25/06/2016. Sala La cochera cabaret
Texto y fotos: Francisco Javier Rodríguez Barranco
¿Cómo puede sentirse uno cuando la música que se sitúa en la columna vertebral de su juventud alcanza el formato de tributo? No es por nada, pero a mí me parece una andanada por debajo de la línea de flotación de lo más jugoso de la filosofía heraclitiana ¿Nunca puede meter dos veces la mano en el mismo río? ¡Que te crees tú eso, majete!. Claro que puedo: una en el original, otra en el grupo que le homenajea, que no es exacta, exacta, exactamente lo mismo, pero tampoco hay que ser perfeccionista. Por no hablar del más llorón de los poetas castellanos, es decir, Jorge Manrique, cuyas coplas deberían reescribirse de esta manera: nuestra vida es la música que desemboca en un grupo de tributo.
Por otro lado, yo no creo que la popularísima música de los ochenta sea mejor que el pop actual. Si escuchamos determinados programas de radio, comprendemos que hay bandas tan sólo para iniciados, productos casi marginales en las emisoras marginales, como Los Planetas, Dry Martina o La Buena Vida, cuyas letras, cuyos vocalistas, y cuyas posibilidades instrumentales son muy superiores a la gran masa de grupos de la famosa Movida.
Lo que sucede en mi opinión es que la sociedad española fue arrancada de su santa siesta por una generación, la de los nacidos en los sesenta (muy recomendable a ese respecto la lectura de Los niños de los chiripitifláuticos, de Ignacio Elguero) ávida de cosas nuevas que derribaran el oscurantismo circundante. Fue ésa, la de quienes entraron en la veintena en los ochenta, la primera generación española que reclamó su derecho a mearse de la risa (muy recomendable también la película El calentito (2015), de Chus Gutiérrez: en mi opinión el mejor retrato hasta ahora de los incipientes ochenta) y a derribar todos los encorsetamientos ilógicos, es decir, todos los encorsetamientos.
Incluso la denuncia de los cantautores pareció suavizarse, como puede comprobarse en Luis Eduarto Aute, cuya canción Una de dos, de los ochenta, es mucho más luminosa que Rosas en el mar, por ejemplo, de la etapa anterior. Aquel concierto Entre amigos, que grabó en 1983 junto a Joan Manuel Serrat, Silvio Rodríguez y Teddy Bautista fue el colofón de una carrera nacida entre censuras y el inicio de otra menos atormentada.
La premisa parecía ser: para ser feliz, tan sólo hace falta ser feliz; y bajo esa perspectiva se celebró clamorosamente el advenimiento de nuevas modas musicales que se convirtieron en iconos que llegaron hasta nuestros días, pero hemos de ser sinceros y admitir que, una vez cumplidas sus funciones festiva y desinhibidora, muy poquito se puede salvar de la música de la primera mitad de los ochenta: determinados destellos de Nacha pop, Radio futura en su conjunto y poco más.
La segunda mitad de los ochenta conoció el surgimiento de grupos como El último de la fila, que hoy nos ocupa, Duncan dhu e incluso Gabinete Caligari, que si bien empezó en 1981, fue realmente con el álbum Cuatro rosas (1985) cuando se popularizó. Hasta alcanzar el colofón de Los toreros muertos, que fueron algo así como la traca final.
Llegamos así al concierto tributo a El último de la fila que tuvo lugar el 25 de junio de 1985 en la Sala La Cochera Cabaret, de Málaga, donde las primeras palabras del vocalista sirvieron para rendir homenaje a esa mítica banda, considerada lo mejor del pop rock español, con destellos de rock andaluz, por lo que se aúnan tres corrientes. Sabemos que el grupo nació en Barcelona, pero el protagonismo de la guitarra flamenca en muchos de sus temas es innegable.
El concierto se inicia con ¿Quién eres tú?, poco después Llueve sobre la ciudad para llegar a la melancolía del rock almibarado en Sara y el público alcanza el paroxismo con Llanto de pasión, éxtasis que se repetiría con, como no podía ser de otra manera, con Como un burro amarrado, A San Fernando, que cerraba el concierto en sentido estricto, e Insurrección, que iniciaba la serie de propinas.
Los guiños a las tonadas del sur se iniciaron con especial claridad con Cosas que pasan, siguieron con El loco de la calle tocaron la fibra de los espectadores con Aviones plateados y alcanzaron el clímax, ya en las propinas, con Abre la puerta, una versión que en su día hizo Manolo García del conocido tema de Triana, por lo cual elevamos un peldaño el nivel de los tributos, pues en el concierto cuya crónica estoy realizando El último de la fila recibe un homenaje, siendo así que previamente esta banda nacida en Barcelona lo había hecho de Triana.
Para terminar, quiero comentar que al final del concierto, el vocalista del grupo tributo y el guitarra eléctrica descendieron del escenario para interpretar las últimas canciones del concierto rodeados del público. A darlo todo.
Casi dos horas y media de música ininterrumpida, donde los espectadores revivieron enardecidos, totalmente entregados, archiconocidas las letras, momentos míticos de la música en nuestro país cuando pensábamos que una canción lo valía todo.
Así, el grupo que un día formaran Manolo García, vocalista y Quimi Portet, guitarra eléctrica, quedó convenientemente homenajeado.
Bueno, bien, vale, pero eso no responde a mi pregunta. Copio y pego: ¿Cómo puede sentirse uno cuando la música que se sitúa en la columna vertebral de su juventud alcanza el formato de tributo? Bueno, pues quizá debamos hacer como Joan Manuel Serrat, quien en unas recientes declaraciones ha reconocido que ha llegado a la vejez sin haber sido nunca una persona adulta.