Teatro Cervantes, XXVI Festival Internacional de Jazz de Málaga. 08/11/2012
Texto: Carlos Guerrero | Fotos: Daniel Pérez / TC
La tercera velada del XXVI Festival de Jazz de Málaga se abrió con el concierto de la Soulgrass Band liderada por el saxofonista nacido en Illinois, Bill Evans.
El saxofonista estadounidense inició su carrera entrando a formar parte con tan solo 20 años en la formación de Miles Davis –comparte pasado pues con quien abriera el festival, el también saxofonista Kenny Garrett− con la que grabó seis discos y giró por todo el mundo durante 4 años.
A partir de entonces colaboró con músicos de la talla de John McLaughlin, Herbie Hancock o Mick Jagger entre muchos otros hasta que en la treintena decidió liderar su propio proyecto grabando desde entonces 19 discos como solista. Bill Evans se ha caracterizado por su concepción ecléctica de la música, sintiéndose cómodo en terrenos alejados del jazz tradicional y fusionando el rock, el hip-hop, el funk o el reggae en sus grabaciones. “Dragonfly” es su último trabajo y su tercera incursión en este estilo que mezcla jazz, bluegrass, rock y funk, tras “Soulgrass” y ”The other side side of something” (con músicos de la talla de Bela Fleck, Victor Wooten, Richard Bona o Dennis Chambers).
La Soulgrass Band estuvo compuesta por un inspirado Ryan Cavagnaugh al banjo, Mitch Stein a la guitarra eléctrica, Frank Gravis al bajo eléctrico y Josh Dion a la batería y la voz, quien formó parte de Spiro Gira y demostró ser una pieza clave de esta última aventura de Evans, en la que ha compuesto y cantado varios temas. El sonido fue compacto y contundente, sustentado en guitarras distorsionadas, bajos metálicos cargados de graves y batería rockera. La banda desgranó los cortes de “Dragonfly” sin que hubiera mucha diferencia entre un tema y otro. Todos respondían a la misma fórmula: presentación del tema, solos traídos desde abajo para romper en fuerte sobre el cambio armónico y vuelta a la cabeza para cerrar el tema (como distinción añadieron algún solo en duelo y las voces en coro apoyando las notables intervenciones de Dion). Nadie pone en tela del juicio la talla de los músicos en escena, pero el jazz que desplegaron se limitó a unos solos comedidos y bastante encorsetados, aunque no por ello menos talentosos. De entre todos sobresalió Cavagnaugh al banjo por dar color al sonido y por deleitarnos con unos solos realmente originales y frescos.
Tras casi dos horas de concierto con unos bises que acentuaron el tono rockero y funk de la noche –cuando más cómoda se encontró la banda−, un teatro casi lleno abandonó el recinto revisando el cartel del festival para comprobar si por un casual había mutado sus sinuosas letras identificativas desde que lo dejaron en la puerta.