Texto: Javier titos García | Fotos: web
Grandioso ejercicio, sórdido y pirómano, de energía visual y sonora. Un trabajo personalísimo, violento, incómodo, formidable y retorcido. Una película que nadie esperaba del Hollywood actual. Es ambiciosa pero está a la altura. Pocos salen vivos de estos riesgos suicidas, que suponen sacar al fan de su zona de confort, de manera tan magistral.
Dicen que el que ríe el último ríe mejor, y eso es lo que debe estar haciendo el director norteamericano Todd Phillips, sobre todo después de dar la campanada ganando el León de Oro del Festival de Venecia y de rendir a público y crítica a sus pies; algo que resulta complicado en los tiempos en los que vivimos. Casi nadie daba un duro por él cuando se anunció que se haría cargo de la película, incluso los había que vaticinaban que Joaquin Phoenix se estrellaría al colaborar con el tipo que hizo la saga Resacón en las Vegas. Ahora habrá quien acepte su equivocación al haberse perdido en sus propios prejuicios y quien estará digiriendo la bilis empleada de forma tan gratuita.
Joker no es perfecta, no quiere serlo, y ahí reside su mayor logro, ser una obra auténtica, honesta. Funciona a varios niveles, lo mismo como drama social satírico que como manifiesto sobre la psicopatía. Además, trasciende la temporalidad al estar recreada en una época inconcreta entre finales de los 70 y principios de los 80, demostrando que la historia es cíclica y que ver que los diablos de nuestra sociedad ya existían décadas antes constituye un potente exorcismo sociológico audiovisual para los que no vivieron esos pretéritos.
Hay algo escalofriante en cómo el Joker se apodera del personaje de Arthur Fleck, igual que un parásito, poco a poco, al sucederse los detonantes psicológicos, sin pausa pero sin prisa. Desde el primer al último fotograma no hay un solo momento que no esté presidido por la infelicidad, la soledad y la claustrofobia de alguien que sabe que está atrapado por sí mismo y por una sociedad que le ignora e incluso lo vapulea física y emocionalmente. Un viaje a los infiernos de la psique en un acercamiento fílmico íntimo y descarnado desprovisto de mesura pero cocinado con un saber hacer excepcional.
Su genialidad va, obviamente, mucho más allá de la preparación física, de la pérdida de peso, tiene que ver con la recreación psicológica del personaje. Es una experiencia apabullante ver a Phoenix en escena, escuchar una risa tan dolorosa te desarma. Es espeluznante, emocionante, bronca, sensible, todo a la vez, y lo mejor... que te olvidas de que estás viendo una película sobre el Joker salvo en determinados momentos donde los aspectos identitarios del comic trascienden. Es una actuación estratosférica, hace de cada secuencia una joya interpretativa. Cuentan los mentideros hollywoodienses que el rodaje ha sido un infierno. Me lo creo.
La fotografía de Lawrence Sher es una maravilla, una trampa de colores desasosegantes y encuadres perfectamente diseñados, que se hilvanan en un montaje difícilmente superable que nos guía a través del viaje al infierno interior del personaje, en el que no hay un solo plano que no despierte una bellísima incomodidad, algo muy complicado de conseguir sin caer por el precipicio del exceso autocomplaciente. La música de Hildur Guðnadóttir apuntala cada toma, cada climax, los chelos no se me quitan de la cabeza, es de una belleza tenebrosa y visceral que funciona a lo largo de todo el metraje. Resulta fascinante y atrapa.
Se ha hablado mucho sobre las influencias de Phillips; son evidentes, pero dan forma a la película sin apoderarse de ella, y eso es lo complicado a la hora de tenerlas tan presentes: no avergonzarte de ellas pero no dejar que la protagonicen, dejando así espacio a la propia visión del director. Es un hijo aventajado del mejor Scorsese y de Mamet. En cuanto al apartado de los comics, a pesar de que el director en un principio afirmó que no se basaría en ninguna historia ya creada del universo DC, resultan evidentes los guiños a The Killing Joke y The Dark Knight Returns, con algunos momentos icónicos que quedarán en el imaginario de los fans.
Puede que no todo el mundo esté preparado para esta película, escuché a la mitad de los asistentes reírse durante una de las escenas más brutales del film. Hay gente que parece tener el cerebro totalmente achicharrado, o, como me dijo una amiga, son directamente idiotas. No hay nada humorístico en la cinta, todo lo contrario.