Teatro Cánovas 07/03/2012
Texto: Daniel Lozano | Fotos: Webs de Diego del Morao y Miguel Poveda
El ciclo Flamenco viene del Sur trajo el pasado miércoles a un artista con sangre joven y aires de pureza, así se puede definir a Diego del Morao. Hace tres generaciones que su familia se dedica al arte de la guitarra de acompañamiento, y por ello han sido reclamados por todos los grandes cantaores del flamenco desde la década de los 40 hasta nuestros tiempos.
Desde los años 20, Morao Viejo, cantaor, no ha dejado de estar en los cimientos y en la construcción del flamenco. El Morao, hijo del Moraíto Chico, considera que pertenecer a esta saga de tocaores, una de las más importantes de jerez y del flamenco, es una suerte pero también una gran responsabilidad.
Estamos ante la guitarra más interesante que en la actualidad nos podemos encontrar en el mundo del flamenco. La guitarra de Diego trae consigo la excelencia armónica, la frescura en los numerosos giros de acordes que surgen con elegancia, lejos de lo salvaje y cercanos a la perfección, a la eternidad. El jerezano es capaz de transmitir sin envolturas toda la inmensidad del desamor, la muerte y la vida, o lo que es lo mismo, el devenir del amor. Es el flamenco encarnado en una guitarra, en unas manos que disimulan todo el armazón que es capaz de construir sobre una textura trabajadísima y como pocos guitarristas en la actualidad nos presentan tanto fuera como dentro de un escenario.
La belleza de su propuesta radica en la franqueza de su música aunada con el misterio que atesora su inteligente despliegue técnico.
Fue la virtud del ilustre jerezano la que se vio empañada por sus acompañantes, que en ocasiones pecaron de un excesivo uso del jaleo, estando más pendientes de pasarlo bien que de adentrarse en el universo de Diego, y eso es un error. El hijo del ilustre Moraíto Chico supo rodearse de algunos de sus familiares para presentarnos su nuevo disco, y estuvo generoso al conceder buena parte del espectáculo al baile y al cante.El repertorio comenzó con unas bulerías, luego alternó la soleá con el baile (extenso de más) para continuar con otras bulerías.
Seguidamente nos ofreció una rondeña como antesala del momento más puro de la noche, cuando interpretó de forma colosal unas seguiriyas. Faltaron momentos como ese, en el que Diego del Morao se encontraba con un público necesitado de su guitarra.
Luego una taranta rematada por bulerías, con el acompañamiento de violín, que no estuvo al nivel, todo hay que decirlo. A partir de entonces algunos problemas con el sonido de la guitarra, leves eso sí, estuvieron vigentes en los dos siguientes temas, pero no tacharon el arte del genial artista. Para rematar el concierto cerró con una minera y un final de fiesta al que se sumaron dos amigos del protagonista de la noche, que despidieron al teatro lejos del micrófono y con un final un poco previsible y desganado.
Monumental el arte de este músico que será un digno testimonio de la herencia que su familia ha aportado a la historia del flamenco.