Texto: Javier Titos García | Fotos: web / promocionales
Decepcionante, pretenciosa, vacía, con exceso de moralina, personajes planos, sin química, en una revisión espacial de El Corazón de las Tinieblas de Joseph Conrad con la voz en «off» de Apocalypse Now, con Brad Pitt jugando a ser un capitán Willard de cera y Tomy Lee Jones tan perdido como su personaje, sin saber cómo salir del paso de ser papá Kurtz.
James Gray tiene una filmografía corta, pero nos ha regalado cintas especiales y compactas con un discurso propio. Películas como La noche es nuestra o Two lovers delatan que tras ellas está un director puntilloso, un artesano de los retratos personales donde las pasiones y las ideas que se erigen en los motores vitales de sus personajes, son la materia prima que hace que sus historias calen en el espectador y que las tramas se desarrollen con un ritmo que invita a la reflexión y a identificarnos con las realidades que pone frente a nosotros.
En Ad Astra Gray se centra con ahínco en la odisea interior, pero se pierde en una aventura exterior que resulta visualmente espectacular, pero que no cuaja al combinarse con el tratamiento psicológico de los personajes. Hay momentos en los que la intriga y la acción se apoderan de la película, pero los conflictos se resuelven rápido y casi de cualquier manera, como ocurre en el caso del ataque pirata en una Luna colonizada, o el rescate en la nave a la deriva. La voz en «off» está concebida como la esencia del guion y se carga sobre ella la titánica tarea de dar sentido a una historia que hace aguas en demasiados puntos de la trama, donde se muestra tan redundante y con tantos altibajos como la partitura compuesta por Max Richter y Lorne Balfe, que por momentos emociona, aunque las más de las veces resulte impostada y grandilocuente como el espectáculo al que acompaña.
Lo más destacable, sin duda, es el tratamiento del sonido y el diseño de producción desarrollado para mostrar un futuro demasiado cercano, tanto que da miedo. La fotografía de Hoyte van Hoytema es de lo poco que se puede salvar de esta producción que tanta expectación había levantado, hasta el punto de que algunos críticos la compararan con vacas sagradas del séptimo arte como Solaris o 2001. Tarkovski y Kubrick han debido troncharse de risa desde el más allá.
Es curioso que con un montaje más que digno, un reparto estelar y una premisa que prometía algo grande, lo que quede sea una narración fallida en cuanto a lo psicológico, en la que ni si quiera las trepidantes escenas de acción llegan a resultar trascendentales en una cinta que cansa sin ser lenta. Un principio deslumbrante, que hace que te arrellanes en la butaca preparándote para gozar de dos horas de buen cine de ciencia ficción, da paso a un yermo alegato moral que se pierde entre sus propias carencias. Un quiero y no puedo, un intento infructuoso por llevarnos más allá de la última frontera del espacio conocido naufragando en lagunas existenciales manidas, herederas de otros discursos literarios y cinematográficos, sin aportar nada nuevo, ni si quiera una revisión de calidad, con tintes originales, solo hastío adornado con fuegos de artificio audiovisuales. Una pena.
Esperaba mucho de esta película. Quizá por eso la decepción haya sido mayor y la sensación de haber perdido el tiempo mayúscula.