21/01/2015. Teatro Cervantes. XXXII Festival de Teatro de Málaga.
Texto: Elisabet González / Fotos: Juan Mir Córdoba
De nuevo nos encontramos en nuestro XXXII Festival de Teatro de Málaga con una obra mágica: la archiconocida El Zoo de Cristal. A priori, nada negativo se puede decir de la que se considera una de las obras maestras de Tennesse Williams. Estrenada en la década de los 40 en Estados Unidos, se mantuvo en cartel durante más de 500 funciones, además de ser muy popular por varias adaptaciones cinematográficas. Sin ser la obra de más reconocimiento del autor, quizás sea la más controvertida y personal por dejar plasmada en ella la parte más escabrosa y delicada de su existencia: su propia familia.
Se abre el telón y vemos lo que puede llegar a ser una casa normal de una familia del San Luis de los años 30. El atribulado Tom, nuestro narrador, nos introduce en lo que él define como la verdad con la apariencia de la ilusión. Esa verdad con la que el propio autor, en boca del protagonista, muestra la realidad más cruda en la que se forjó como hombre y persona. Tres únicos e intensos personajes aparecen en esta obra, y un cuarto, que aunque de intervención corta, marca un antes y un después en la vida del resto. Alejandro Arestegui es nuestro Tom, ese Tennesse Williams joven, enfrentado con la vida que le ha tocado vivir. Sabedor de todos los sueños que está dejando atrás, no tiene el valor para rebelarse contra una existencia sombría en la que convive con su madre y con su hermana. La madre, interpretada por una Sílvia Marsó histriónica, es el hilo conductor de esta historia y por momentos, no somos capaces de evaluar dónde empieza la madre y dónde acaba la actriz. Amanda Wingfield es una mujer abandonada, y sin siquiera darse cuenta, es víctima y verdugo de una sociedad demasiado exigente con las mujeres. Anclada en el pasado y luchadora por necesidad, focaliza todas sus frustraciones en unos hijos débiles y mancillados, herederos de la más absoluta infelicidad. Pilar Gil, en el papel de Laura Wingfield cierra el trío. La hermana de Tom, o más bien de Tennesse Williams fue el verdadero caldo de cultivo de todas sus frustraciones, de sus preocupaciones y finalmente de su huida. Esa hermana débil, tímida y coja que basa toda su existencia en un zoo de figuritas de cristal. El soplo de aire fresco en esta inquietante existencia viene dado por Carlos García Cortázar como Jim, el compañero de trabajo de Tom en el que los protagonistas, por un motivo o por otro, ven una salida a todas sus preocupaciones.
La adaptación del texto, realizada por Eduardo Galán, nos deja entrever un toque de ironía en unos personajes totalmente dramatizados. Aún sin poder llegar a veces al fondo de una familia con demasiadas dobleces, si somos capaces de respirar ese aire de ilusión entremezclado con la frustración imperante. Con una escenografía sencilla y asfixiante a la vez, la dirección de Francisco Vidal lleva a unos impecables actores hacia el camino del éxito, o al menos, así se percibió en el aplauso y ovación del público del Cervantes.
El tema de la obra no deja de ser atemporal. Aunque se trata de una trama autobiográfica, llena de connotaciones personales y por supuesto sociales, El zoo de cristal es, en exceso, el ejemplo perfecto de lo que los padres pueden hacer por y para sus hijos. En una época como la nuestra, llena de sobreproteccionismos angustiosos, no debemos olvidar que las proyecciones personales en los hijos tienen un precio. La familia Wingfield y su zoo de cristal nos dejan claro el camino que no debemos escoger.
Amanda: Silvia Marsó - Jim: Carlos García Cortázar - Tom: Alejandro Arestegui - Laura: Pilar Gil
Autor: Tennessee Williams
Adaptador: Eduardo Galán
Director: Francisco Vidal
Escenografía: Andrea D'Orico
Iluminación: Nicolás Fischtel
Vestuario: Cristina Martínez
Sonido: Tuti Fernández
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