitado en el tempo, era algo sutil pero había inquietud en sus silencios, no terminaban de llenarse; una inquietud hermosa proveniente de la cercanía de los suyos y tras lanzarse al escenario en un formato atrevido.
El recital avanzó con unas guajiras y siguió con lo que el mismo artista definió como “una visión muy personal que tengo del verdial”. Así fue, el verdial como tal no estaba, incluso hubo guiños a la bulería. Este es el artista esteponero, un flamenco capaz de romper estructuras y elementos propios del flamenco a favor del sentimiento y de la sugerencia, sin soltar en ningún momento el espíritu de este género.
Respecto al sonido, fue mejorable, hubo volumen y reverberación en exceso, y en la soleá por bulerías con la que cerró de propina al público, el sonido se fue paseando del panorama izquierdo al derecho. Empiezan a ser numerosos los conciertos en los que el volumen sobrepasa el nivel que sería más adecuado para un teatro tan recogido como el Echegaray. Ayer se echó en falta más que nunca la mesura, ya que era preciso buscar lo íntimo también en el volumen y favorecer así al espectáculo.
Así terminó un recital del joven Daniel Casares, un guitarrista en evolución que será sin duda una de las figuras más relevantes del flamenco en un futuro muy próximo.
Daniel Casares interpretando la Rondeña Mi faraona (ver vídeo)