Teatro Echegaray, 04/05/13
Texto: Carmen Titos | Fotos: Marco Takashi
"Hay seres humanos que, como algunos animales, se ocultan de la luz y viven en las sombras. Hombres y mujeres cuyas vidas están atravesadas por el secreto" (Juan Mayorga).
El soniquete entre cómico e irritante con el que el Hombre bajo (Pablo Fortes) da los buenos días y la dulzura de su inapropiada invasión nos pueden hacer creer que estamos ante una comedia de oscuro y delirante despiporre. Trae consigo dos copas y una botella "de la cosecha del 98" y aclara: "No crea que soy un experto, me he preparado para la ocasión".
Por su parte, el Hombre alto (Paco Pozo) nunca había reparado en el vecino que tanto se esfuerza en retenerle. H. bajo celebra la Ley 3754, y con esto y alguna que otra artimaña malévola de extorsión, ya tiene al otro cogido "por los huevos".
Las interpretaciones son fluidas y orgánicas. El carismático personaje que Pablo Fortes ha creado es un vecinito a lo Ned Flanders pero en perverso, entre entrañable y aterrador, cuyos ojos muy abiertos (como los un búho) dan sentido a su ansia psicópata por poseer un amigo tan vulnerable como incondicional sin importar el cómo.
La situación de exclusión del inmigrante es el tema que eligió Mayorga cuando la Royal Court de Londres le propuso hacer una pieza sobre un asunto actual de la política española. Más de ocho años después del estreno, deniegan la nacionalidad a un inmigrante por no saber el nombre de la mujer de Rajoy; y recientemente se la han denegado a Ara Malikian, violinista libanés que vivía y trabajaba en España desde hace 15 años.
El Alto (Paco Pozo) posee un acento y rasgos que no permiten ubicarle como extranjero, reforzando la idea de que inmigrante, un paria, puede ser cualquiera. Sus tics bien integrados aumentan el clima de desasosiego. Ambos hombres ocultan secretos a sus insatisfechas esposas. A pesar de compartir con su marido el amor por las letras, la Mujer alta (Mireia Pascual) sufre incomunicación y falta de atención. En la Mujer baja (María Benítez) todo es más acusado, su soledad es viral y desesperada es su necesidad de afecto.
La crítica ha apuntado una relación, intencionada o no, entre Animales nocturnos y el teatro de Harold Pinter. El psicologismo y los juegos de poder que se generan entre seres humanos, obsesiones del británico, están presentes también en Mayorga. Asimismo se ha mencionado la conexión con Ionesco y su Teatro del Absurdo, de hecho La cantante calva presenta el mismo cuadrilátero: dos matrimonios. En esto también coincide con ¿Quién teme a Virgina Wolf?, de Edward Albee.
Tenemos cuatro personajes, pero sólo interactúan por pares en todas las combinatorias posibles. De manera ingeniosa, el montaje simultanea dos diálogos en una escena partida por pared virtual. Como ocurre con la pantalla fragmentada del cine (Requien por un sueño, Timecode, La soledad, etc.) gracias al montaje audiovisual pero siendo un recurso que el teatro logra sin recurrir la tecnología.
Merece destaque la escenografía. El esqueleto de hierro sugiere la estructura del edificio, con sus pilares y vigas, pero sin muros, así los espectadores podemos ser voyeurs de todo lo que ocurre en ese armazón de barrotes. Son viviendas poco confortables, habitáculos donde ir aguantando la vida, soportándola como las vigas soportan el techo.
Pero vemos animales encerrados que aun anhelan. Visitan varios espacios más allá la jaula que les aprisiona. Así, la sobria escenografía abre paso a parques, zoológicos, garitas de seguridad de un geriátrico, una oficina, la terraza del bar El Yakarta, una fuente, una estación de tren...
Cabe mencionar el genial espacio sonoro homenajeando al cine (La gata sobre el tejado de zinc, Elia Kazan; El hijo de la novia, José Campanella, etc.) en las transiciones. Sin relación alguna con el argumento, nos sacan para volvernos a meter, desconexiones en off con las voces del doblaje que forman parte de nuestro imaginario colectivo.
Una importante cuestión planteada es quién mira a quién. ¿Los protagonistas observan a los animales en el zoo o es al revés? Habitamos nuestra esfera con los seres atrapados en la misma pecera o expositor, mirando a los del otro lado del cristal, perplejos todos, con los ojos bien abiertos. En una brutal metáfora, desde el público, como quien observa el comportamiento de los topos, ginetas, búhos y lechuzas; miramos a los actores que garantizan nuestro entretenimiento, olvidando así o quizá recordando el abismo de nuestra propia jaula.
A la gente no le gustan los animales nocturnos "porque son distintos, viven al revés, no son los favoritos de los niños". Esta no es la comedia chistosa y astracán que creímos presenciar durante los diez primeros minutos.
La Imprudente
De Juan Mayorga
Con Pablo Fortes, María Benítez, Mirella Pascual y Paco Pozo
Dirección Sebastián Sarmiento