15/12/2018. Teatro Cervantes.
Texto: María del Mar Fernández | Fotos: Promocionales / TC
Dentro de la temporada 2018 y de la sección Navidad en el Cervantes, la compañía catalana Teatre Lliure y FEI Factoría Escénica Internacional traen la adaptación hecha por Anna María Ricart y dirigida por Carme Portaceli del clásico de la literatura universal, Jane Eyre, escrita por Charlotte Brontë hace casi dos siglos.
Cuando en una puesta en escena lo más destacable es la escenografía y la utilización de los medios técnicos, en esta ocasión, del vídeo mapping, quiere decir que otros elementos más importantes no han estado a la altura de las expectativas. Este es el caso de esta adaptación para el teatro de la novela Jane Eyre.
Fue en 1847 cuando Charlotte Brontë publicó su novela con el seudónimo de Currer Bell y con el título Jane Eyre: una autobiografía (mismo título de la adaptación de Anna María Ricart). A los pocos meses ya era un éxito en Inglaterra, posibilitándole así a sus hermanas, Emily y Anne, el acceso al mundo editorial.
Es, pues, un tema que por desgracia sigue estando de actualidad. Sin embargo, el resultado de la puesta en escena del Teatre Lliure es lo que no termina de encajar para que la obra en su conjunto brille como lo hace la novela de Charlotte Brontë. Primero, porque la adaptación es demasiado larga y a partir de la segunda parte, aun siendo fiel a la historia original Anna María Ricart, toma cierto cariz de telenovela, perdiendo carisma los dos personajes protagonistas, Jane Eyre y Rochester, y no siendo convincentes el resto. Segundo, porque los continuos saltos en el tiempo y en el espacio comienzan siendo ágiles y el público los sigue, pero igualmente, a partir de la segunda parte, son tan rápidos y confusos que, quien no conozca la historia, se pierde. Tercero, porque al mezclar las partes dramáticas con las narradas, estas últimas los actores directamente a público, no solo hace que la historia pierda fuerza, sino las interpretaciones. Es complicado que un actor mantenga la energía pasando de la emoción dramática a la narración y viceversa, una y otra vez, como lo plantea la directora, Carme Portaceli. En este punto quisiera hablar de la pareja protagonista: Ariadna Gil y Abel Folk. De Ariadna, destacar el control corporal que tiene, magnífico y en momentos sublime. Sin embargo, su interpretación de Jane Eyre deja frío al público, no emociona, puede que parte de responsabilidad la tenga su manera de decir el texto, sin apenas matices y con un tono repetitivo. Su compañero, Abel Folk, como el resto de la obra, va de más a menos, mostrándose por momentos sobreactuado. Es por estos motivos que, cuando acaba la representación y repasas qué ha pasado para salir del teatro decepcionado, piensas que ha sobrado narración y ha faltado emoción. Piensas que has echado en falta la sensualidad y la chispa que la pareja protagonista tienen en la novela. En realidad, sientes que no has empatizado con ellos, ni sufrido con ellos, ni te has enamorado de y con ellos.
El conjunto de esta propuesta de Jane Eyre: una autobiografía podría decirse que es correcto en todos sus componentes, pero le falta vida, pasión, esa misma pasión por la que las hermanas Brontë han pasado a la historia de la literatura universal y por la que serán inmortales.
Teatre Lliure y FEI Factoría Escénica Internacional
Adaptación Anna Maria Ricart a partir de la novela de Charlotte Brontë
Dirección Carme Portaceli
Con Jordi Collet, Gabriela Flores, Abel Folk, Ariadna Gil, Pepa López, Joan Negrié, Magda Puig, Alba Haro (violonchelo), Clara Peya-Laia Vallès (piano).