15/01/2016. La Cochera Cabaret.
Texto: Rosa Parra | Fotos: Sebas Sabariego
Se dio a conocer en La hora chanante del canal Paramount Comedy. Y después de aquello todo el mundo pasó a llamarle el Loco de las coles, por eso y por sus espectáculos en vivo en pub y salas alternativas que de ahí devinieron. Al canario Ignatius Farray, como él mismo cuenta, le salvó la comedia y a cambio, con su humor cafre y salvaje, él nos ha salvado a nosotros del engolamiento de tanto humorista políticamente correcto y de tanto postureo social. Gracias a su periodo londinense y al Comedy Club del Soho, donde se inició hoy disfrutamos de su humor alternativo.
Con la risa no se juega; es algo natural que fluye de los humanos sin poderse controlar que se suelta a borbotones o en de golpe, de forma sutil o salvaje. En todos los casos la risa es genuina sin dobleces, siempre que sea sincera, y como tal es un proceso tan liberador como el llanto. Ese poder que tiene la risa lo manejan algunos para fingirla y engañar o dañar irónicamente a terceros o para humillarlos. Mediante el chiste certero y cabrón se puede aniquilar a una persona o a un colectivo. Sin embargo, Ignatinus se usa a él mismo para hacer reír contando sus propias desgracias o los sucesos que le acontecen y que él entiende como patéticos.
Ese ejercicio de humildad y el lenguaje descarnado que emplea para trasmitirlo es lo que lo inviste de ternura. Aunque él se crea un desastre, que lo será, un pornógrafo, que también, o un alcohólico, que eso no sé yo, porque un alcohólico no muestra la lucidez que él manifiesta. Nos hace conectar con el gamberro que todos llevamos dentro. Y nos desnuda ante nuestra propia insignificancia vital.
Su humor irreverente, su falta de tacto y convencionalismo a la hora de contar cosas, su propia exposición personal y privada, lo conectan con el resto de los mortales, quienes no cuentan, pero se identifican con muchas de las cosas que le pasan a él, las cuales conforman esa intimidad alrededor de la cual construimos muros para protegernos. Y no sentirnos tan imbéciles.
El público era en su mayoría masculino. De diferentes edades y estilos. Pero hombres. Esto se entiende porque el lenguaje que utiliza, la forma tan brutal de exponerse, el estilismo tan gráfico y gestual que emplea para explicar sus masturbaciones, ese puntito golfo y desaliñado, la apariencia de retrasado con su grito sordo, que no es más que un tic ya superado de la persona y no del personaje, junto con que su aspecto físico no es un aliciente, quizá aleje a las mujeres. Tampoco ayudan su lenguaje soez, ni el patetismo que se esfuerza en acentuar. Por lo que puede parecer en principio un humor de tíos. Típico de la soldadesca o del corrinche de amigotes pedos. Una lástima porque si lo escucharan con atención las ayudaría a conocer el inconsciente masculino y lo que realmente bulle en las cabezas de vecinos, novios, amigos, hermanos… políticamente correctos o estándares.
Pero, sin embargo, considero que su monólogo es un humor que trasciende para convertirse en Comedia del Arte. Claro que sin Colombina ni Pantalone. Aunque, a veces, el monologuista esté sin estos últimos (en plural) en escena. No obstante, también estoy convencida de que si el humorista estuviera bueno, (entiéndase potable físicamente, porque con los achaques que nos contó, muy bien de salud no anda el chaval) las tías asistirían a verlo convencidas que el puntito canalla es necesario en algunos momentos de la vida.
El caso es que provocó la carcajada continua del auditorio, al que el humorista mismo define como friky.
Lo que más llama la atención es la capacidad de interactuar con ese público que lo sigue, fan-fan, durante su espectáculo, permitiendo e incluso provocando el intrusismo; y cómo usa estas internacciones para improvisar partes largas del monólogo. Impacta su capacidad fabuladora. Igual que su estilo de meterse con los espontáneos a los que anima a intervenir y a los que luego se merienda en un segundo sin que, milagrosamente, se sientan ofendidos. E incluso disculpándose después y agradeciéndoles su participación porque esto hace vivo y diferente su show. Por eso no hay dos monólogos iguales en su gira. Pero la gente se atreve a interrumpirlo, animarlo o cabrearlo. Como cuando un chico del público le dijo que su hijo no era suyo... el humorista lo integra todo sin dramatismos, aceptando que si él es un antisistema, los otros lo sean también con su espectáculo. Por eso su interpretación no está estructurada aparentemente: solo hay una línea genérica de dialogo y el resto son transversales que van saliendo o llegando a/desde el otro lado del escenario. Por supuesto que esta forma de trabajar dejando puertas abiertas a la improvisación e incluso hasta el happenig o la performance, lleva detrás un curro inmenso, incluso mayor que el que supone un show tradicional, yo hablo/tú escucha. El hecho de este trabajo bien currado y con fundamentos intelectuales que lo avalan (Mucho Buñuel e Ionescu sugeridos, imagino que por inspiradores), lo da la circunstancia que se Llama Ignatius por Ignatius J. Really el protagonista de la genial novela La conjura de los Necios de John K. Toole.
Pero Ignatius es sobre todo un impostor, y no porque su nombre sea medio adquirido (se llama Ignacio de segundo nombre) de un personaje y su apellido sea en realidad el segundo del de su padre. Sino porque ante el auditorio se presenta como una nadería irrisible de persona, cuando en realidad adivino un asiduo lector culto y compulsivo, un ser humano que ha convertido su mayor complejo (imagino): el grito sordo con el que se encasquillaba, en el símbolo de su personaje, y así se ha podido desprender de él en su personal conversación cotidiana. Porque detrás de esa bobaliconería friky que representa está su lidia diría con la insoportable levedad del ser Kunderiana y su negación humorística de sobrellevar el existencialismo sartriano y convertirlo en un humanismo marxista o anarca.
El Loco de las coles no defraudó a pesar de que no chupó ningún pezón, pero como esperábamos y como casi siempre, sí se medio desnudó en escena para enseñarnos sus varices. Y no se olvidó de pespuntear a sus enemigos favoritos: Juan Echanove, Pau Donet, Hitler o Rosa Diez.
Debido a que sus espectáculos son únicos e irrepetibles por la cantidad de improvisaciones, me voy a permitir terminar esta crónica con un espontáneo: gracias-gracias, que solo entenderán él y los freeks que asistimos anoche a su espectáculo. Aunque imagino que pronto, como de costumbre, incorporará esta anécdota a su repertorio y entonces podrán descifrarla.