08/11/2019. Salón de Actos de la Escuela de Arte San Telmo.
Texto: Javier Titos García | Fotos: Juanma García Molina
La vida perra, el documental realizado por Pablo Macías y Soledad Villalba, por fin se estrenó en Málaga dentro de la programación del Moments Festival, después de su paso por el Festival de Cine Africano de Tarifa, el Festival de Cine de Lima, y de ganar el premio a mejor documental en el Festival Nuevo Cine Andaluz de Casares.
Tarde fría de viernes, el invierno parece haber hecho una avanzadilla para que los confiados viandantes de la capital de la Costa del Sol se preparen para lo que está por venir. He sido previsor, voy abrigado. Fumo un cigarrillo tras otro mientras me dirijo a la Escuela de Arte San Telmo, nervioso, porque tengo una cita con un muerto, un finado al que conocí literariamente por casualidad, y que desde entonces se ha convertido en uno de mis narradores españoles favoritos. Un tipo desconocido para el gran público, por desgracia; con un aura trágica, el último escritor maldito de las letras españolas: el tangerino Ángel Vázquez Molina.
Leí Se enciende y se apaga una luz (la novela con la que ganó el Premio Planeta en 1962) hace unos años, buscando autores nacionales de la segunda mitad del siglo pasado que no hubiera leído, y me encontré con un narrador excepcional, con un mundo interior propio y una forma de armar una personalísima arquitectura de lo narrativo que hizo que devorara la novela en una sola noche, insomne, incapaz de dejar el libro en la mesita de noche y conciliar el sueño hasta que no acabé la última página. Desde entonces, y tras leer también su obra más personal, La vida perra de Juanita Narboni (con la que fue finalista del Premio de la Crítica en 1976) no he parado de indagar en su vida. Por eso cuando me enteré de que habían realizado un documental sobre su vida y obra me emocioné, y como he dicho antes caminé ansioso y preocupado por las expectativas que uno se crea cuando alguien hace un documental sobre una figura artística que admira.
En un salón de actos a rebosar, con asientos de otro siglo y un aroma rancio a tapizado pretérito, se apagaron las luces y la apuesta audiovisual de Pablo Macías y Soledad Villalba comenzó a dibujarse en la pantalla. Tengo especial predilección por los proyectos auto producidos, porque suelen destilar un cariño y una dedicación que otras producciones apadrinadas no trasmiten, porque juegan en otra liga, porque cuando se arriesga lo propio se tira de ingenio y se eligen historias que se defienden sin cuartel, como si fueran una última oportunidad, con un amor desmedido por lo que se está haciendo, y eso es lo que se percibe en este documental. Con una fotografía muy cuidada y un montaje meticuloso, mimado y preciosista, la película transita de forma indivisible por la historia del propio Ángel Vázquez y de Tánger, el protectorado internacional que le vio nacer. Es un acierto al tratar una figura tan sorprendentemente desconocida iniciar el metraje con una declaración de intenciones de peso, en este caso poner sobre la mesa, en la primera secuencia, la esencia de la realidad del personaje que se va a retratar. En los dos primeros minutos, antes de un recorrido hermosísimo por las perspectivas de la ciudad, la primera interlocutora que se muestra al espectador explica cómo cuando Ángel Vázquez ganó el Premio Planeta hubo que buscarlo porque nadie sabía dónde estaba, para hallarlo borracho, dormido en un banco, que hubo que prestarle ropa, pagarle el viaje a Madrid para recibir el galardón, y cómo a su vuelta lo esperaban los acreedores para dejarlo sin blanca nada más bajar del barco que lo devolvía a la tierra donde se fraguó su imaginario y su literaria existencia.
La película homenajea el formato novelado dividiéndose en dos partes y seis capítulos, en los que se alterna la entrevista a aquellos que lo conocieron y unas secuencias en las que aparece, siempre de espaldas, un personaje femenino que representa a la protagonista de su novela, Juanita Narboni, rodadas con un ritmo pausado, exquisito. Ambas líneas de desarrollo tienen vocación independiente y se podrían visionar de forma separada sin ningún problema. Se dejaron filmar la investigadora Rocío Rojas-Marcos, Sharon E. Smith, la viuda del pintor tangerino José Hernández, el escritor Luis Antonio de Villena y el periodista Javier Valenzuela entre otros, con cuyas aportaciones va tomando forma el mosaico de la que fue la puerta internacional de África; el lugar donde echaron a andar su destino y su vocación de escritor, su vida excesiva de adicción al alcohol, los pasos de un hombre retraído que acabaría convirtiéndose en leyenda muy a pesar suyo.
La vida perra son dos historias en una, indivisibles y al mismo tiempo independientes, y ese es uno de sus aciertos como concepción narrativa. Es dramática, cómica, romántica… todo al mismo tiempo y sin caer en los tópicos más manidos. Una canción de amor a una ciudad y al hombre que surgió de sus tripas, en una época casi legendaria, poblada de espías, diplomáticos, contrabandistas, señoras de alta sociedad que conviven con personajes maltratados por el destino en un Marruecos de novela. El final, con el personaje de Juanita Narboni llevando flores al nicho madrileño del escritor mientras suena la copla cantada por Imperio Argentina, El día que nací yo, es un epitafio emocionante y sobrecogedor.
Si tienen ocasión de verla no se la pierdan. Les invito también a adentrarse en la obra de Ángel Vázquez; no se arrepentirán.