Teatro Cervantes. 09/01/2012
Texto: Miguel Ángel Barba | Fotos: Promocionales de la Compañía
La joven compañía cierra su etapa malagueña, tras representar anteriormente El Cascanueces, con un ballet, no de los más celebrados de Tchaikovsky. Como en la anterior puesta en escena la ausencia de orquesta no gustó a todos. Aunque hay que reconocer que una mayoría lo excusa y plantea: ¡qué precios tendrían estos espectáculos si contasen con orquesta!. Si tenemos en cuenta que algunas Orquestas y Coros de Teatros Nacionales, como el Bolshoi de Ópera y Ballet de la República de Bielorrusia cuenta con más de 150 músicos...
Este grupo de jóvenes bailarines y bailarinas se propuso conquistar Málaga dentro de su periplo español y, a tenor de los constantes aplausos que interrumpían el discurrir de la puesta en escena, así como de la ovación final , puede decirse que han conseguido su objetivo.
Hay uno en concreto del que doy fe de ello: emocionó. La emotividad y la expresividad, fundamentalmente de los dos actos que discurren en el lago, colmaron de sonoros aplausos cada uno de sus finales. Los comentarios entre pasillos a la salida eran casi unánimes. Sin embargo, un primer acto en el castillo del príncipe Sigfrido, excesivamente largo, cargado de gestos y movimientos reiterativos de manos, por parte del cuerpo de baile que hace las veces de escenografía mientras no baila, no terminó de calentar al público, tuvo que ser el segundo acto, ya en el lago, cuando se produjo la conexión. Esto no es culpa solo de la compañía, realmente la arquitectura dramática y la partitura son excesivamente largas para lo poco que ocurre en la trama y en escena.
Esto es otra de las cosas que algunos críticos musicales achacan a esta obra del genial músico, que no parece tener una continuidad y que se nota en demasía que está reconstruida a base de partituras distintas e independientes. Así se alternan piezas de una belleza, energía, sensibilidad... enormes, con otras de menor factura armónica, rítmica o melódica.
Si a esto sumamos que el volumen de la música no abrigaba demasiado la escena y que en este primer acto, dada su energía y brillo, los movimientos de los bailarines producían más ruido, pues lo dicho, que hasta la llegada a la orilla del lago, no se consumó el idilio público-ballet.
Para entonces ya pudo comprobarse algunas cosas interesantes. Como que el personaje del bufón era interpretado por un buen bailarín: certero, enérgico, proporcionado, ágil, alegre y vivaracho... Así como que el personaje del príncipe recaía en un no menos temperamental bailarín principal, elegante, con una buena técnica individual y de pareja, y como demostró con la sucesión de actos, también muy bien proporcionado y sensible. Sus manos parecían moldear el cuerpo de Odette a modo de alfarero de la danza. Con una gran plasticidad.
Si a ellos sumamos la enorme expresividad del mago y de la grácil y elegante primera bailarina, que personificaba a la mujer cisne, Odette, y a Odile, así como el pas de quatre ejecutado de forma brillante por el cuarteto de cisnes, con una buena precisión y cadencia musical, con movimientos de manos que verdaderamente semejaban alas, haciendo grande el precioso pasaje musical compuesto por Tchaikovski para la escena, podemos obviar las máculas del espectáculo. Éstas fueron debidas fundamentalmente a la diferencia entre estos artistas y algunos de los integrantes del cuerpo de baile, de los cuales había bailarines muy rígidos y con poca desenvoltura en escena, así como alguna bailarina con diferencia de pasos o altura en los saltos. Lo cual rompía un poco el encanto de algunos de los gráciles movimientos de sus compañeros de cuerpo.
Por lo demás una buena noche de ballet clásico, con el agujero negro de la música en lata, que parece ser convenció bastante al respetable. Y el cliente siempre tiene la razón ¡¿o no...?!
Coreografía original Marius Petipa y Lev Ivanov
Música Piotr Ilich Tchaikovsky
* Próxima Función 15 de enero *