1 al 10/03/2024. Festival de Málaga.
Texto: Javier Titos García | Fotos: Festival de Málaga
Un sabor agradable, en primer lugar, al constatar que el certamen sigue, año tras año, creciendo como punto de encuentro cinéfilo, como trampolín mediático, laboratorio de colaboración entre distintos sectores de la industria en el que se facilita el contacto entre unos y otros para sacar adelante nuevos proyectos.
Y sin embargo, pasados unos días desde que finalizara, servidor no es capaz de quitarse un desagradable poso del paladar debido a que, después de dos años en los que la calidad que presidía la mayoría de las cintas presentadas en la sección oficial a concurso era remarcable, esta edición se me antoja floja, con demasiadas películas carentes de las mínimas cotas de calidad exigibles para competir en un festival que se lo tiene que hacer mirar, en el que en los corrillos de los compañeros de prensa se vaticinaba un cambio próximo en la cúpula directiva para tratar de volver a la senda que le dio prestigio: la del buen cine.
Comercial o de corte más independiente, pero de calidad al fin y al cabo, esté quien esté detrás de cada proyecto, apostando por las grandes productoras y televisiones, sí, aprovechando la visibilidad que dan al festival, pero sin olvidar que más vale el reconocimiento por lo bueno ofrecido que la supervivencia mediocre justificada por los servicios prestados y las alianzas contraídas en despachos.
El cine es arte, entretenimiento y mucho más, y se debería volver a buscar un equilibrio a la hora de seleccionar las películas que optan a premios, y no creo que eso esté totalmente reñido con el hecho de que sea un negocio, porque de hecho debe serlo, al menos en buena parte, por la cuenta que nos trae.
La gran triunfadora de esta edición fue Segundo premio, la cinta dirigida por Isaki Lacuesta sobre el periodo en el que Los Planetas preparaban la grabación de su tercer disco haciendo frente al abandono de su bajista, que se llevó las Biznagas a mejor película española, director y montaje. Los proyectos cinematográficos que surgen del caos, de la tragedia, no suelen tener término medio, acaban siendo obras magníficas o trabajos intrascendentes; en este caso, y en contra de lo que yo mismo vaticinaba, la cosa quedó entre dos aguas, porque lejos de ser una mala película, todo lo contrario, me parece fallida en algunos aspectos a pesar de contar con momentos inspiradísimos de gran cine, y por eso se me hace difícil estar de acuerdo con la decisión del jurado. Se podría rodar una película sobre cómo la cinta consiguió contra viento y marea salir a flote; el abandono de Jonás Trueba del proyecto después de llevar mucho adelantado, la pérdida de parte de la financiación, el hecho de que Isaki Lacuesta tuviera que dirigirla en remoto, apoyándose en Pol Rodríguez en el set, la desvinculación de la banda, fueron obstáculos complejos de superar, y tal vez debido a eso haya gustado tanto, no lo sé, por el hype previo, pero también por el posterior, cuando en la rueda de prensa, apenas pasados unos minutos desde que se encendieran las luces de la sala, ya había un nutrido grupo de críticos que la distinguían como película de culto. Hay cosas que no entiendo, la verdad.
Y todo esto en detrimento de la gran favorita hasta que se proyectó esta crónica sobre el grupo granadino a caballo entre lo documental y lo legendario, la magnífica película de Alex Montoya, La Casa, basada en la novela gráfica homónima de Paco Roca, una película coral redonda, emotiva, sencilla y sin embargo compleja por su construcción de personajes y propuesta narrativa, que lo tenía todo para ser la gran triunfadora, pero que sin embargo solo pudo rascar los premios a mejor guion, a mejor música, y el consuelo de saberse favorita del público por conseguir también la Biznaga en este apartado. Una auténtica pena, mereció más.
Otra película pequeña, con vocación de retrato realista, Los pequeños amores, de Celia Rico, se llevó el galardón especial del jurado y el de mejor actriz de reparto para una Adriana Ozores a la que es un placer ver siempre trabajar, que junto a una gran María Vázquez construyen una relación entre madre e hija repleta de química y veracidad. Luis Zahera ganó ex aequo junto al argentino Joaquín Furriel el premio a mejor actor. Zahera borda un personaje dramático con destellos cómicos en Pájaros, de Pau Durà, una película más que correcta, divertida, tierna, que quizás por transitar demasiados lugares comunes tan propios de las road movies al uso no consiguió más; el tándem del gallego con Javier Gutiérrez funciona durante toda la película, ambos están estupendos.
Nina, de Andrea Jaurrieta, se llevó el premio especial que otorga el jurado de la crítica, una película sobre abusos y violencia de género muy interesante por su desarrollo y apuestas, con unos Darío Grandinetti y Patricia López Arnaiz estupendos recreando algunas de las secuencias más incómodas que se han visto en el festival, sacando adelante una película valiente que, aunque imperfecta, tiene más pros que contras.
La mejor cinta iberoamericana fue Radical, de Christopher Zalla. Narra la historia real de un maestro de primaria de la ciudad mexicana de Matamoros que pretende dar un giro a la forma de educar enfrentándose a las trabas de un sistema burocrático endémico, corrupto, y a una realidad social complejísima debido al pulso constante de los narcos. Fue sin duda alguna la justa merecedora de la Biznaga. Normalmente el cine venido del otro lado del Atlántico siempre ha sido de gran calidad, y sin embargo este año pocas propuestas se salvaban, por ejemplo la sensacional Yana Wara, película peruana que gustó poco en su pase de prensa y que a mí me sorprendió gratamente por su propuesta técnica, su mixtura antropológica, fantástica y religiosa.
Para el otro lado del charco se fue también el premio a mejor actriz, para la cubana Lola Amores, por un trabajo físico y psicológico brutal en La mujer salvaje, que sin embargo no salva una película que aunque solvente en lo técnico naufraga en su conjunto. Para Gabriel Goity fue el premio a mejor actor de reparto por su interpretación en Descansar en paz, buen thriller argentino producido por Netflix que aunque bien hilado durante la mayor parte de su metraje se cerraba de mala manera dando al traste con una película emocionante y muy bien realizada que merecía un mejor final. El reconocimiento a mejor fotografía fue para Juan Carlos Martínez por la colombiana Golán, una de las películas que menos me gustaron, diría incluso que me resultó infumable por su pretenciosidad levantada sobre un guion previsible y unas interpretaciones impostadas que te sacaban de la historia a cada momento.
El Festival de Cine de Málaga bajó la persiana, se acabaron las proyecciones, los saraos y, aunque como he dicho al principio de esta crónica, no guardaré un gran recuerdo por la mayoría de lo visto en esta edición, no cabe duda de que sigue adelante en la tarea de promover el cine hecho en España y en Iberoamérica, facilitando el intercambio cultural y apostando por ser un poquito más grande cada año, haciendo gala de una organización y maneras más que dignas; eso sí, esperamos que la próxima edición esté más equilibrada, que se sea más exigente a la hora de seleccionar las películas a concurso, o puede que simplemente mis malas sensaciones se deban a que durante los últimos dos años nos acostumbraron demasiado bien, quién sabe.