Ciclo de Danza 2011. Teatro Echegaray, 07/10/2011
Texto: Romudea | Fotos de la compañía
En el ciclo de danza 2001, asistimos a una reposición de la obra más emblemática de la Cía. Gelabert/Azzopardi, Belmonte (1988). Una obra inspirada en el mundo del toreo, a través del diestro sevillano Juan Belmonte (1892-1962), considerado por algunos como creador del toreo moderno.
La Cía. Gelabert/Azzopardi nace en 1985 de la mano de Cesc Gelabert y Lydia Azzopardi, y se establece en Barcelona.
Belmonte intenta explicar a través de la danza los sentimientos, para mí contradictorios, que emanan del arte de la tauromaquia.
Una maravillosa puesta en escena, muy cuidada y muy rodada, mimando los detalles.
Todo comienza con la actuación en solitario de Cesc Gelabert, en el papel de torero, presentando al personaje. Solo con mirar el movimiento de sus manos llegan al espectador las emociones del muchacho en su juventud, su pasión por el mundo del toro. La música, de Carles Santos, nos introduce en las dehesas, nos descarga la adrenalina igual que al Belmonte adolescente que quería triunfar en los ruedos.
Sin grandes aspavientos acrobáticos, sólo con sensibilidad unida a una gran técnica, Cesc es capaz, con sucesiones de movimientos del contemporáneo, ensamblar estos elementos para convertirlos en la personalidad del diestro en sus inicios. Su ilusión, el poder hacer realidad su sueño de ser torero.
En escena, fondo negro, la mayor parte de la obra, negro azabache. Tanto el decorado como el vestuario, fantásticos, están a cargo de Frederic Amat, y se conserva el diseño original en la mayor parte.
Las luces, de Cesc, y Jordi Llongueras, penetran junto con la música en la historia.
Aparece una figura, a cargo de la bailarina Virginia Gimeno. Nada tiene que ver con el torero (al menos eso parece al principio), tras una estructura colorista, como si se tratara de una burbuja, observa. Tiene miedo a salir de ella, sale y se retuerce de dolor, como imaginando lo que vendrá en el futuro. Para mí es la clave de la historia. El vestuario de la chica es espectacular, tonos naranjas, amarillos, colores calientes que contrastan con la negrura.
Llega el gran momento: el toro.
Un hombre se mide a un animal, representado por seis bailarines, seis Mihuras musculados. La belleza del animal frente a la destreza del maestro. La juventud frente a la experiencia.
El contraste puede chocar, seis jóvenes adonis frente al bailarín- coreógrafo, que, puede que no tenga ya el gran físico de los treinta, pero los domina con movimientos precisos. Hacer fácil lo difícil. La coreografía de la lidia en sí es de gran belleza, priman los sentimientos sobre los movimientos mecánicos de academia, tanto por parte del maestro como de los pupilos.
Cesc se mantiene a veces como simple observador, como cuando el torero mide al toro a distancia; otras veces, como director de orquesta, asemejando los pases de capote, guiando al toro hacia su terreno.
La música se convierte en conductora de la faena. El paseíllo, los pases de pecho, miradas que se cruzan. Pasos de flamenco, poses sacadas de la lidia hechas danza pura. Momento del “toro bonito”. Toro precioso, los seis bailarines se hacen uno para transformarse en el toro negro, brillante, joven, que no sabe todavía lo que le espera. El torero se mide con el toro y disfruta su momento. Y, en realidad, nos hace disfrutar de nuestro momento.
No me gustan los toros, pero he visto la belleza de una faena bien ejecutada.
Llega la hora de matar. Comienza el tormento. Una muy buena ejecución de suelo por parte de los siete bailarines en escena. Todo negro, sombrío, preludio del horror. Luego el hombre, arriba, en posición de ventaja, el toro, en el suelo. Se palpa la crueldad innata a la tauromaquia, la brutalidad hacia el animal, la desesperación del toro, su indefensión.
El negro se vuelve rojo, rojo intenso, al igual que la música.
Sale de nuevo la chica, que abraza al diestro. La belleza. El torero debe matar a la belleza para concluir la faena, y la mata.
Amar para después matar; qué sinsentido.
No se decanta a favor ni en contra de los toros. Explica ambas razones, nos hace ver la maravilla y la crueldad.
Siguen sin gustarme las corridas de toros, pero después de esta experiencia, he llegado a entender a los defensores de la fiesta nacional.