Esculturas y ensamblajes de Eugenio de la Torre en la sala Robert Harvey (Colegio de Benagalbón) del 25 de noviembre al 20 de diciembre de 2013.
Horario de visitas: de lunes a viernes de 10 a 13H.
Texto e imágenes: Fernando de la Rosa
La recuperación y el ensamblaje de materiales de deshecho para conformar una obra es un recurso elevado a la máxima categoría artística por las vanguardias del s.XX. La ventaja que tiene la recuperación y reelaboración -llámese reciclaje si se prefiere- de viejos restos del naufragio social, natural e industrial es que el catálogo de materia prima disponible se amplía y diversifica con asombrosa rapidez y variedad. Eugenio de la Torre conoce bien esa diversidad de materiales disponibles, pero en esta ocasión, para escenificar su irónica crítica a nuestra UTOPÍA (su primera instalación), ha elegido la madera como soporte principal de sus esculturas, a la que sin embargo trata con sabia y enérgica dulzura. Tal es su nobleza -la de ambos- que parecen haberse encontrado hombre y materia en el medio justo de sus necesidades y posibilidades expresivas.
Con profundo conocimiento de los materiales y un excelente trabajo de encolado y ensamblaje, Eugenio de la Torre ha hecho de viejos y rudos restos, el lugar de armoniosos encuentros de formas, no depuradas en exceso, en los que la aglomeración de piezas y la complejidad de algunas de las construcciones, describe la intrincada estética de un artista en su apasionada entrega. Algunas de las piezas (las tres carabelas de “Este pueblo no descubrió América. sólo le puso nombre”, la gran pieza central o “Estos barcos están amarrados” ) dejan ver hermosos juegos de formas y equilibrios de masas muy logrados, donde se dejan respirar los volúmenes y hoquedades en el vacío, ofreciendo una visión de conjunto de gran transparencia y dinamismo. Si bien, en su abigarrada estructura, incorporan otros elementos más accesorios o decorativos, como piedras, cuerdas o redes, un atrezzo a veces excesivo, pero que de alguna manera procura una escenificación y unidad del conjunto, apoyando algunos aspectos del relato de la idea.
El paisaje se conforma en diferentes términos: por un lado, concebido como cuadro-objeto, la única pintura presente en la instalación, recrea las vistas de un pueblo junto al mar, con elementos tridimensionales encolados al soporte (collage) que ponen de relieve las formas y volúmenes que no se despegan así del conjunto, pintado con espesos brochazos de pintura pero con una resuelta armonía cromática en rojos, pardos y azules. Por otro lado, el paisaje es concebido como escena, ( “Un pueblo que no existe” ), donde nos presenta un utópico y liliputiense pueblo marinero, vigilado por un cañón y con algunos barcos amarrados a puerto. En esta curiosa composición, con las calles del pueblo llenas de esculturas y unas montañas que sirven de telón de fondo, la invención y el juego se hacen más patentes, poniendo a nuestro alcance originales esculturas en pequeño formato que hacen las delicias de visitantes de cualquier edad.
Con indudable fuerza creativa, Eugenio ha ido conformando múltiples fragmentos de ignota procedencia en resurgentes proas e inverosímiles cascos y mástiles que sostienen decididas velas al viento, que se alzan contra las tempestades de hoy. Con la introducción de textos que evidencian el mensaje en la pared, se hace clara alusión a situaciones contradictorias y de desesperanza, pero desde las que se defiende la capacidad de resistencia y de lucha de los pueblos, ante el sentimiento de culpa (este pueblo es inocente), el paro y la impotencia de la gente (unos barcos amarrados), y la falta de confianza en ciertos valores o el liderazgo (este faro no alumbra). Sin la presencia de la figura humana, el barco personaliza, asume en cuerpo y alma, la identidad de ser viviente, habitado por los conflictos, pero hecho con la materia de la regeneración.
Eugenio de la Torre se sirve así del barco como metáfora del Hombre y de nuestro paso por la vida. Creado con los restos de otros barcos -otras vidas-, sus barcos ensamblados exhiben nuestra capacidad de adaptación y nos aproximan en su concepción a la expresión, la manifestación, de un sentimiento colectivo. El pescador es pues, una vez más el paradigma del hombre destinado a sufrir el azote continuo del mar despiadado y del tiempo inclemente, condenado a sufrir y a sobrevivir esa batalla injusta contra los elementos, ante la que saldrá sin duda, redimido. La provocación, el conflicto, la guerra, nunca exterminaron la verdad ni la buena voluntad.
Sala Robert Harvey (Colegio de Benagalbón)
del 25 de noviembre al 20 de diciembre de 2013
Horario de visitas: de lunes a viernes de 10 a 13H.