01/06/2019. Teatro Cervantes.
Texto: Rosa Parra Moreno | Fotografía: Promocionales / ©Pedro Gato
Elegancia y distinción del equipo actoral en la representación de Un marido ideal, de Oscar Wilde, un clásico revisado con una nueva mirada escénica.
Se inicia el espectáculo y comienzan las mujeres (actrices) en una sincronía de movimientos, casi imperceptible al ojo del espectador no experto, montada sobre una partitura gestual idéntica, a veces a la par y a veces alterna, de actitudes livianas y políticamente adecuadas a un baile de la alta sociedad, en el que las apariencias son la clave de las interrelaciones personales y por ende del movimiento vital=escénico, el cual no se debe explicitar, pero si adivinar. Una danza en toda regla como metáfora de la danza de la vida. Todos (los personajes y el público) están dentro del juego de las apariencias que tan magistralmente expresa el texto de Oscar Wilde. El autor escribe con una fina ironía, no exenta de humor inglés, que permite trascender este juego vacuo y dotarlo de profundidad filosófica, política y moral.
La obra está llena de conversaciones paralelas que nos ponen al día de los antecedentes de la acción que vamos a presenciar. Esto requiere de la destreza memoristica y la agilidad verbal y física de los intérpretes. Cosa que quedó claramente demostrada. Pero además, para que eso no quede unicamente en pericia actoral, se necesita contarlo dentro de un marco (escenografía), un vestuario y unos ademanes que no desdigan lo que se está producciendo en escena. Por ello, esta versión de la ya clásica obra de Wilde, se vale de una puesta en escena minuciosamente estudiada y muy depurada que ya centra al auditorio en el tema y circunstancias que se van a tratar. Magnifica escenografía que apuntala la elegancia de los personajes, la sofisticación de la clase social que retrata y la trama que dibuja: Paneles de tela en el forillo que simulan columnas. Dos sillas altas blancas, dos sillas pequeñas, una mesita de té y un carrito bar. Todo ello encima de una tarima que según la disposición de estos elementos de atrezzo simulan diferentes estancias. Son los actores y actrices los mismos que cambian los elementos citados dentro de un juego escénico de movimientos pactados y acompañados con sonidos musicales.
Se permiten la licencia escénica de utilizar un micro de pie para presentar a los personajes que asisten a este baile que es la vida. También sirve para resaltar algunas palabras o frases significativas en la acción. El elenco va magníficamente vestido con una indumentaria de fiesta elegante y sofisticada, pero atemporal, en un guiño certero al hecho de que ese guion puede sucederse en cualquier tiempo, pasado, presente o futuro. De hecho, la obra trata sobre un dilema moral que puede ser trasladado perfectamente a nuestros días: una reflexión sobre la corrupción política y la utopía de la honestidad sin mácula. Vamos, de plena actualidad. La trama principal es tan limpia y sincrética como la escena: Sobre un chantaje se sustenta todo el desarrollo, nudo y desenlace. Otras tramas accesorias sirven para retratar a una poderosa clase social con frivolidad, ingenio verbal, diálogos trepidantes y ocurrentes. El más puro estilo waildiano al servicio de una buena dirección de actores y de un oficio de éstos, sobradamente demostrado en sus diferentes carreras teatrales, televisivas y cinematográficas.
Autor: Oscar Wilde
Versión: Eduardo Galán
Director: Juan Carlos Pérez de la Fuente
Intérpretes: Juanjo Artero, Ana Arias, Carles Francino, Candela Serrat, Ania Hernández