07/04/2016. La Cochera Cabaret.
Texto y Fotos: Javier Rodríguez Barranco
Algo hay de Tennessee Williams, en general, y La gata sobre el tejado de zinc, en particular, en Palabras encadenadas, de Jordi Galcerán, con Nora Aguirre en el papel de Laura y Steven Lance en el de Ramón, representada en La Cochera Cabaret de Málaga.
Una obra montada por Stroke 114 que trata del ratón y el gato, o el gato y el ratón, o Eros y Tanatos, o Tánatos y Eros, pues las diferentes posibilidades se van encadenando como el juego de vida o muerte que practican Laura y Ramón, o como las cadenas del ácido desoxirribonucleico, más conocido como ADN, la cadena de la vida. Muy de agradecer, en todo caso, al menos para este humilde hispanoparlante, que Galcerán, un autor de Barcelona, haya decidido encadenar palabras no en catalán, sino en español. No significa nada, ya lo sé, pero así se puede seguir mejor la trama.
Una vez en la butaca del teatro, la historia, que no voy a desvelar para no arruinar su disfrute (bueno, si alguien quiere saberlo, yo se lo cuento en mensaje privado antes de que se me olvide), empieza en un punto álgido, tan álgido, que una vez transcurrida la tercera parte, más o menos, del drama, uno piensa que se trata de un planteamiento plano, muy tenso, eso sí, pero sin oscilaciones, sólo momentos de gran visceralidad, como si de un lago en gran desierto australiano se tratara, si es que hubiera lagos en el centro de las tierras calcinadas. Pero, ay, amigo, ahí es donde te equivocas, porque súbitamente el argumento empieza un movimiento pendular en el que apenas se ha planteado una cuestión, mucho más crítica que la anterior, cuando ya se está resolviendo mediante otra posibilidad mucho más desesperada que las dos anteriores, totalmente inesperada, por supuesto, lo cual deja al espectador con una cierta sensación de indefensión. La espiral de dramatismo ascendente es tal, que difícilmente calara en el ánimo y en el cerebro de quien ocupa la butaca en el teatro, porque además, tampoco se ve una concatenación razonable según la fórmula causa-efecto.
Ni es creíble que para cada nuevo bandazo, cada vez más fuerte insisto, de los argumentos de Ramón y Laura en defensa de sus respectivas posturas, el otro reaccione con esa agilidad que se ve en escena, como si ya supiera de antemano la finta con que va a responder su oponente en plena esgrima dialéctica. Es como el juego de los niveles: Yo sé. Tú sabes que yo sé. Yo sé que tú sabes que yo sé. Tú sabes que yo sé que tú sabes que yo sé. Etc.
De manera que, en mi opinión, la trama no se sostiene y la ascensión trágica, por sí sola, no es más que una ascensión trágica, obviamente, que no justifica plenamente cada una de las situaciones que acometen Laura y Ramón.
Pero destaquemos los elementos positivos de esta representación, que son muy importantes. Para ello, como no podía ser de otra manera, me gustaría destacar la trascendencia de las palabras encadenadas que anuncia el título. En Las galas del difunto, de Valle-Inclán, es una carta la que recorre toda la pieza para vertebrar los diferentes episodios, mientras que en esta obra de Galcerán es un juego, aparentemente infantil, aparentemente inocente, el que sirve para hilvanar las distintas fases de la obra. Diría incluso que va más allá, es que de cómo se desarrolle ese juego depende la vida o la muerte, el sexo o el onanismo. Todo un hallazgo, pues, este elemento escénico.
Muy digno de mención, por otro lado, la actuación de Steven Lance muy creíble en todo momento, bien como psicópata, bien como astuto urdidor de artimañas, con una dicción maravillosa, modulando la voz a cada una de las opciones cambiantes. Nora Aguirre, sin embargo, en mi opinión, necesita seguir trabajando con su dicción, con su expresión corporal, e incluso con su memoria, pues ha dado la impresión, en ocasiones, muy pocas, eso también es cierto, que se le olvidaba el texto, y que repetía el final de alguna frase en lo que se refrescaba la siguiente. No es que lo haya hecho mal, me parece una interpretación muy digna, pero ya digo que mejorable.
La puesta en escena de naturaleza minimalista también me parece memorable. Es increíble las posibilidades escénicas de una pila de libros, dos percheros con ruedas, una caja de madera, sin más, y, sobre todo, una mesa grande con ruedas, que hábilmente movida, sin duda bajo las precisas instrucciones de Belén Santa, sirve prácticamente para casi todo.
Y, por fin, dentro de esa puesta en escena, merece mención aparte la aportación de los audiovisuales, pero no como escenas que sirven de telón de fondo para ambientar la acción, sino que en ocasiones, por ejemplo, al principio, los audiovisuales son la propia obra. Todo un acierto.
En definitiva, una obra menos lograda que El método Grönholm, quizá porque Galcerán ha buscado una plasmación ideológica y excesivamente compleja para una tragedia cotidiana, como es la de la violencia de sexo (el género es sólo una categoría gramatical).
de Jordi Galcerán
Reparto
Laura: Nora Aguirre
Ramón: Steven Lance
Equipo artístico
Texto: Jordi Galerán
Dirección: Belén Santa
Ayudantía: Rodrigo de la Calva
Realizaciones.
Audiovisuales: Enrique García
Postproducción: Daniel Postigo
Cartel: The Fly Factory
Construcciones: El Cosmonauta Estudio Creativo