07/11/2016. JXAXZXZ. 30 Festival Internacional de Jazz. Teatro Cervantes.
Texto: Carmen Titos | Fotos: Prommocionales / TC
La banda con su plantilla aumentada de 23 a 32 músicos para embarcarse en esta pieza extensa, compleja y variada, presentó el Epitafio hace un año en el 26 Festival de Jazz de Almería. Debido a su dificultad y singularidad, antes de esta iniciativa, la obra póstuma de Charles Mingus había sido interpretada escasas veces en Europa y en el mundo.
Pablo Mazuecos, corresponsable del proyecto, se expresa ante el micrófono de manera espontánea ya que no sabía a priori que tenía que presentar. El pianista habla sobre el trabajo entusiasta que han traído, la tarea única que supone llevar a la práctica el Epitafio, el desafío de interpretar a Mingus debido a “la cabeza que tenía” éste, para terminar con un simple y llano: “espero que os guste mucho”. Su discurso impregna la naturalidad y sencillez del portavoz del arte comprometido que contrasta con los discursos de demagogia corrompida a los que acostumbramos en estos tiempos de investiduras mediáticas y cultura silenciada.
Los 32 componentes de todas partes de la geografía española reunidos al auspicio del colectivo almeriense Clasijazz ocupan el escenario con sus extravagantes atuendos; amplios ponchos, gorros jamaicanos y camisas de vistosos estampados africanos, sus rostros pintados con el mismo vivo colorido y áurea de libertad y espontánea improvisación de la indomable pieza que van a interpretar. Así, la vuelta a la tribu, a través de las alusiones étnicas de la indumentaria, se relaciona con el trabajo loco que transmite la esencia de la figura apasionante que fue Charles Mingus. Epitafio salta de forma abrupta de lo primitivo a la vanguardia, de lo normativo a lo anárquico, de lo comedido a lo desmesurado. “Mi música es tan diversa como mis sentimientos, o como el mundo”, escribió Mingus en las Notas al álbum Blues & Roots (1959).
Cuando el flamenco, el rock o, en este caso el jazz entran al Cervantes, el público abandona el elitismo y los eflujos eruditos que dominan habitualmente el espacio, para, con mayor o menor timidez, animar, retroalimentar, expresarse: formar parte del espectáculo. Así, enseguida oímos un “Play it again, Sam!”, varios soplos de frescura e incontenibles aplausos diseminados. El continuo de estímulos del espectáculo no permitía despistar los sentidos durante casi dos horas: las variaciones incesantes, los cautivantes solos y apoteósicos conjuntos, los tránsitos de la experimentación a los terrenos conocidos y vuelta a la experimentación, las expresiones de los músicos y la relación que establecían con sus instrumentos, los complementos y botellines de agua desperdigados por el suelo.
A mitad del concierto, Ramón Cardo, el director, tomó la palabra para hacer un guiño gamberro a la música “melódica y consonante” (léase el tono irónico) con la que nos habían deleitado hasta el momento. Agradeció la gran oportunidad de ocupar el mismísimo Teatro Cervantes con un trabajo como éste y con un patio lleno. Resaltó la potencia jazzística en que se ha convertido Andalucía con prolíficas asociaciones en varias de sus capitales, las dificultades institucionales a pesar de las cuales piensan seguir tocando y la responsabilidad social de mantener la música viva los 365 del año.
En definitiva, el Epitafio de Charles Mingus interpretado por Clasijazz nos mostró que la libertad no es tan solo un concepto abstracto atrapado en una vitrina para su idílica contemplación; la libertad existe cuando se ejerce. La big band profesó libertad en todas direcciones sin pudor ni autocensura, manifestó que los caminos de la creatividad artística son retorcidamente estimulantes, que hay que sumergirse en la locura de vez en cuando para salvarse de lo lineal, e inspiró a abrazar las pasiones por más desorbitadas que parezcan (y si es colectivamente mejor).
Fue compositor, director de big band, pianista y contrabajista antirracista (dejó el chelo cuando un amigo le advirtió que éste era un instrumento más propio de blancos que de negros). Nacido en Arizona, cerca de la frontera con México. Con ascendencia china, afroamericana, británica y sueca, el mestizaje no solo está en sus orígenes y rasgos sino en su trayectoria creativa; cultivó desde la música religiosa de su infancia a las tendencias que absorbió posteriormente de New Orleans, el bebop, swing, música latina, mexicana, clásica y moderna. Profundamente crítico con la sociedad de su época y con las imposiciones de la industria musical. El Epitafio, de 1990, es un legado y testamento musical (“lo he escrito para mi lápida”), encontrado 10 años después de la muerte del compositor en el apartamento de su viuda y revisado por Gunther Schuller.
Director: Ramón Cardo
Saxofón: Ernesto Aurignac, José Álamo, Francisco Blanco ‘Latino’, Sergio Albacete, Tete Lean, Enrique Oliver, Pedro Cortejosa y Antonio González
Trompeta: David Martínez, Julián Sánchez, Voro García, David Pérez, Roki Albero y
José Carlos Hernández
Trombón: Toni Belenguer, Víctor Colomer, Francisco Soler, Vicent Pérez,
Juan Antonio García ‘Portero’ y José Diego Sarabia
Tuba: Elohim Porras
Fagot: Arnáu Coma
Clarinete, clarinete bajo y contrabajo: José Mateo
Contrabajo: Bori Albero y Martin Leiton
Piano: Marco Mezquida y Pablo Mazuecos
Batería: Ramón Prats
Vibráfono: Arturo Serra
Percusión: Ángel Pérez y Álvaro Sánchez
1.40 h. (s/i)
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