Un espectáculo gaditano en su esencia, pero que entronca con lo andaluz y lo universal. Una interpretación sobresaliente de tres actrices que encarnan varios personajes cada una, incluso con cambio de género o sexo. Para quitarse el sombrero y aplaudir a ritmo de soleá.
Teatro Cervantes. 19/10/2013
Texto: Rosa Parra Moreno | Fotos: web de la Compañía / David Ruano
Una escenografía muy lograda (del escenógrafo Curt Allen Wilmer) en tanto en cuanto va en relación con la temática de la obra y a la vez proporciona versatilidad para recrear diferentes espacios. Desde el principio con la foto fija del escenario en penumbra sabes que estás ante un propuesta creativa. Son cajas de cerveza abandonadas en un almacén de un cabaret de cuarta fila (llamado La copla negra) en un sótano inmundo rebosante de humedad y de historias ocultas. Y es que la iluminación (Miguel Ángel Camacho) es un personaje más de la obra, tanto como la música y el vestuario. Entre todos estos elementos se recrean ambientes que acentúan lo que nos cuentan los personajes.
Tres excelentes actrices se encargarán de desgranarnos una historia anodina de muchos personajes que interpretan ellas mismas, caracterizándose en un tiempo récor para una transformación que incluye hasta el cambio de género y con él, de registro interpretativo. Tres actrices que logran que olvidemos el atuendo y nos quedemos con la esencia del drama que nos están contando. Una tragicomedia que se desgrana mediante el ingenioso humor y la rapidez verbal que dan fluidez y caracterizan el pensamiento andaluz, que con cualquier frase corta te ha descrito una situación que en castellano o en cualquier otra lengua supondría un empleo excesivo de vocablos y de descripciones extensas, que en andaluz, en un flash gráfico, sarcástico y gracioso, te pone en una situación precisa, y además con un extra de ángel y de duende.
Al principio, pese a la garantía que te da una representación en el Cervantes, me temí que el grupo era como un cuarteto más de chirigota, de esos que vemos en la final de los carnavales de Cádiz en el teatro Manuel de Falla de dicha capital, que aunque te hagan gracia y sean divertidos y derrochen arte no trascienden más allá de lo efímero. En cambio, mediante esta representación de Las Chirigóticas, se extrapola de una situación cotidiana con una familia “normal” y a partir de algo tan anodino como el inicio de unas obras en un local, al origen profundo de todo lo que está sucediendo en la actualidad en España, esa crisis del ladrillo que se ha expandido a todo lo demás sectores. La crisis ya estaba presente como germen en el trapicheo del dinero en negro, del que en alguna medida hemos participado todos.
A pesar de que te estás riendo toda la representación, con los golpes del libreto, al finalizar se te queda el regusto amargo de haber presenciado la vida en estado puro, sin filtros poéticos para embellecerla, situaciones a lo bestia, que se resuelven con gestos también a lo bestia. Personajes descarnados que en realidad tienen la fuerza de los supervivientes. Aunque no sean héroes, son seres humanos con luces y con sombras, con aciertos y con tremendos errores.
A destacar la calidad de las letras de las coplas ( letras de Ana López Segovia) que cantan las interpretes con maestría. Son músicas de coplas conocidas con un nuevo mensaje, que puede ser esperpéntico, gracioso o acorde a lo que se está tramando en la escena.
Yo definiría este tipo de creación teatral como un musical andaluz profundo, porque los fragmentos de vida que se retratan son de la Andalucía profunda que todos conocemos, pero que queremos obviar. Para que no nos salpique.
En cuanto al baile (coreógrafa Paloma Díaz), hay que conocer mucha técnica para descomponer la figura así y darle el toque caricaturesco que requiere la temática. Ese baile de la Sebastian borracha que hace música taconeando con una botella que le sirve a la vez de compás cuando la choca con los tacones. El acierto del vestuario y lo sincrético de los cambios de ropa que coinciden con los cambios de los personajes; al principio los cambios son ocultos o bajando la luz pero a medida que avanza la obra los cambios se producen a la vista del público: una actriz se despoja de la ropa y a medida que se va poniendo la otra, va transformando el gesto, el deje, la voz, el acento, la pose corporal. Todo ello sin perder un ápice de verdad ni de credibilidad escénica. Esta muda de piel nos lleva a la irremediable convicción de que todos podemos ser víctimas o verdugos. Hacen falta tan pocos elementos para que se cambie de papel en la vida como circunstancias propicias para inclinarte hacía uno u otro lugar.
La musica y los espacios sonoros que crea Mariano Marín, contribuyen a resaltar un ambiente undergraund donde todo es posible.
Con el humor típico de nuestra tierra y el arte de un movimiento, un desgarro de voz o una chulería, se van tocando temas que trascienden la crisis económica y nos llevan a la crisis de valores que nos inunda y suena como esas cañerías que se oyen resoplar en la obra, el entripao corrupto que oculta la cara aparentemente amable de la realidad. La infidelidad, la pederastia, la prostitución, el alcoholismo, la deshonestidad, el engaño, la picardía y la picaresca, el acoso, la falsedad y la hipocresía, los bajos fondos, el oportunismo… todas las lacras sociales pasan ante nuestra mirada, sin definir, apenas ebozadas pero contundentes, sin la pedantería explícita de un discurso formal. Mediante la acción brutal y a secas.
Autor y dirección Antonio Álamo
Con Alejandra López, Ana López Segovia y Teresa Quintero
Letras Ana López Segovia
Música Mariano Marín
Coreografía Paloma Díaz