Teatro Cervantes. 09/04/13
Texto: Carmen Titos | Fotos: Daniel Pérez / TC
La proclama del título fue el grito de un espectador espontáneo en un momento dado del espectáculo de Alejandro Jodorowsky.
Habrá detractores que piensen que el creador, filósofo, cineasta, psicomago, pintor, dramaturgo, mimo, actor, guionista y un largo etcétera... ¿vende aire? El caso es que provocar sensaciones lo consigue. Puede tratarse del áurea, el fenómeno mediático o ser un elegido dotado de gracia capaz de llevarse a todo el mundo al huerto, pero lo que se vivió durante dos horas fue la manifestación de todo tipo de emociones, eso efectivamente ocurrió.
Empezó avisando: “Esto no es una conferencia, es un taller de trabajo”. Las luces encendidas en todo el patio de butacas indicaban en todo momento que el público era el protagonista. Se trató de un ejercicio de terapia colectiva en el que el show lo dieron los propios espectadores, estos iban preparados desde el inicio en un estado propicio deseosos de experimentar. “No es el espectador pasivo que no hace nada, sino que él es el actor”, había avisado ya Jodorowsky en la rueda de prensa previa.
Comenzamos enlazando nuestros dedos meñiques, “hemos hecho el amor”, aclaró Jodorowsky, posiblemente habíamos conseguido un mundo mejor durante un instante. La primera pregunta lanzada: “¿Cuál es mi finalidad en la vida?”, desató todo tipo de respuestas: desde ser feliz, ser útil a los demás, disfrutar de todo el cosmos, ser libre para gozar o poder ser artesano del cuero.
“Si no es ahora, ¿cuándo? Si no es aquí, ¿dónde? Si no soy yo, ¿quién?”, cuestionó Alejandro Jodorowsky. Su mujer, la pintora francesa Pascale Montandon, salió al estrado, Jodorowsky puso de manifiesto que, debido a la diferencia de edad, nunca podrán tener hijos; aunque está lleno de vitalidad, él tiene 84 y ella es 40 años menor. Los dos cogen el micro y hablan sobre su historia de amor; han hecho cuadros juntos, crearon una obra, se expuso en París, pero no podrán tener hijos.
“Pensamos una cosa, amamos otra, deseamos otra, y hacemos otra, como un perro que no sabe para dónde tirar”, Comodoro soltó enseñanzas útiles y contó algunas fábulas sencillas, todo con naturalidad, sin personaje, sin demarcaciones, sin escenografía, sin música, sin vestuario rimbombante, sin efectos, sin cobertura, en un espacio vacío, con un micrófono que a veces olvidaba y una libretita en la que había ido haciendo anotaciones en el avión y que se sacaba de vez en cuando del bolsillo: “Entre hacer y no hacer, elige hacer”, “va a costar pero alguien tiene que comenzar”, “¿hasta cuándo voy a permitir sentirme mal?”, “no te comas los pimientos” (no aguantes más una situación insostenible ya sea laboral, sentimental, etc.)...
Al entrar en el teatro se acabó quien eras, se trata de soltar aquello que agarramos y que nos encierra (nombre, edad, familia, nacionalidad) y poder ser nosotros sin definición. “Desprender, descontraerse, pero no se hipnoticen ni se duerman”, fueron las instrucciones de Jodorowsky. La platea estaba llena y los espectadores activos realizando todos los ejercicios. El objetivo era romper los límites que impone la identidad social, familiar, sexual, racial, cultural, en busca de una libertad total.
Lo siguiente fue un episodio de “Hombres, mujeres y Jodorowsky”, se provocó un enorme movimiento de masas, el Teatro Cervantes fue dividido entre mujeres a la derecha y hombres a la izquierda trabando la vieja guerra de sexos. Se trataba de despotricar contra un montón de hombres desconocidos (en mi caso) que con cara de circunstancias o sonrisa congelada aguantaban el chaparrón: “¡Se creen que somos madres, se nos cuelgan como una mochila!”, “¿Cómo podéis ser tan simples emocionalmente?”, “¡Nos quejamos pero no podemos vivir sin ellos!”, fueron algunas de las quejas y afirmaciones.
Los hombres respondieron: “Paso de vuestros maquillajes, vuestra ropita, si sois jóvenes o mayores, si sois guapas o feas, si sois gordas o flacas, ¡paso! ¡Trabajo con 27 mujeres y estoy hasta los cojones!”; “¡Nosotros no buscamos una madre, sois vosotras las que buscáis hijos!”, “No sois capaces de apreciar lo simple, vivo con tres mujeres y una perra, os complicáis por tó”, reflexiona un muchachito con cresta; “QUEREMOS FOLLAR MÁS”, salta un espontáneo sin que le den previamente la palabra; “¿Por qué piensan una cosa y hacen otra?”; “Vosotras decís que si somos machistas..., pero sois las mujeres las que fabricáis los machistas”; “Manipuladoras”; “¡Somos iguales!”, todo entre vítores, risas y aplausos.
Quien quiso pudo pasarse al bando contrario, ninguna persona se mantuvo en su butaca durante las dos horas; romper barreras, desbloquearnos, librarnos de angustias, combatir miedos, alcanzar la levedad, la apertura, la estabilidad emocional... Paseando por las dependencias del Cervantes contamos nuestra vida a varios desconocidos, y a su vez escuchamos sus historias. Al final había conocido a media docena de personas nuevas y me había apuntado algún email y teléfono. Con poco más la cosa hubiera acabado en orgía, dejó caer Jodorowsky. Estábamos lejos de acabar en bacanal, pero lo cierto es que todo el mundo me parecía extremamente atractivo, sin importar aspecto, edad o sexo.
Uno de los momentos más emocionantes de la noche fue cuando un individuo entregó dos anillos a Jodorowsky y le pidió que le casara. “He tenido muchos conflictos con las mujeres y nunca me he casado. Hoy quiero pedir a una chica que se case conmigo”, dijo Gonzalo. Al grito global de “¡Esperanza! ¡Esperanza! ¡Esperanza!”, subió la chica al escenario. La gente quería que Gonzalo pidiera matrimonio a Esperanza pero Jodorowsky había empezado directamente con el rito de unión. “¡Pero tiene que pedírselo antes!”, gritaron. El maestro defendió su postura: “Si no quiere nada, no viene.” Después de la ceremonia en la que juntaron pie con pie, sexo con sexo, mente con mente, alguien gritó: “¡VIVAN LOS NOVIOS!”, el público siempre sabiendo cómo intervenir para mantener el pulso del show.
El acto final fue un masaje aprendido en México, cada cual con su copartícipe. Finalmente, lanzamos semillas, nos lanzamos al mundo y dimos siete saltos de felicidad. Jodorowsky se despidió avisando que firmaría libros y que nunca repite; por si queríamos volver al día siguiente.
El experto tuvo que hacer poca cosa para mantener el espectáculo a flote, la gente iba predispuesta desde el principio como quien entra a un templo decidido a que le limpien el alma. Las personas se abrieron fácilmente y fueron el sustento de Cabaret místico.
¿Qué puedo decir sobre el efecto que provocó en mis propias carnes? Fui sin expectativas, salí ligera y esa noche dormí como una marmota.