XXIX Festival de Teatro de Málaga. Teatro Cervantes. 18/01/2012.
Texto: Angélica Gómez | Fotos: Cirque Style
“Balagan” es un término ruso que designa los mercados en los que tradicionalmente actúan artistas ambulantes y callejeros. Con este nombre Mikhail Matorin, creador de la puesta en escena, ha querido darle una vuelta de tuerca más al circo contemporáneo.
Después de su indeleble paso por el Cirque du Soleil, Matorin acerca aún más el dominio del cuerpo humano al espectador, sacándolo de la carpa y metiéndolo en un teatro a la italiana.
Pero “Balagan” es mucho más que circo. Como hijo del Imperio del Circo del Sol, es un espectáculo wagneriano enraizado en la plástica y la creación de imágenes oníricas que parecen pertenecer a un futuro próximo e inmediato. Extrañas criaturas deambulan por el escenario al ritmo de una música ibicenca que nos remite a las noches más largas del Pachá. Los atletas y gimnastas toman el papel de los go-gos y sorprenden al público bailando entre artefactos, luces galácticas y equilibrios que rayan la perfección.
Un maestro de ceremonias intenta llevar un frágil hilo conductor sin que decaiga el ritmo. Este hombrecillo vestido de rojo tiene una psicología a prueba de bomba y sabe cómo manejar al público, que de entrada, ya viene predispuesto a pasarlo bien. Termina el espectáculo con un divertido y sorprendente sketch a caballo entre la magia y el clown. Y entre tanto, por la escena van desfilando números de destreza a cual más sutil, más trabajado, más elegante, más hermoso, en definitiva, nos hallamos ante el arte de la dificultad muy bien adornada.
Quien haya visto el Circo del Sol bajo la carpa habrá apreciado que la diferencia mayor radica en el morbo de la cercanía.
En el Cervantes, pudimos ver temblar a un muchacho fornido mientras sostenía a su compañero bocabajo por la cabeza. Apenas respiraba pero, sin apartar la mirada del frente, su cuello temblaba como si se fuera a romper de un momento a otro. Debe ser algo parecido a los toros, saber que tenemos delante a dos criaturas humanas hipnotizando a la muerte.
Sucedía algo parecido con los humanos voladores, de hecho, hubo una niña que no lo pudo soportar porque tenía miedo a ser testigo de una caída, por eso rompió a llorar, por eso se quería ir y por eso los adultos boquiabiertos aplaudíamos porque eran como héroes, porque saben hacer algo que los demás no sabemos. Y ahí está la grandeza de esta pieza adaptada para teatro, una grandeza extraída del espectáculo que sigue siendo el más grande del mundo y que viene vestida de colores, vestida de fantasía, de una maravillosa gama de diseños estilísticos. Bailarinas blancas y plateadas que se convierten en flor, una mujer lámpara, un elefante inspirado en el mundo onírico de Dalí y seres fascinantes que ni siquiera Spielberg imaginó para su taberna del “Imperio contrataca”, todo ello forma un grupo de personajes que tienen un mismo comportamiento en escena: que lo difícil parezca muy fácil.