XXIX Festival de Teatro de Málaga. Teatro Echegaray. 11/02/2012 (2ª función).
Texto: Miguel Ángel Barba | Fotos: Dani Pérez / Teatro Cervantes
Y esto es así porque tras poder apreciar todo el trabajo desarrollado detrás de esta interesante propuesta, lo cual hay que valorar obviamente, se comprueba que el resultado final no está al mismo nivel que el esfuerzo invertido.
Como ambicioso proyecto artístico se nos presentaba este espectáculo en el Teatro Echegaray como colofón al Festival de Teatro de Málaga. Afrontar un montaje de estas características es complejo y requiere, al margen de otros aspectos, de una buena producción, que es precisamente de lo que adolece.
De inicio valoro que el espectáculo parte de una idea muy buena, con interesantes coreografías, un vestuario brillante por momentos, así como una notable selección musical. El tratado del cordobés Ibn Hazm, llevado al cine por el cineasta tunecino Nacer Khemir, es un gran punto de partida y algunos de los elementos creados o recreados son de notable factura. Igual se puede afirmar de algunos de lo números, como el del baile en giros constantes e imposibles (foto de la derecha), la coreografía y atrezzo de la danza de los abanicos (foto de cabecera), así como la presencia del multi instrumentista Saeed Khan con el sitar, la flauta, el melódica piano 27 y la voz (foto 3ª).
Hasta aquí los aspectos positivos. Mi afirmación inicial en cuanto a la carencia de una producción adecuada se basa entre otras cosas en que, de entrada, un montaje de estas características no puede llevar una voz en off cuyo sonido es pésimo, con soplidos y ruidos que parecen provenir de una grabación con un radiocasete antiguo, un CD sucio o un ordenador personal no demasiado bueno. Igualmente ocurría con la música grabada, aunque en menor medida.
En segundo lugar, el uso de micrófonos de diadema por parte de bailarinas y actores, amen de no estar demasiado justificados en un teatro pequeño como el Echegary (se podría debatir en qué casos se justificaría, incluso en grandes teatros), debe quedar supeditado a un buen uso de ellos. Estar toda la obra oyendo los comentarios y avisos entre bambalinas, respiraciones entrecortadas y jadeos, tropiezos, las manos de unos golpeando las petacas de otros y rozando las ropas (en las escenas amorosas por ejemplo) no es muy enriquecedor y dice poco de la dirección, realización y producción.
En tercer lugar no puede existir un contraste de calidad y experiencia tan grande entre unas bailarinas y otras. Algunas muy forzadas, liándose con los velos y otras muy buenas.
En cuarto lugar los actores deben ser elegidos con un criterio de calidad mayor. Gran parte de ellos muy sosos y sin capacidad ni cualidades dramáticas, más cercanos a actores de taller o instituto. La danza de la lucha es manifiestamente mejorable. Sin querer hurgar más en la herida, realmente parece no existir una dirección de actores. Y por supuesto, las bailarinas que tienen que interpretar necesitan un trabajo extra: saber bailar no conlleva servir como actriz. Tampoco existe una arquitectura en la dramaturgia suficientemente sólida para sustentar el espectáculo que se aprecia un poco deslavazado.
Finalmente, la transiciones entre escenas son muy sucias. Si al menos sonara música no se oirían los ruidos constantes de los desplazamientos de la escenografía y de los cambios de actores o bailarinas, los suspiros, los jadeos y las voces. Inundándose el teatro en más de una ocasión de múltiples clics de las petacas de los micrófonos al encenderse y apagarse sin esperar a que se bajen los volúmenes.
Mi única intención haciendo ver todos estos desajustes y consideraciones sobre la producción, realización y dirección, es la de clarificar la diferencia entre un montaje producto de un taller o un curso y el estreno y presentación de un espectáculo de esta clase en un Festival de Teatro como el de Málaga, con un nivel mínimo exigible a toda compañía que pase por él, mucho mayor lógicamente en este caso que en el anterior.
Y esta reflexión lleva a otra igual de importante: el enorme trabajo desarrollado que puede apreciarse claramente, horas de ensayo, etc, además de la calidad indiscutible de algunas de las propuestas que contiene, así como de algunas bailarinas y el antes citado músico, no se vería empañado por las carencias y errores expuestos en este artículo.
Vaya por delante mi enhorabuena por la iniciativa, la idea y el trabajo que, fuera del ámbito del festival, conllevaría una lectura y valoración distintas.
Se avisaron cambios en el elenco antes de iniciarse la representación
Adaptación y dirección: Irene Aivar
Actores: María Arce, Marta Guzmán y David Habitán
Bailarines: Irene Aivar y Compañía Al-Rawí de Danza Oriental:
Emy Martín, Aurora Capablanca, Marina Ruiz y Carmen Durán.
Con la colaboración especial de Eva Chacón, Haua al-Sahara, Salima y Helena Rull
Músicos: Saeed Khan (sitar), Yassir Jamal (darbuka) y Ramón Barranquero (guitarra)
Acróbata: David Gil (finalmente fueron dos mujeres acróbatas)