Abr 2 2020

El Hoyo, Galder Gaztelu-Urrutia, David Desola, Pedro Rivero, Aránzazu Calleja, Ivan Massagué, Zorion Eguileor, Antonia San Juan, Emilio Buale, Alexandra Masangkay, Joseph Campbell,Texto: Javier Titos García | Fotos: Promocionales / web

La ópera prima de Galder Gaztelu-Urrutia, tras su gran aceptación en festivales internacionales y su modesta repercusión en taquilla al estrenarse en cines en noviembre, se ha convertido en la película más vista en la inmensa mayoría de los países en los que opera Netflix, habiendo llegado, de esta manera, a millones de hogares de todo el mundo, convirtiéndose en un fenómeno mediático en estos días claustrofóbicos de pandemia y confinamiento.

El encierro de un grupo de personajes ha sido una de las premisas argumentales más utilizadas por guionistas y novelistas para recrear desquiciadas y siniestras fantasías de ficción donde plasmar, con mayor o menor acierto, los demonios que habitan las relaciones entre los seres humanos en la sociedad que impera en el mundo contemporáneo desde que Buñuel pariera El Ángel Exterminador en 1962. A pesar de que la mayoría  de sus sucesoras beben de los principios que impartió el genial director aragonés con su magisterio cinematográfico, cada creador, con el paso de las décadas, ha ido aportando su propia impronta y discurso, convirtiendo el grupo de cintas que utilizan este hilo argumental en casi un subgénero.

El Hoyo, Galder Gaztelu-Urrutia, David Desola, Pedro Rivero, Aránzazu Calleja, Ivan Massagué, Zorion Eguileor, Antonia San Juan, Emilio Buale, Alexandra Masangkay, Joseph Campbell,Desde que se estrenara en el Festival de Toronto el año pasado, donde se hizo con el premio del público, automáticamente se la comparó con Cube, la cinta del director canadiense Vincenzo Natali, que consiguió llevarse el premio al Mejor Director en el mismo festival en 1998 y fue galardonada como Mejor Película y Mejor Guion en Sitges también en ese año. La película de Natali narra la historia de  seis individuos que aparecen encerrados en una laberíntica estructura formada por estancias cúbicas llenas de trampas mortales, sin saber cómo ni por qué están allí. Estética y argumentalmente comparten elementos similares, pero ni el planteamiento específico ni su desarrollo, ni tampoco su discurso, tienen nada que ver. Ambas se disfrazan de distopías, pero narrativamente difieren. En Cube el periplo es multidireccional, plagado de pruebas sádicas; en El Hoyo el viaje asciende o desciende, y en ese recorrido vertical, con reminiscencias de La Divina Comedia, reside lo mejor de su trama a la hora de reflejar el funcionamiento de la sociedad que habitamos. En la cinta del director vasco el reparto de la comida es una analogía con la realidad socioeconómica en la que nos ha tocado vivir, con una distribución de recursos demencial que escapa a toda lógica, o, que por el contrario, es terriblemente entendible si tenemos en cuenta las corrientes de pensamiento que esgrimen la mayoría de los gobiernos y de los grandes grupos empresariales actuales, en un retrato sombrío y devastador del ser humano, haciendo hincapié en el egoísmo y la cultura de no hacer lo moralmente correcto echándole siempre la culpa a los que están “arriba”, justificando lo injustificable. El planteamiento es el siguiente: un hoyo, una prisión excavada en la tierra con cientos de niveles, una plataforma que baja a diario repleta de alimentos descendiendo por un agujero central hasta cada nivel. Dos habitantes por planta que cambian de piso cada treinta días. Una idea oscura y enfermiza que integra discursos y planteamientos filosóficos y morales a los que el ser humano lleva enfrentándose durante siglos. En este infierno de encierros personales ocurre todo, y por encima de ellos La Administración, que organiza los envíos de comida y los cambios de nivel de los personajes.

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Quién le iba a decir a Galder Gaztelu-Urrutia que su primera película iba a tener la repercusión que ha conseguido.  Esta corrosiva fábula, en la que sus protagonistas luchan por la comida, es una idea original salida de la burbujeante mente del dramaturgo David Desola, coescritor con Pedro Rivero de un guion caustico que en principio iba para obra de teatro que no llegó a los escenarios, pero sí a la mesa de trabajo de este cineasta novel, al que le ha costado cuatro años edificar esta crítica social que funciona mejor que otras que han transitado el mismo camino estilístico, porque no sermonea ni pretende aleccionar o adoctrinar, solo poner en pantalla un mordaz retrato de la forma que tenemos de relacionarnos, los unos con los otros, según el nivel de la pirámide que ocupamos, y quizás por ese buen hacer a la hora de desarrollar su historia ha dado la campanada en los festivales de Toronto, Sitges y Torino. La aceptación que tuvo en certámenes esta cinta rodada en Bilbao no se correspondió con su recaudación en taquilla, 215 000 euros; la sorpresa llegó con su estreno el pasado 20 de marzo en Netflix. Esto puede que tenga que ver con el momento que vivimos, con el consumo bestial de material en streaming que los confinados de todo el mundo hacemos desde nuestras casas. Será algo que deberemos ver con más perspectiva, más adelante, cuando todo haya pasado.

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El Hoyo es un ejercicio cinematográfico de ciencia ficción distópica, minimalista, tremendamente inteligente tanto en su diseño de producción como en el discurso que propone. En su conjunto, a pesar de sus debilidades en cuanto a ritmo en algunas secuencias, es más opresiva y enfermiza que sus predecesoras, y lo más importante, está realizada con una pericia que no es habitual en un novato. Esto se debe al fenomenal manejo de la clarísima carga alegórica que vertebra el film, basándose en las desigualdades sociales y la brutalidad bárbara que generan. Los diálogos son ocurrentes, dotados de un humor negro, no, negrísimo, enmarcados en una atmósfera asfixiante donde hay espacio para la escatología y el gore ocasional, y para una violencia explícita que en ningún momento resulta lúdica, y eso es de agradecer. Visualmente es ágil y está bien planificada, aunque para mi gusto el tratamiento de las voces de los protagonistas es muy mejorable. El apartado de sonido se salva por el fantástico diseño sonoro y por la partitura de Aránzazu Calleja. El elenco de actores está perfectamente elegido y recrean con solvencia la paranoica propuesta audiovisual de Galder Gaztelu-Urrutia. Ivan Massagué encarna fantásticamente bien a Goreng, el protagonista, y Zorion Eguileor a un terrorífico Trimagasi; a ambos los acompañan Antonia San Juan, Emilio Buale y Alexandra Masangkay.

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Spoilers

La película incomoda porque, lejos de ofrecer respuestas, erige un final abierto que ha dejado a la mayoría de espectadores insatisfechos y confundidos. Tras el descenso de Goreng en su afán por repartir con justicia la comida, usando la violencia, encontrando al sabio e incluso hallando al final del viaje a la niña que teóricamente es la hija de Miaru y que es enviada al primer nivel después de haberle dado de comer la panna cotta, después de todo ese periplo parece no resolverse ninguna cuestión de las que se plantean durante la película. En realidad todas esas preguntas son irrelevantes porque nos alejan del discurso de la película de Galder Gaztelu-Urrutia. El Hoyo no pretende decirnos quién está detrás de La Administración, tampoco cómo hacer la revolución para cambiar el mundo, El Hoyo nos dice que lo único que podemos cambiar es a nosotros mismos. Esto no lo digo yo, tan solo hay que leer alguna de las entrevistas realizadas a los guionistas o al director, que explican que con la excusa de “los de arriba” evitamos tomar los caminos que deberíamos recorrer para tener responsabilidades sobre nuestros actos, gobierne quien gobierne, nos domine quien nos domine.

Cuando Trimagasi va a comenzar a comerse a Goreng le dice que los culpables de que él haga lo que va a hacer son los ocupantes de los niveles superiores por no aprovechar la comida y condenar a los que tienen debajo a ejercer la barbarie por no dejarles nada que llevarse a la boca. Galder Gaztelu-Urrutia explicaba en una entrevista en Sitges: “Al final la película no va de cambiar el mundo. El mensaje que envían al mandar a la niña al primer nivel probablemente no cambie absolutamente nada. Al final, el que cambia es Goreng, que al final ha hecho lo que tenía que hacer; lo que él cree que es justo. Esa es la victoria, cambiarse a sí mismo y tomar la iniciativa de lo que tiene que hacer”. No es solo una El Hoyo, Galder Gaztelu-Urrutia, David Desola, Pedro Rivero, Aránzazu Calleja, Ivan Massagué, Zorion Eguileor, Antonia San Juan, Emilio Buale, Alexandra Masangkay, Joseph Campbell,ocurrencia del director vasco, el discurso de la película está en la cita de El Quijote que lee el protagonista: “El grande que fuera vicioso, será vicioso grande y el rico liberal será un avaro mendigo. Que al poseedor de las riquezas no le hace dichoso tenerles, sino gastarlas. Y no el gastarlas como quiera, sino saberlas bien gastar”. En la novela de Cervantes este parlamento continua de la siguiente manera: “Al caballero pobre no le queda otro camino para mostrar que es caballero sino el de la virtud, siendo afable, bien criado, cortés y comedido y oficioso, no soberbio, no arrogante, no murmurador, y, sobre todo, caritativo, que con dos maravedís que con ánimo alegre dé al pobre se mostrará tan liberal como el que a campana herida da limosna”. Por medio de la novela más famosa de la historia de la literatura El Hoyo hilvana su premisa, basada también en la estructura del periplo del héroe, análisis desarrollado en su obra por el antropólogo y mitólogo Joseph Campbell, porque Goreng entra en el Hoyo siendo un ciudadano acomodado de los que siempre echan la culpa a los que están arriba, con objetivos tan frívolos como dejar de fumar y leer un clásico de la literatura que casi nadie ha leído, y termina su viaje convertido en el héroe que por fin hace lo que en conciencia sabe que es de justicia recta.

Podemos hacernos mil pajas mentales con el final de la película para imponer nuestras teorías, buscar simbolismos espirituales, confiar en que la niña representa el hecho de que en la juventud y en su inocencia está la única semilla posible que pueda germinar para cambiar las cosas. Pero cabe preguntarse si, más allá de eso, el hecho de que el final esté abierto no sea otra cosa que un reto para que pensemos, para que cada cual se rebañe el seso en un ejercicio de introspección al que cada vez estamos menos acostumbrados por un tipo de cine que habitualmente contesta todas las preguntas. No se consigue hacer pensar al personal con respuestas concretas, sino con incógnitas, y a mí ese tipo de cine me gusta, me encanta, porque me permite ejercitar el cerebro en estos días. Para mí lo único que queda claro es algo que el ser humano ya sabe desde tiempos pretéritos: “Homo homini lupus”

Consuman cultura, sean buenos, quédense en casa.
Mucho ánimo.

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