Texto: Javier Titos García | Fotos: promocionales web
Con espíritu de crónica periodística cruzada con ensayo sociológico, consigue llevar a buen término una narración que resulta contenida y al mismo tiempo arriesgada, tirando de las bridas del corazón y soltando el bocado del cerebro más analítico.
Le pese a quien le pese, y aunque se le puede achacar a la película falta de suspense y urgencia narrativa, Amenábar da una clase magistral de cine con su última criatura, con un apartado técnico intachable y un diseño de producción soberbio al que pocas veces estamos acostumbrados cuando revisitamos en un cine la propia historia del terruño que habitamos. Una película inteligente, que prefiere conmover con el sutil relato que describe una cicatriz que con la brutalidad gráfica de lo evidente; porque estremecen más los sonidos de las salvas de los pelotones de ejecución preñando la noche de una panorámica de Salamanca, que la recreación de la ejecución propiamente dicha. Eso lo saben los estudiosos del cine, y Alejandro Amenábar ya es perro viejo en estas lides. Dar por sentado sin mostrar, aterrorizar sin dejarnos ver; solo escuchar, completando con la imaginación los fotogramas que faltan, sabiendo a ciencia cierta lo que ocurre, escuchando el terror, imaginando el escalofrío. Así consigue lo mismo que los grandes, que salgas del cine sin sangre en los ojos pero con los oídos llenos de pólvora y el alma infestada de muerte. Dando la dimensión que merece al desaparecido, al que deja de estar, de vivir, de salir en plano, dejándonos con el vacío que llena el personaje en la pantalla y en la historia con el fantasma que supone haberlo visto vivir, opinar, discernir; hasta que, como he dicho, deja de estar. A todos no les sale bien la jugada.
Justo cuando fui a verla acababa de terminar el libro de relatos de Manuel Chaves Nogales: A Sangre y Fuego, compuesto por nueve historias de la Guerra Civil basadas en hechos reales acaecidos en ambos bandos; probablemente uno de los mejores libros que he leído sobre la contienda. Cuando salí de la sala recordé el prólogo del libro, escrito en 1937 desde París, donde el periodista republicano se había exiliado por no comulgar con ningún tipo de coacción a las libertades ya vinieran de la derecha o de la izquierda. Rememoraba sus palabras, tan proféticas sin haber terminado aún la guerra, y se me antojaba como si fuera la guía de estilo que habría podido seguir Amenábar para levantar su recreación cinematográfica. De este modo no es de extrañar percibir cierto carácter poliédrico en la película; teniendo en cuenta que el protagonista es Miguel de Unamuno se antoja más una necesidad narrativa que una decisión relacionada con el estilo del director al enfrentarse a una trama por muchos conocida, pero no lo suficientemente presente en los días que corren. Se ponen sobre la mesa las contradicciones de uno de nuestros ilustres más contradictorios, y se ligan con las propias contradicciones sobre las que flota España.
No hay personajes con cuernos ni rabo, Amenábar ha huido de la caricaturización, porque la realidad sin maquillar y sin llevarla al paroxismo está más próxima al esperpento que fue que al que muchos han intentado dar forma desde sus subjetivas barreras políticas. La realidad de unos personajes de un carisma terrorífico ya de por sí no necesitaban de excesos ni caretas monstruosas; lo acontecido, los discursos, las maneras tal cuales fueron son ya de por sí lo suficientemente ominosas, y en ese apartado Eduard Fernández y Santi Prego, en sus papeles de Millán-Astray y Francisco Franco, están más que acertados. Karra Ejalde, más que meterse en la piel de Unamuno, realiza un ejercicio actoral mucho más complejo al tratar de recrear su figura y sus ideas contradictorias. Acompañados por un plantel de secundarios a la altura de las circunstancias el fotógrafo Alex Catalán se ha permitido jugar con encuadres íntimos, de primeros planos tales que si no hubiera tenido delante a los intérpretes a los que ha rodado habría fracasado en su intento de propuesta fotográfica.
Un notable alto para este salto mortal con doble tirabuzón al que Amenábar se puso manos a la obra como arriesgada apuesta personal. Una película rodada con inteligencia, sin exabruptos, firme, estable a pesar de perder el ritmo en algunas secuencias del metraje; algo rígida, pulcra, aunque para sacarla adelante el director haya tenido que meter el brazo hasta el codo en una colmena, para después de sacarla quedarse tan solo con la historia que quería contar, desechando los clichés y las leyendas de sentido único. Para algunos será solo una burda simplificación del pensamiento de Unamuno, e incluso se les podrá antojar como una reconstrucción historicista, o que peca de blanda con los sublevados. Para mí es una lección de cine histórico, con sus parches y sus aciertos, alejado del típico biopic hagiográfico al que tan acostumbrada está la cinematografía patria.
Dirección: Alejandro Amenábar
Guion: Alejandro Amenábar, Alejandro Hernández
Música: Alejandro Amenábar
Fotografía: Alex Catalán
Reparto: Karra Elejalde, Eduard Fernández, Santi Prego, Patricia López, Inma Cuevas, Nathalie Poza, Luis Bermejo, Mireia Rey, Tito Valverde, Luis Callejo, Luis Zahera, Carlos Serrano-Clark, Ainhoa Santamaría, Itziar Aizpuru, Pep Tosar
Producción: Mod Producciones / Movistar+ / Himenóptero / K&S Films. Distribuida por Buena Vista International