Teatro Cervantes. 10/05/2013.
Texto y fotos: Adrián Fernández
Tras haber paseado su Enrique VIII por tierras anglosajonas, la Compañía Rakatá ha decidido finalmente traer su ambicioso proyecto al teatro Cervantes de Málaga para disfrute de todos los asistentes a los dos pases ofrecidos la pasada semana.
Entender la obra dirigida por Ernesto Arias es de algún modo descubrir quién era el segundo monarca de la dinastía Tudor, un rey considerado como el más absolutista de todos los cabezas de estado ingleses que se casó seis veces y quien se erigió como fundador y cabeza de la aglesia Anglicana tras romper con la iglesia Católica de Roma.
Es quizás la fama de Enrique VIII lo que más puede pesarle a esta obra que, pese a estar basada de manera bastante fidedigna en el libreto original de William Shakespeare, puede dar la sensación de que no llega a profundizar demasiado en la singular personalidad del polémico monarca. Repito que es una fantástica adaptación del libreto original pero tiene la mala suerte de haber coincidido en un espacio relativamente corto con la extensa y aclamada serie de tv Los Tudor (2008) que dedica 38 episodios repartidos en cuatro temporadas a diseccionar los pormenores del reinado de Enrique VIII y que hacen que la obra de Shakespeare, que de por sí no es uno de sus mejores libretos, parezca centrarse en el triángulo Enrique VIII-Catalina de Aragón-Ana Bolena y deje de lado otros aspectos bastante interesantes de este periodo histórico.
Una vez que entendemos lo arriba mencionado y comprendemos que el Enrique VIII de Shakespeare se centra sólo en ciertos aspectos puntuales de su vida, pasemos a analizar la propuesta que la compañía Rakatá ofreció a los espectadores del Cervantes. En primer lugar hay que admitir que Enrique VIII es una producción de altos vuelos que destila calidad en cada detalle, desde el impresionante número y la calidad de actores –de los que hasta catorce coinciden en escena en algún momento- hasta el cuidado vestuario, que consiguen que las dos horas que dura el espectáculo pasen de una forma amena y relativamente rápida. Quizás el único aspecto criticable de la puesta en escena en una obra de estas dimensiones, si nos pusiéramos quisquillosos, sería la poca variedad existente en el decorado –que no su estupenda calidad- aunque es cierto que en ningún caso se lastra la obra por esta circunstancia. El resto de los aspectos técnicos, incluyendo la música de Juan Manuel Artero, la iluminación de Rafael Díaz y las coreografías de Patricia Ruz, son sobresalientes.
Y llegamos a uno de los aspectos más determinantes para el éxito de una producción de estas dimensiones: los actores. Y desde luego que están a la altura. Las actuaciones de Jesús Fuente como el Cardenal Wolsey, Elena González como Catalina de Aragón y Fernando Gil como Enrique VIII, entre otros, fueron absolutamente estelares y llenas de vida, llegando a emocionar a una audiencia del Cervantes que ovacionó de corazón la propuesta de Rakatá a la finalización del espectáculo.