03-13/06/2021. 24 Festival de Málaga.
Texto: Javier Titos García | Fotos: web festival / Koke Pérez / Alex Zea
El ventre del mar de Agustí Villaronga arrasó con seis galardones, batiendo record al convertirse en la cinta más laureada en la historia del certamen.
El Festival de Málaga abrió con éxito la puerta de la normalidad demostrando que los eventos culturales son seguros. Chapó para la organización, los encargados y trabajadores de todos los espacios en los que se desarrollaron los eventos programados, en los que se pudo disfrutar de la programación propuesta este año siempre cumpliendo con las medidas preventivas que la situación demandaba.
No ha sido un año plagado de grandes películas. De hecho, un servidor tenía bastante claro lo que iba a deparar la decisión del jurado y del público porque, no nos engañemos, lo bueno sobresalía, escaso, entre una mayoría de cintas que en el mejor de los casos resultaban mediocres, y que no estaban a la altura del nivel que debe pretender tener un festival como el de Málaga si quiere llegar a codearse con las vacas sagradas patrias.
He tardado en escribir esta crónica porque iba percatándome de un asunto preocupante en las crónicas que algunos publicaban, sobre todo en medios independientes, blogs y webs culturales. Y como por una serie de comentarios me he sentido apercibido, no he querido dejar pasar la oportunidad para dar mi humilde opinión al respecto. Ha habido quien se ha referido a algunos de los compañeros que cubrimos el festival afirmando que nuestras críticas, ya fueran publicadas o en los corrillos que se formaban tras los pases de prensa, no obedecían a otra inercia que la de hacer sangre gratuitamente sin valorar el trabajo que había detrás de las películas, que nuestra actitud era inquisitorial y poco constructiva. Vamos a ver, una cosa es que nos pueda gustar más o menos una película por una cuestión meramente argumental, de estilo, o de género, eso es subjetivo; como siempre les decía a mis alumnos de cinematografía en México, el gusto es como el culo, todos tenemos uno, ni mejor ni peor, es de cada uno y allá cada cual con sus preferencias. No nos engañemos, muchas de las películas que se han proyectado en el festival eran malas por razones objetivas: estaban mal realizadas, incurrían en errores técnicos que nada tienen que ver con el presupuesto (de hecho algunas de las mejor facturadas contaban con pocos dineros y sin embargo eran más que dignas) saltos de eje, pésimos montajes e interpretaciones, guiones mal trazados que derivaban en desarrollos infumables. Y es responsabilidad del crítico saber un mínimo sobre cinematografía para identificar esos errores, ponerlos sobre la mesa, le pese a quien le pese, y hacer una crítica que no siempre puede ser constructiva porque algunas de las cintas que se han podido ver eran rematadamente horribles, sin paliativos posibles ni paños calientes, y no había donde levantar nada. Se nos achacaba no valorar la trastienda de las producciones que según ellos vilipendiábamos gratuitamente; y nada más lejos de la realidad, pero es como si nos pidieran que tuviéramos en cuenta para la nota de un examen final que el estudiante no ha podido dedicar todo el tiempo que le hubiera gustado, o en el caso de una prueba deportiva que el nivel físico del atleta no es el mejor. Las cosas claras, el resultado es el que es, y de eso es de lo que hay que hablar, lo demás son pajas mentales.
Me resulta curioso que algunos de los que nos han tildado de inquisitoriales son aquellos a los que les gusta codearse con la farándula, habitar la zona VIP hasta que el cuerpo aguante y llevar a cabo entrevistas en las que la crítica brilla por su ausencia, vomitonas incontroladas de agasajos y felicitaciones en las que yo sí que no he visto crítica alguna. En su mayoría son personas que como este que les habla escriben en medios independientes; pero hay una diferencia: mientras que ellos suspiran por la vuelta de la alfombra roja, el boato y el famoseo, a mí y a otros compañeros solo nos interesan las películas, punto, las películas; y nuestras críticas deben ser consecuentes, conozcamos personalmente o no a los responsables de la cinta, porque si no, da la impresión de que lo que se pretende con tanto arrullo blandengue y palmaditas en las espaldas es que haya buen rollo para que el acceso a los corrillos de directores y actores siga estando abierto al año siguiente para el pelota de turno. He llegado a sentir vergüenza ajena cuando en varios pases de prensa, tras la proyección del bodrio en cuestión, se sucedían los “enhorabuena por tu película, me ha encantado”, o, “tu interpretación me ha parecido magnífica”, o también, “me ha encantado la forma en la que has contado la historia”… En esos momentos de bochorno ajeno, en los que me hundía en la butaca asistiendo al peloteo de rigor, he llegado a pensar que tras decirse en rueda de prensa cada una de las frases a las que me he referido, los espíritus de Stalin y Hitler volvían de ultratumba y estrangulaban un gatito… Y han debido de morir muchos gatitos. Al final, supongo que algunos solo estamos en esto por el cine en sí, y otros por la cervecita con el artista de turno para hacerse la foto, subirla al medio de turno y hasta el año que viene si Dios y la pandemia quieren. Yo soy crítico cinematográfico, escribo sobre cine, bueno y malo, no voy a ningún festival a hacer amigos.
En otro orden de cosas, y soltada ya la dosis de bilis que tenía acumulada en los carillos desde que empecé a sonrojarme al leer algunas crónicas, pasaré en primer lugar a hacer un repaso a los galardones para después dejaros algunas impresiones sobre las cintas que para mí más han merecido la pena de un festival, vuelvo a repetir, ilusionante por lo poco bueno, y decepcionante por lo mucho malo que hemos tenido que visionar… Qué demonios, también os voy a hablar de lo peorcito, porque ya que nos tildan de inquisidores habrá que hacer un poco de cisco. Pero eso será después de enumerar a vuela pluma el palmarés. Comencemos pues:
Era de ley, se esperaba, y el que supiera un poquito de cine tuvo claro desde su pase de prensa que la película de Agustí Villaronga sería la triunfadora absoluta del palmarés. Lo que ni yo mismo podía intuir es que arrasaría de esa manera, y que, además de la Biznaga de Oro que la acredita como mejor película española del certamen, la cinta, rodada en un exquisito blanco y negro, se llevaría los galardones a la Mejor Dirección, Mejor Actor Protagonista para Roger Casamajor, Mejor Música, Mejor Fotografía y Mejor Guion. Todo merecidísimo. El premio a Mejor Película Iberoamericana fue para Karnawall, el debut en largo del director argentino Juan Pablo Félix, que le sirvió al genial intérprete chileno Alfredo Castro para hacerse con el premio a Mejor Actor de Reparto. También salió bien parada la original Destello bravío, primer largometraje de la extremeña Ainhoa Rodríguez, y que, como en el caso de la de Villaronga, tiene detrás a Filmin como distribuidora; ganó el Premio Especial del Jurado y el de Mejor Montaje. El Premio a Mejor Actriz fue para Tamara Casellas, por su papel en Ama, que coloca a la intérprete en la casilla de salida para los próximos Goya, y el de Mejor Actriz de Reparto para María Romanillos Las consecuencias, película que obtuvo el Premio Especial del Jurado de la Crítica. La Mención Especial del Jurado fue para la cinta colombiana La ciudad de las fieras. Chavalas, de Carol Rodríguez Colás, no se marchó de vacío al alzarse con el merecidísimo Premio del Público. Lucas, de Álex Montoya, y Las motitos, de Carla Gusolfino, se llevaron respectivamente los Premios a Mejor Película Española e Iberoamericana de la sección Zonazine.
A continuación os cuento lo peor y lo mejor que he visto según mi opinión en esta edición. Los tibios de corazón, o los que se tomen las críticas honestas a la tremenda, por favor, que dejen de leer desde aquí. No morirán más gatitos por mi culpa. No durante mi guardia.
Alguien debería plantearse abrir con otro tipo de cinta un festival como el de Málaga. No tiene que ver con la independencia o lo comercial de la propuesta, o con el género; es una cuestión de calidad, de no dispararnos en la frente a la primera de cambio propuestas sin alma cuyo metraje avanza como un muerto después de pasar por una funeraria: maquillado pero sin vida. Y eso me pasó con El cover, una película dirigida por Secun de la Rosa sobre los músicos de versiones que curran en los garitos para guiris de Benidorm. Con un jovencísimo reparto protagonista respaldado por tres pesos pesados que completan la terna de secundarios: Susi Sánchez, Juan Diego y Carmen Machi. Más allá de eso, una concatenación de tópicos y terrenos revisitados en mil y una ocasiones que tras una primera media hora aceptable se precipita en un discurso vacío con todos los clichés imaginables para dar al traste con una historia que no era para tirar cohetes, pero que daba para muchísimo más, sobre todo a nivel de drama. Se percibe la intención, pero se vislumbra el naufragio pasada la mitad de una cinta prescindible que seguro acabará teniendo buenos números de visionados en Amazon, porque las cosas son así, y para qué vamos a arriesgarnos a hacer algo que se pueda vender y encima rezume calidad. Una lástima, pero es lo que se lleva.
Con La casa del caracol me ocurrió algo muy peculiar. Hacía mucho tiempo que no sentía tanta vergüenza ajena en un festival. Resulta una penosa partida de La llamada de Chtulu filmada con medios técnicos, eso sí, y poco más. Llena de tópicos, malas decisiones de dirección, diálogos impostados en un guion con una trama y unos giros que mueven a la risa en una cinta de terror que no quiere jugar la carta de la parodia y, por tanto, no se entiende. Demasiadas influencias metidas con calzador. En fin, queda claro que en España solo a Alex de la iglesia le sale freír con chorizos y ajos a Lovecraft, y no siempre. Escuché a alguien de la organización disculpándose con un crítico veterano diciéndole: "es cine de género, a mí no me ha aburrido, y eso cuenta".... Manda huevos, como diría aquel. Los cortos de la directora Macarena Astorga, Tránsito y Marta no viene a cenar, merecen mucho la pena, pero esta película, que es de encargo, y se nota, es un despropósito. Y lo peor es que le están dando una promoción brutal en medios. No lo entiendo, o sí, o qué se yo.
Después de ver el trailer de Hombre muerto no sabe vivir, de Ezequiel Montes, no esperaba un películón, pero sí una película, y no un alarde como cuando juegas a ver quién mea más lejos y acabas meándote encima. Hay partes de la cinta en la que Montes quiere ser Urbizu, en otras Sorogoyen; pero no puede, ni de lejos, y todo queda en un espectáculo en el que se demuestra que hay medios, ganas, incluso cierto talento técnico, pero sin estilo, y la criatura queda en un esperpento de violencia excesiva e injustificada. Alguien en el patio de butacas habló de Tarantino para justificar el bodrio que acabábamos de ver, y estoy seguro que al bueno de Quentin le empezaron a pitar los oídos en ese preciso momento. Para ser bestial e insurrecto hay que tener personalidad. Una película como esta debe aspirar no a la verdad, pero sí a la veracidad, y todo queda en una orgía de prótesis de latex, foleys de sandías machacadas a tutiplein y poses que no hay quien se tome en serio, o tal vez alguno sí. Los actores, una colección de veteranas voces roncas, nobles... y de jóvenes sobre actuados, mucho. A mí me gusta la carne poco hecha, sangrante, pero no destrozada. Por no hablar de la inevitable ensalada de tiros, eterna, mal rodada con saltos de eje injustificados. Falla el aliño y la cebolla está rancia. Gustará, seguro, como gustan muchas cosas. Y si no siempre les quedará la opción de dividirla en capítulos y emitirla en Telecinco.
La brasileña Mulher océano es una de esas películas "festivaleras", en el mal sentido de la palabra (festivalera en el buen sentido tuvimos ese mismo día la de Agustí Villaronga, valiente y personalísima). El caso es que, claro, cómo iba a faltar la pseudo intelectualoide y multionanista paja mental de quedada hipster en Sturbucks, que últimamente tanto abunda, con la espiritualidad de una indigestión aguda en el restaurante moderno étnico de súpermoda, con una directora que no sabe dirigir pero dirige, no escribe bien pero escribe, no sabe actuar pero actúa, por partida doble, interpretando a dos personajes, y, claro, todo esto aderezado con una narrativa sin ninguna pasión, con menos fuerza que el pedo de un cadáver, pero con un olor similar, si las películas pudieran olerse. Todo apariencias, sin espíritu. Que sí, que hay un par de secuencias muy bellas, pero es un festival de cine, no una muestra de videoarte o de cintas de viajes. Infumable.
La colombiana Leading ladys pertenece al grupo integrado por esas películas que, utilizando como pañal la bandera de la modernidad y la libertad artística, acaban endosándote un truño de autohipermegamasturbación mental, de falsa improvisación actoral, orgía de desenfoques very very cools, música ambiente de sintetizador ejecutada por un simio trisómico puesto de cristal hasta el mismísimo banano. Momentos que se repiten, secuencias reiterativas que ya hemos visto mil veces y que pretenden ser originalísimas. Una trama que dice tan poco que en la rueda de prensa tuvieron que explicarlo todo, algo que es muy común cuando una obra no dice nada, o casi nada. Una impostura estética para vender una historia tan vacía que cuando parece que algo va a trascender se evita para no tener que ahondar emocionalmente de más.
Estas fueron las peores que vi, las que no entiendo cómo pudieron pasar el corte del festival. Vayamos ahora con lo que en mi opinión mereció la pena, dentro o fuera de concurso.
Lucas es la segunda cinta de Alex Montoya, que ya presentó un corto en el festival hace nueve años con el mismo nombre, y que es el germen de esta película que me sorprendió muy gratamente. Una ficción muy valiente a pesar de su pequeño presupuesto, que trata un tema complicado para hilar un thriller muy peculiar. Todo en su sitio, bien cuadrado, sin concesiones, como hay que hacer las cosas cuando estás solo ante el peligro. Muy pero que muy recomendable.
El Father como sí mismo, la propuesta de Mo Scarpelli, que ganó el Premio a Mejor Directora de Documental, tiene varias películas dentro. Es un artefacto audiovisual notable, no apto para todos los públicos, pero que los que hacen cine, quieren hacer cine, o simplemente lo disfrutan, apreciarán. Scarpelli rueda un documental mientras su marido rueda a su vez una película (La Fortaleza, 2020) sobre su padre, en la que el propio padre se interpreta a sí mismo. Es cine dentro del cine y mucho más. El conflictivo carácter del padre, las bestiales sesiones de rodaje en Venezuela, la peculiar relación paterno filial, todo da forma a una película que me ha sorprendido gratamente y que recomiendo. Scarpelli además de demostrar una forma inteligentísima de levantar su película, es una notable cinefotógrafa que capta planos y secuencias magníficos. Es larga, pero merece la pena. Por momentos me pareció ver a los espíritus de Herzog y Kinski revoloteando entre la selva, el ron, el amor y la violencia.
Dirige con buen pulso la catalana Judith Colell, 15 horas, un correcto retrato de la violencia machista en la clase alta de República Dominicana con una ejecución formal sobria, sencilla, pero efectiva y funcional. Con muy poquito cuenta mucho. Buena fotografía, en especial en atención a los primeros planos. Lástima que gran parte del elenco no esté a la altura a nivel actoral. El final podría haber estado mejor hilado y cerrado. Incluso así me pareció una película remarcable.
En la balanza pesan más en Hermosos Vencidos, la película del canario Guillermo Magariños, sus aciertos que sus fallos o imprecisiones. En esta coproducción hispano-mexicana se dan la mano muchos de los elementos del cine independiente que más me gustan: una buena historia, un enfoque original de la premisa y el ansia de filmar con las entrañas. Una road movie sórdida, valiente, crepuscular, nihilista, filmada a pulmón, como se hace cuando apenas hay presupuesto. Esta ficción facturada casi de forma documental, en la que dos jóvenes transportan hasta el norte de México un cadáver para recibir un pago a la entrega, es una de las que más me han gustado de la sección Zonazine, y creo que mereció llevarse algún premio. De lo mejor la fotografía del español Carlos de Miguel, para quitarse el sombrero.
Chavalas, La cinta de Carol Rodríguez Corás, es honesta, divertida, veraz, y lo más importante: es una historia sobre mujeres, protagonizada por mujeres, en la que ningún personaje masculino roba ni un segundo de protagonismo ni actúa como catalizador de la trama, cosa que se agradece teniendo en cuenta el discurso de la película. Va a lo que va, tiene ambición comercial pero no a cualquier precio, y a pesar de los clichés del subgénero "volver al barrio" y de su previsible final, el desarrollo de la trama y un guion plagado de momentos divertidos interpretados por un plantel de jóvenes actrices que destilan química y credibilidad, la convierten en un película muy digna, y más si tenemos en cuenta lo flojito del nivel este año en la sección oficial. Entretenimiento de calidad, sencilla, necesaria, a la que puede que le vaya bien en taquilla y en plataformas.
Tuvo que llegar Agustí Villaronga para poner encima de la mesa una propuesta lo suficientemente arriesgada y personal como para ser digna de lo que debería ofrecer en mayor medida un festival de este calibre. Villaronga adapta parte del relato de Alessandro Baricco sobre el naufragio de la fragata de la marina francesa Méduse, encallada frente a la costa de Mauritania el 2 de julio de 1816. Unas 150 personas quedaron a la deriva en una balsa construida apresuradamente, y todas ellas, salvo 15, murieron durante los 13 días que se tardó en rescatarlos. Théodore Géricault inmortalizó una escena del relato en su famoso cuadro La balsa de la Medusa. Villaronga combina distintas puestas en escena: la formal que esperamos de una ficción, la teatralizada y la documental, y todas sostenidas por una magnífica fotografía que oscilaba entre el blanco y negro y el color de mano de Josep M. Civit y Blai Tomàs, y la poderosísima música de Marcús Jgr. Propuesta arriesgada que muchos contemplarán como demasiado compleja y hermética, pero que a mí me parece un cine necesario en nuestra cinematografía y festivales. Una película potente, de una poesía desbocada, simbolista y mágica en su brutalidad. Justa ganadora de los galardones que se llevó. Villaronga es un artesano del cine, y los artesanos siempre son necesarios y bienvenidos.
Y eso es todo, queridos lectores, o al menos lo que me ha apetecido destacar de esta edición de un Festival de Cine de Málaga algo descafeinado. Volveremos el año que viene, algunos a frecuentar la alfombra roja, las terrazas de los hoteles y el postureo; los demás seguiremos pendientes de las películas, que es a lo que se va a un festival, a ver cine y a hablar de lo que se proyecta sin plegarse a amiguismos y a palmaditas en las espaldas. Las collejas son necesarias, sobre todo cuando son merecidas. Y vean mucho cine, de las pocas cosas en la vida en las que hay que pagar lo mismo por consumir un buen producto que uno malo, en el que podemos elegir entre un chuletón de buey y un menú de hamburguesería de franquicia sin que nos cueste un céntimo más… Aunque claro, para gustos colores.