Texto: Javier titos García | Fotos: web
Demuestra que se puede orquestar un buen espectáculo, bien filmado, bien hilado, y tener éxito sin renunciar a su personal visión artística, como hace décadas hicieran directores muy grandes, llenando salas, compartiendo arte y entretenimiento para mayor gloria del cine.
He de reconocer que un servidor sintió una mezcla de esperanza y miedo desde que hace unos cuatro años se empezara a expandir la noticia por los mentideros de Hollywood de que se preparaba una nueva adaptación de la obra de Frank Herbert, y que el director canadiense tenía muchas papeletas de llevarse el gato al agua y dirigirla. Conforme el proyecto tomaba forma ambos sentimientos se amplificaban, porque una nueva oportunidad de poner en pantalla grande Dune era cada vez más y más real. Después de la fallida pero deliciosa, para mi gusto, versión de David Lynch; y la locura lisérgica que hubiera supuesto que Jodorowsky la adaptara, como él mismo confesó, sin haberse leído una sola línea de la novela antes de ponerse a ello, Villeneuve podía conseguir lo que los anteriores cineastas no pudieron: construir una película que abarcara una novela y un imaginario inabarcables.
Cuando Lynch estrenó su película yo tenía seis añitos, pero cuatro después yo ya era un cinéfilo adicto y un lector voraz, y tras conseguir que mis padres la alquilaran en el videoclub, no tardé ni dos semanas en pedirles que me compraran la novela, a la que siguieron la segunda y la tercera. He leído varias veces esas tres entregas y, junto Asimov, Lem, Clarke y K. Dick, Frank Herbert se convirtió en uno de mis escritores de cabecera, no ya solamente en lo que a ciencia ficción se refiere.
Villeneuve ha sido tremendamente inteligente y valiente al intentar consumar su ejercicio de funambulismo cinematográfico, en una demostración de agallas por tratar de gustar a los lectores de la novela y a aquellos que no la han disfrutado hasta ahora; y sin faltar a su propia visión artística que como fan de Herbert tenía, y que ha debido pesar como una losa ciclópea sobre sus espaldas.
El Dune de Villeneuve no es una primera película de más de dos horas y media, sino la primera parte de una cinta que, en conjunto, pasará de las cinco, y que gracias a que a estas alturas, y que sin haberse estrenado todavía ni en USA ni en China, haya recaudado noventa millones de dólares, augura que habrá segundo acto para esta épica y mastodóntica puesta en escena espacial.
El espíritu de la obra literaria se respira en cada fotograma a pesar de las pocas licencias que el cineasta se ha permitido (Lynch se permitió más) y que no destriparé aquí para no fastidiar a aquellos que aún no hayan tenido ocasión de verla. Lo que es impepinable es que a estas alturas de nuestra historia se repiten muchas de las realidades geopolíticas que Herbert plasmó en su fantasía futurista cuando la publicó a mediados de los años sesenta. Es esta una obra titánica de la ficción literaria universal, relevante e influyente como pocas, y profundamente necesaria para entender tanto la ciencia ficción contemporánea, como nuestra propia cultura popular. Una novela atemporal plagada de personajes carismáticos, cuyas tramas tienden a ramificarse hacia lecturas muy profundas en torno a la ecología, el mesianismo, la religión y, muy especialmente, el colonialismo industrial. Herbert ya por entonces alegorizaba sobre los conflictos derivados de la extracción de los diamantes de sangre, el coltán, así como de otras materias primas esquilmadas sin rubor alguno, indispensables para que el sistema económico mundial pudiera funcionar, décadas antes de que esta situación saltara a los medios y salpicara masivamente a la opinión pública. La adaptación de Villeneuve, por tanto, es fiel, respetuosa y se percibe la pasión con la que ha sido levantada.
Villeneuve ha tenido claro desde el principio el intrincado laberinto de conceptos, personajes y universo estratégico-político a desarrollar para no caer en un ejercicio demasiado naif que hubiera hecho que los lectores aborrecieran una simplificación en demasía de la historia y de sus postulados más complejos. Al ser consciente de que iba a dirigirse a un público que no necesariamente ha leído la obra de Herbert, uno de los mayores aciertos del guion ha sido que su accesibilidad para todo tipo de espectadores no pesara demasiado y que al mismo tiempo no acabara decepcionando a los conocedores de la trama y sus derroteros, precisamente por eso. Casi todo lo que es importante para no perderse en las tramas se encuentra bien expuesto a lo largo de sus dos horas y media de metraje.
Sin embargo, echo en falta aspectos muy importantes que no creo que hubieran supuesto un exceso de minutaje extra, y que por ejemplo si tuvieron cabida, en la mayoría de los casos, en la versión de Lynch, que hubiera sido una cosa muy distinta si el productor Dino De Laurentiis no hubiera metido su enfermiza y caprichosa tijera. Me faltan más referencias al Landsraad, la C.H.O.A.M, mencionar a la Bene Teilax y su Lenguaje de Dios en lo que a ingeniería genética se refiere; poco se dice también del Condicionamiento Imperial del doctor Yueh, del entrenamiento Prana Bindu de la Bene Gesserit, que es la clave de la fortaleza física y mental de las mujeres de la Orden y que incluso les permite alterar su metabolismo a voluntad; y sobre todo, no entiendo como no se hace referencia alguna a la Yihad Butleriana tras la que se prohíben las computadoras y que explicaría el papel de los Mentats como fieles y necesarios servidores de cada casa nobiliaria. Espero que en la segunda parte se arroje algo de luz para que aquellos que no han leído la obra de Herbert entiendan un poco mejor su universo. Incluso así, no entiendo por qué se ha prescindido de las voces en off para plasmar los pensamientos de los personajes, algo muy importante en la novela y que en una película así hubiera cuajado francamente bien para aportar más datos y ayudar a la comprensión psicológica de los personajes, como sí ocurría en la versión de Lynch.
Su interpretación es más que solvente, y por lo visto hasta ahora parece que el joven actor está más que capacitado para cargar sobre su espalda el complejo arco narrativo de un personaje que los que han leído la novela sabrán que es terriblemente complejo. La actriz de origen sueco Sarah Ferguson está francamente bien combinando los distintos planos de madre, mentora y guerrera, en el papel de la madre de Paul, Lady Jessica, una Bene Gesserit, concubina del duque Leto Atreides, que interpreta Oscar Isaac de forma correcta, ni más ni menos. Lo mismo ocurre con Jason Momoa y Josh Brolin como el Maestro de Espadas Dundan Idaho o el Jefe de Guerra de la Casa Atreides Gurney Halleck respectivamente, interpretados con mesura y con menos aspavientos de los que en principio llegué a temerme, sobre todo en el caso de Momoa. Hay otros personajes a destacar que adquieren un peso importante debido al trabajo interpretativo que hay detrás, por un lado una Charlotte Rampling perturbadora en su papel como la Reverenda Madre Gaius Helen Mohiam, uno de los personajes más complejos de todo el universo Dune. Sharon Duncan-Brewster me parece que está correcta como la ecóloga imperial Liet Kynes; una de las poquitas licencias en esta adaptación al tratarse de un personaje masculino en la novela, y que fue interpretado por el gran Max Von Sydow en el film dirigido por David Lynch… Hay cosas que no entiendo, la verdad, sobre todo en una historia como esta en la que abundan los personajes femeninos potentes y trascendentales como para que este cambio del original se haya tenido en cuenta en el guion final. Luego tenemos una plantilla de actores internacionales de primerísimo nivel cuya participación en la película es reducida por tratarse de la primera parte, pero que de seguro gozarán de un mayor protagonismo en la segunda: es el caso de la Chani de Zendaya, me ha sorprendido gratamente; Javier Bardem como el líder Fremen Stilgar, igual que Dave Bautista en el Rol de Rabban, sobrino de un terrorífico Barón Harkonnen interpretado magníficamente por Stellan Skarsgård, con algunos guiños en su interpretación que recordarán a los cinéfilos al Kurtz de Marlon Brando en Apocalypse Now una gozada para los nostálgicos.
La película maneja una escala tan épica que queda clarísimo desde las primeras secuencias que ha sido concebida para ser disfrutada en una sala de cine. La fotografía de Greig Fraser contribuye a potenciar la grandiosidad de la naturaleza que se quiere plasmar, sembrada con un vestuario y unos diseños industriales magníficos, imponentes. En cuanto a la música, el score de Hans Zimmer desarrolla melodías repletas de sonoridades de marcado carácter étnico, épicas y grandilocuentes por momentos, e íntimas y repletas de sensibilidad cuando toca. Para mi gusto, el problema es que el diseño sonoro de la película es muy superior al score compuesto por Zimmer, tan sobrecogedor que aunque casan perfectamente en la mezcla de la banda sonora, me faltan leitmotivs más reconocibles que destaquen momentáneamente como ocurría con la prodigiosa, para mi gusto, música de Toto y Brian Eno de la versión de Lynch. Pero quizás esa haya sido la apuesta de Zimmer, no pasar por encima del diseño sonoro, integrarse, y en ese caso servidor se calla después de haber dado mi opinión al respecto. De lo que estoy seguro es de que Zimmer con cada nueva partitura que entrega para cine se recicla a sí mismo tomando líneas de obras anteriores, y en ocasiones (tengo que volver a verla para estar completamente seguro) fusilando segmentos musicales de la magistral banda sonora de Lawrence de Arabia compuesta por el genial Maurice Jarre.
Está por ver si Dune culmina convirtiéndose en obra maestra, es algo que todavía no puedo dirimir, pero queda claro que se agradece que cuente con los recursos de una superproducción para levantar un relato de aprendizaje, de personajes que luchan constantemente con sus miedos, con un guion preciso a la hora de introducir los complejos elementos argumentales sin los cuales la película hubiera resultado infantil y sosa. Es excesiva en el buen sentido de la palabra, muy entretenida y grandiosa en cuanto a experiencia cinematográfica se refiere. Un majestuoso preludio, sin duda.