26/01/2018. Teatro Cervantes. 35 Festival de Teatro de Málaga.
Texto: M.Carmen Sánchez Torres | Fotos: Traspasos kultur
La pluma es la lengua del almaEl viernes 26 de enero, la Compañía Nacional de Teatro Clásico presentó en Málaga uno de los platos fuertes del 35º Festival de Teatro: la obra Sueños (a partir de Los sueños de Francisco de Quevedo). Teatro Cervantes completísimo, ya sea por la relevancia de uno de los genios de nuestro Siglo de Oro, ya sea por la fama de Juan Echanove interpretándolo magistralmente.
José Luis Collado, se atreve a confeccionar una versión libre de una de las piezas de sátira más aguda de Quevedo: Los sueños. Son cinco narraciones cortas en las que desfilan oficios, costumbres y personajes populares de su época , con sus abusos y engaños, condenadas por la pluma más feroz y descarnada del Conceptismo español, Francisco de Quevedo. A través de la libertad que concede lo onírico y las alegorías, en Sueños somos testigos de un desfile de estados y pecados como el Desengaño, la Prosperidad o la Envidia, caricaturas sin piedad del estado eclesiástico, del dinero, del poder, de la “durmiente monarquía”… Se necesita hacer un esfuerzo para recordar que esta obra se publicó en 1627 y no en pleno siglo XXI.
De este espectáculo que dirige Gerardo Vega, nos entusiasmó que el propio teatro, con su patio de butacas, formara parte de la representación: los personajes aparecían de repente entre el público, subían al escenario, descendían. Así comenzó, de manera soberbia, el actor Juan Echanove/Quevedo: “Parióme adrede mi madre, ¡ojalá no me pariera!”. No podemos imaginar mejor actor para Francisco de Quevedo porque la mímesis es impresionante y la interpretación, sublime. El lenguaje, respetuoso con el castellano original del siglo XVII. La música barroca, el escenario parco a la par que exquisito, con paneles de imágenes de los personajes que ilustraban las escenas. Y, a mi parecer, uno de los mejores logros, la intercalación de famosos versos y sátiras, reconocidas (queremos creer) por gran parte de los espectadores. “Cerrar podrá mis ojos la postrera sombra…”, “Todos me dicen lo que debo hacer. Hasta los cojos me piden que ande derecho…”, “No he de callar…”.
Es un Quevedo enfermo y anciano el de Sueños, cuidado por un médico amante de su pluma en una especie de asilo cuyos habitantes, como personajes grotescos sacados de algún cuadro de Brueghel, son asimismo almas en pena de un purgatorio que se vuelve infierno. Él mismo confiesa que ha inventado un frío averno blanco donde tienen cabida toda una galería de personajes de su vida y época: la amada Aminta, Pedro Téllez, duque de Osuna o el poderoso cardenal que se transforma delante de nuestros ojos en el demonio de su infierno blanco. Hablan de la honra, la hacienda o la vida, conceptos sin validez en el infierno.
Ministros que roban la Hacienda pública, plaga de letrados, “pueblo hambreado y analfabeto”: Quevedo es el cronista de su época. La denuncia social de sus sátiras lo encerraron en las postrimerías de su vida. Su voz se alzaba: “No he de callar por más que con el dedo, ya tocando la boca o ya la frente, silencio avises o amenaces miedo.” Si no hubiera existido Quevedo, habría que inventarlo.
Nos quedamos con el final de una obra intensa, quizá un tanto excesiva en su contenido de dos horas, con un Echanove en estado de gracia en medio del público, recibiendo una unánime y merecidísima ovación. Todo el teatro fue teatro.
Versión libre de José Luis Collado de Los sueños de Francisco de Quevedo
Dirección: Gerardo Vera
Compañía Nacional de Teatro Clásico (en coproducción con La llave maestra y Traspasos kultur)
Elenco: Beatriz Arguello, Ángel Burgos, Críspulo Cabezas, Juan Echanove, Markos Marín, Antonia Paso, Marta Ribera, Chema Ruiz, Eugenio Villota, Abel Vitón.